Era desafiante tener este cobijo madrugador, ingrato al sueño, y a tus buenas noches. Desafiante, sin embargo, siempre vulnerable, como tú y tu quehacer. Ya conocías, era la ruta misma, la que sobre el mapa rubricó tantas veces el fin de la jornada. Se acaba. A la mañana de nuevo, a firmar sobre el laberinto con tinta invisible. Te gustaba leer y Borges se te venía a la mente, a pesar de no haberlo leído; ingrato a la historia, también eras. Avanzabas anárquicamente en tus lecturas, te asegurabas una estado de ánimo, un buen sueño, un buen comentario. Perdías el tiempo tras la ventana, leyendo; o perdías el tiempo leyendo tras la ventana, empezaste a buscar los correctos modos de expresión. Tú lectura era tu firmar sobre papel, tu verdadero signo de identidad; no era un huella documentada, pero era una línea de tu ser, grabada invisible en tinta. Era además, que te firmen el día en los ojos, que marquen tarjeta en tu frente, que te trabajen como buen papel en blanco que eres, apto para la apropiación y la postura. |