Ocho Minutos
Voy caminando por la calle y de repente siento unos deseos realmente irrefrenables de tomar una cerveza. Entro en un negocio de comida rápida. Es lo más conveniente en estos casos. Si se me antoja algo con la cerveza, podré conseguirlo rápidamente.
Hasta ahí todo bien. Dentro del local hay poca gente. Mejor todavía. Llego hasta el
moderno mostrador. No hay nadie. Ah si… a mi izquierda, contra la pared, se encuentra una chica con uniforme del local. Está hablando por teléfono. Pero curiosamente, aunque se fija en mí de inmediato, no realiza ningún gesto de “ya te atiendo”, sólo sigue sonriendo, (debe ser una conversación divertida sin duda). La observo con gesto amable, como dándole a entender que soy un ser humano vivo que desea adquirir algún producto. No obtengo ningún resultado comprobable. Sigue hablando por teléfono. A ver.
Intento un pequeño pasatiempo que me ayude a pasar los 30 segundos que voy a tardar en perder la paciencia. Veamos. ¿Con quién estará hablando? No es un gran desafío. A juzgar por la sonrisa hacia el suelo, el dedito con que va enrulando el cable, los ojos entrecerrados, es obvio. Se trata de un sujeto con el que ella está saliendo desde hace poco tiempo. ¿Habrán tenido sexo ya? Veamos. No. Ella sonríe demasiado. No parece haber demasiado interés en temas serios. No han tenido sexo aún. Sino estarían hablando por ejemplo de que él no quiere ir a una fiesta a la que ella ha sido invitada, o de que él no debe olvidar devolver una película que han visto juntos (vieron la mitad porque era aburrida y por eso tuvieron sexo) o de que ella sólo tiene libres los domingos y él no organiza suficientes actividades de pareja ese día. No. Definitivamente no ha habido sexo. Se encuentran en esa deliciosa etapa en que todo es un continuo suponer, acechar, jugar, y hablar por teléfono.
Entonces, una incómoda sospecha comienza a perturbarme. Si se encuentran en esa etapa, es al menos probable que yo deba soportar esta situación digamos, ocho minutos más. Ocho minutos. En un negocio de comida rápida, ocho minutos es un lapso de tiempo que equivale a la eternidad toda. Entonces cambio mi gesto amable de: “si, si… espero”,
por el de: “…no puedo creer que no me atiendas, chinita de mierda”.
Pero curiosamente, el gesto que debería avergonzarla y lograr que ensaye una rápida disculpa con posterior corte de la comunicación, solo la alienta a darse vuelta y seguir hablando… ¡Para el otro lado! Ahora veo su rostro reflejado en el pulido metal de una conservadora. La imagen no es perfecta. El reflejo de su cara copia las ondulaciones del metal, y por momentos parece uno de esos juegos de espejos en los parques de diversiones. Mientras sigo esperando, me gratifica ver como su rostro sonriente sufre atroces transformaciones. Como por obra del fuego.
30 de mayo de 1431. Gran Bretaña. En el viejo mercado de Rowen se levanta una hoguera. En la cúspide del montón de leña atan a una joven vendedora de comidas rápidas. Las acusaciones de idolatría, y herejía son sólo una débil excusa. Todo el mundo sabe que la joven habla demasiado por teléfono. Se da un pequeño sermón, se lee rápidamente la sentencia, y se enciende la hoguera.
Las llamas comienzan a lamer su cuerpo, lo envuelven. El plástico derretido de la visera se confunde con su rostro deformado que sigue hablando hasta por los codos calcinados. Se queman su carne, sus músculos, sus huesos. Pasan cuatro horas hasta que su humanidad queda reducida a cenizas. Sólo unos pines ennegrecidos con el logotipo del local, dos pequeños arcos, sobreviven a las llamas justicieras.
No lo puedo creer, sigue hablando. Ahora juega distraídamente con un collar de perlitas baratas que ciñen su cuello.
Ese largo cuello y su exquisito rostro oval, se han convertido desde hace tiempo, en un símbolo de la decadente corte parisina. Tras el estallido de la Revolución, la chica ésta que no me atiende y Luis XVI, tratan de huir del país, pero solo llegan hasta Varennes, donde son detenidos. El rey es ejecutado en enero de 1793 y ella es trasladada a la Conciergerie, donde como última voluntad, pide realizar una llamada telefónica, que dura hasta el 16 de octubre, fecha en la cual, el tribunal revolucionario, harto de esperar, procede a decapitarla. No obstante su cabeza es elegida “cabeza del mes” y colocada en un pequeño cuadro en la sucursal Notre Dame.
Lo está haciendo adrede. Sin dudas. Se ha propuesto hacerme enfurecer con algún oscuro motivo que yo desconozco. Sigue sin prestarme atención. Sigue hablando con su amor.
Su amor (todos saben que se trata del párroco Uladislao Gutiérrez) escapa con ella hacia Goya, Corrientes, en tanto son buscados por el padre de la vendedora de cajas felices, y el propio Juan Manuel de Rosas, quien finalmente los apresa y ordena que sean fusilados no bien lleguen a Buenos Aires. Esto sucede el 18 de agosto de 1848 ante el horror de la familia de esta chica que sigue sin atenderme. La ejecución seguramente reviste perfiles dramáticos por cuanto es la primera vez que en el Río de la Plata una mujer sufre la pena de muerte. Por escaparse con un cura. Y hablar tanto por teléfono.
Han pasado ocho minutos…
-…Hola, buenas tardes y disculpá la demora ¿Qué te vas a servir?
-Dame una cerveza.
-Ay…acaban de cargar la heladera. Tengo gaseosas, pero tampoco están muy frías…
-¿En serio me decís...?
-Si. Igual… ¿querés ver una cartita..?
-Si, la verdad… me gustaría ver una cartita…
Nueva York - Septiembre de 2001.
Queridos Pá y Má:
Al fin conseguí trabajo en Los Estados Unidos. ¿Y a que no saben dónde? Si, mi sueño dorado… ¡Las Torres Gemelas! Les sigo escribiendo después porque empieza a caer gente. ¡Chau!
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