-Maru dale los crayones a Elizabeth…
La señorita Mimí observa a las niñas desde su escritorio.
-Son míos… –contesta la niña mientras mira con odio a su compañera.
“Estas dos se van a matar algún día…” –piensa la maestra, e insiste:
-Maru, daselós… los crayones son para que dibujen todos los chicos…no vos sola…
Maru considera la situación. De todos modos va a tener que dárselos. Ya ha sucedido antes.
Eli mira a su compañera con ojos desafiantes. A pesar de sus cinco años sabe perfectamente que la situación puede salirse de control. Pero dobla la apuesta.
-Tampoco me quiere dar la tijerita.
La maestra no dice nada. Durante algunos segundos observa con preocupación el cuadro.
-Maru… el otro día Eli te convidó una galletita… ya te olvidaste?
La niña aprieta las mandíbulas, un destello de odio se instala en su mirada.
-Se le había caído al suelo, y además la escupió…
Eli no puede disimular una sonrisa. Maru rechina los dientes. La señorita Mimí siente el temor asomarse despacio a su docente paciencia. Durante algunos segundos el aire se corta con un cuchillo en la salita de cinco.
-Maru dámelos a mi a los crayones. La maestra siente venir la tormenta.
-No… se los doy a ella.
-Muy bien, ves? Hay que compartir las cosas –dice la maestra, y respira aliviada.
La niña reúne los diferentes colores, quita cuidadosamente un pegote de plasticola que ha quedado en la tijerita y se dirige a la pequeña mesa de su compañera.
Eli sospecha. Ha sido demasiado fácil. Mira los ojos de la niña que se acerca.
Algo no está bien.
Maru extiende a Eli la pequeña caja.
-Tomá Eli, acá tenés los crayones –dice con fingida amabilidad.
Eli no aparta los ojos ni por un segundo de los de su compañera.
Pero sus dedos no llegan a tocar los útiles. Maru ha soltado la caja una fracción de segundo antes y los lápices y crayones se desbarrancan hacia el piso del aula. Muchos se rompen. El ruido atrae nuevamente la atención de la maestra.
-Que pasa ahora?
-Se le cayó todo al piso. Que tonta… -ahora es Maru quien sonríe.
-Mentira! Vos los tiraste! Eli siente las lágrimas traicioneras. Siempre acuden cuando no se las llama.
-Ella los tiró! grita mientras comienza a recoger los útiles.
-Maru ayudále a juntar –dice la señorita Mimí.
-Si señorita –dice Maru con una sonrisa- …a mi me gusta ayudar.
-Eli comienza a pasarle a su compañera los útiles que va rescatando de entre las gastadas baldosas. De pronto repara en una pequeña tachuela que yace olvidada, desertora de algún afiche envejecido. Cuidadosamente la recoge y coloca entre los lápices que va entregando a Maru.
-Tomá, Maru estos son los últimos… –dice, y clava con toda la fuerza de sus cinco años el aguijón de metal en la mano de su compañera.
-Aaaayyy…! –grita Maru dolorida. En la palma de su mano ha nacido un pequeño rubí.
-¡Me pinchaste, puta!
-Maru! –Exclama la señorita Mimí… -¡Qué es esa boca por Dios! ¡Ya me tienen harta las dos! ¡Se van afuera con los demás!
Las niñas salen juntas al patio. Al pasar por la puerta del aula Elizabeth sonríe mientras dice bajito al oído de su compañera:
-Te voy a matar… puta… -y le acaricia un bucle rubio.
Maru sonríe también y poniendo una mano en el hombro de Eli contesta en un susurro:
-Asquerosa de mierda, sucia, ya vas a ver…
Mimí observa salir a las niñas y piensa: “Estas dos… algún día…”
Eli se une a un grupo de niñas que juega en las hamacas y disimuladamente toma medio ladrillo de entre los malvones. Cuidadosamente le quita un bicho bolita y sonríe hacia
su compañera que juega a la escondida con otros chicos. Maru levanta del suelo una oxidada cadena de motocicleta.
El sol de agosto brilla sobre el arenero.
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-Aayyyyyy! ¡Soltáme el pelo la reputísima mil madre que te parió!
-Ya vas a ver sucia, lo que le hago a las inmundas como vos!
Las adolescentes ruedan sobre el piso de baldosas rojas confundidas en una bola de odio, sudor e insultos. Los jumpers azules van juntando polvo, papeles de caramelos, y alguna figurita extraviada en el salón de actos.
Más de cuatrocientos alumnos, formados en prolijas filas, el personal docente del colegio, decenas de padres, un cura y tres abanderados, contemplan en silencio la escena. A través de los amplios cristales que dan al patio se ve a don Domingo, el anciano portero que corre hacia el salón con un balde de agua en la mano.
“Estas dos… algún día…” piensa.
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-El Liceo Militar General Ordóñez ha sido durante los últimos ochenta años un verdadero bastión de la educación académica…
El oficial instructor Navarro hace una breve pausa para observar el efecto que sus palabras tienen sobre los padres del cadete Di Nardo. Ambos sonríen satisfechos. Definitivamente este es el establecimiento que han estado buscando durante todo el pasado año.
-Además –continúa Navarro- los hombres y mujeres que han elegido el camino de las…
El tiroteo estalla sin previo aviso. Un proyectil impacta muy cerca de la ventana tras el oficial. Este dirige la mirada hacia el cielorraso y se levanta sin demasiado apuro.
-¿Que sucede? –pregunta sorprendido el señor Di Nardo.
-Rutina –contesta el militar, y colocándose un casco, deja la habitación.
Afuera un numeroso grupo de soldados corre hacia una de las barracas dormitorio. Desde una de las ventanas una ametralladora pesada dispara contra el casino de oficiales.
Desde allí, alguien repele el ataque con fuego de mortero. El humo de las explosiones oculta el sol por momentos.
El oficial Navarro corre entre los heridos hasta las ruinas humeantes de la cantina.
“Estas dos…” –piensa “algún día…”
A lo lejos, el sonido de los helicópteros comienza a adueñarse de la mañana.
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-…Pareciera ser que la diputada Elizabeth Díaz, señoras y señores, desconoce de manera absoluta el tema que estamos tratando en esta sesión. Y esto quizás no sea un impedimento para ella, ya que nos tiene acostumbrados a estos lamentables exabruptos, más hijos de la ignorancia que del sano disenso que debiera imperar en un recinto como este, señor presidente…
La Honorable Cámara de Diputados se encuentra en silencio. La taquígrafa cruza una mirada temerosa con el prosecretario. Los guardias que se encuentran en la parte superior de la sala llevan sus manos inconscientemente hasta las cartucheras que enfundan sus armas. La doctora Maruja Gonzáles Del Solar verifica el impacto que sus palabras tienen en la bancada opositora y prosigue:
-Entonces yo me pregunto, señor presidente, ¿Que pasa cuando se produce un vacío legal ó cuando una ley es contraria a otra…?
-¿Sabés que pasa, puta de mierda..? –se escucha una voz a varios metros de la oradora.
-Pasa que te voy a cagar a trompadas ahora mismo… –grita la doctora Elizabeth Díaz, mientras corre enfurecida hacia Maru, pisando cabezas de diputados y asesores.
-¡Que vas a cagar a trompadas vos, sucia! –se desgañita aún en el micrófono la diputada Del Solar. Empiezan a volar objetos contundentes entre ambas bancadas.
-¡Señor presidente, solicito un cuarto intermedio hasta que la mate a la sucia asquerosa ésta..! –grita Maru.
-Concedido… –murmura el presidente de la Cámara arrastrándose aterrorizado bajo las bancas.
-¡Si habrás visto cuartos, vos..! ¡Puta! –vocifera Eli mientras trata de estrangular a Maru con el cable del micrófono.
Cientos de personas sin control aúllan de odio golpeándose entre sí. Los gases lacrimógenos sólo aumentan la confusión y el pánico. Comienzan a oírse sirenas.
Las cámaras de televisión caen sobre el desastre del recinto como lobos hambrientos.
“Estas dos… algún día…” –Piensa un conocido periodista que observa el desastre.
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-“Hoy…veintidós de octubre del año 2078 es una fecha que la humanidad no olvidará fácilmente…” –La palabra amplificada del Secretario General de la Confederación Mundial llega hasta la última de las ochocientas mil personas que se agolpan en el atardecer de la Piazza San Pietro. Alrededor del planeta miles de millones más siguen por televisión el acontecimiento más importante en la historia de la humanidad casi sin respirar.
En un gigantesco escenario levantado desde hace meses en el corazón del Vaticano, se encuentran representantes de todos los países del mundo. El Papa, el Dalai Lama, y otros jefes espirituales ya han bendecido la ceremonia más esperada.
-Hoy –continúa el Secretario General –hemos depuesto las armas, y con ellas todo el egoísmo y la crueldad que lastimó a tantas generaciones… Hoy ciudadanos del mundo, podemos decir que vivimos, por fin y para siempre, en paz.
Siete niños de las siete razas se acercan al borde de la gigantesca tarima y sueltan siete palomas que se echan a volar por sobre la multitud enmudecida.
Miles de millones de lágrimas besan otras tantas mejillas y durante un segundo hasta el viento se detiene.
-Salí, acá estaba yo.
-No yo estaba de antes, acá.
El presidente de la delegación argentina se vuelve con curiosidad a mirar a las dos ancianas que murmuran en medio del histórico momento.
-Salí puta que me tapás… –dice Eli mientras saca medio ladrillo que lleva desde siempre en su cartera.
-Salí vos… sucia asquerosa, yo estoy de antes –contesta Maru mientras envuelve uno de sus puños con una oxidada cadena de motocicleta.
A unos metros un grupo de iraquíes observa la escena.
-Argentinos… –comentan sonriendo.
-Por lo menos nosotros no andamos cortándole la cabeza a la gente en Internet… les dice Maru mientras golpea a Eli en la frente con la cadena.
-Eso es cierto… –dice un norteamericano con acento tejano que sale en defensa de las ancianas, y apunta un arma hacia los iraquíes que salen corriendo en busca de otros árabes.
Algunos franceses arrojan piedras y una de ellas da en la cabeza de un chino que miraba las palomas. Se escuchan algunos disparos aislados. Hay corridas. Desorden. Pánico. Carros de asalto ingresan a la plaza. Se suceden incidentes diplomáticos y declaraciones de guerra. En el horizonte romano se recortan nítidamente los misiles que buscan el cielo por última vez.
El Papa cae mortalmente herido de un disparo. Los cardenales que lo sostienen contemplan azorados la flor roja que crece en el pecho del anciano moribundo.
Giulio Anselmi, arzobispo de Módena alcanza a oír en un susurro las últimas palabras que pronuncia el Sumo Pontífice.
-“Esas dos… algún día… van a terminar mal.”
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