Entre sueño y despierto perdías la vista en techo, desde tu horizontalidad de sábana amanecida. Así se vio de repente de pie, de repente frente al espejo; luego sentado, semidesnudo. El periódico en el suelo no era novedad. Entre el amarillento contorno, la áurea urea en el papel periódico: Géminis, leyó. El sudor provenía del grado de ejercicio que lo comprometía; recostado el pecho sobre los muslos, pantalones al tobillo, cagaba tiernamente con lagañas cicratizadas por una abrir y cerrar de ojos sin parar, que es el estar despierto. Los dientes, la cara, el cuerpo, el té. La cola de la noche se quedó tras la reja. Un equilibrio sobre la acera mientras se organiza al paso.
En la esquina, un puesto de periódicos reúne a la gente con la preocupación usual del cotidiano. Cincuenta céntimos cuesta el periódico: le das, lo tomas. Esperas tu micro, con la serenidad húmeda de las manos en los bolsillos, de los padrastros, de las cutículas, de los nudillos. Subes e inicias la lectura.
Eres una persona más en tú micro, seguro nadie se acuerda de ti, de tu misma camisa del día anterior, de tu nudo de corbata perenne como una rosa de plástico. Sacudes un poco la memoria, ves tras la ventana. Tienes una ventana igual a las anteriores, no cambia. El mismo cuadrado de cada día.
Y estoy aquí, junto a tu lado con la mirada hecha un amor, un embeleso que no desemboca. Te veo el detalle de la rosa, observo tu ventana similar a tu ayer y a tu anteayer. Te presto los cuidados necesarios para que vivas como hombre, desde esta cáscara continua que me viene urdiendo, siendo algo entre dormido y despido, pero con todo el poder y la potestad para que en ocasiones sea capaz de, por ejemplo, levantarte del asiento y arrojar tu cuerpo a rodar bajo el toro latón de la avenida.
Lees el periódico y la vista se detiene en los colores de imprenta con la soltura y el desprendimiento del encargado de mesa de partes que eres. Profesionalismo mecánico. Barata acción en que sustentas el viaje. Géminis...Cinco renglones de cabalística y brujería necesarios para un laico. No puedes contener tu imaginación, tus proyecciones, el plan. Con solo tu posición ya empiezas desembarcar en el viejo puerto. El muslo, la parte tibia de la viajera, una tela que le cubre la pierna trigueña, peruana, inflada lo necesario para extender la mano, para contener la justa medida de añeja y oscura savia, de tibia almohada, el beso que tiembla y que humedece la piel joven, flácida, la compañía que es el sólo muslo en el amor... la tibia viajera, de media cola, con la tensión en las sienes tal cual la mañana nos lo impone y la noche nos la deja, seriedad y humedad, el grado de humedad, olor al baño, velos de agua de colonia, camisa de cuello, blancor suficiente para la elevación de tus senos, para la puntuación de tu pecho. Lo ves con el desdén que obliga a nuestros cuerpos relajarse, a la vez, con la misma tensión de las sienes de la señorita.
Pero eres burdo, te consuelas en la sábana vieja de tu periódico, solo para que la pupila se mueva a paso de mosca por tus rabillos. Quieres saber más, por eso te acercas disimuladamente y su muslo no es solo la tibieza que sabías tras el velo de su falda, sino ahora es la emoción de la quietud de ella, se deja, la nueva temperatura que ahora conoces es la misma, solo que extendida y correspondiente. Crees rozar su pierna crees sentir el nylon de su pantorrillas, la vellosidad ligera, como resolana, de sus antebrazo. No eres una apariencia atarantada en este lugar. Vives el contacto, nadie se da cuenta. Solo yo te veo y puedo hacer desde acá, sentado atrás tuyo, cualquier acto que te delate que te denuncie, que demuestre tu vanidad hermosa, obscena y cruda. Ahora mismo me acerco a tu nuca, comba y gruesa y respiro en beneficio de tu instante. El entreabierto de los labios que desde este ángulo se percibe contiene un aire salival de invite. Yo no te toco, te recorro como humedad, como calor, esto no es tocar. Así me subo a tus hombros, sin tocarte. Me acerco a tu oído y en el dibujo de tu oreja dejo mi saliva, capullo de oruga pendiente de tu pallar. Lo mismo en tus labios, te dejo al saliva y un beso enjugado en el calor de tu mejilla. No sudas, babean tus poros. La señorita, erguida en la curva de su columna, sostenida en el planchado de su camisa deja el perfil. Yo, inquisidor de tu deseo, trato de maltratarte en el vacío, te cierro los ojos con mis manos, te tapo la boca, coloco mis rodillas en tu espalda. Tu postura ya no es la del principio, ahora yo peso para ti. Y desde aquí, desde tu lugar tengo tanta capacidad como tú. Desde aquí la veo a ella, junto a mí. Ya la he tocado. La señorita también me corresponde y yo la deseo tanto como tú, la retengo mejor, la trato como ella misma lo haría en su unicidad, yo la abrazo sin tocarla, sé hace eso. Sé por eso que tiene el cuerpo fértil, las venas rápida. Es mía, me ama, me amará. Los labios cuelgan recién besados, brillan recién tocados. Mis dedos le rozan esa herida, la saliva le protege con su hormigueo transparente. Los dedos inconclusos son unos músculos para morder blandos e invertebrados, los senos apuntan a la camisa sostenidos con soberanía por un encaje que veo tras los botones, liso y sin error, ambos colocados con cuidado, más abajo el abdomen, una cuerpo que cede a la posición, que se arruga con naturalidad, son tus excedentes, tu ligera gordura que tantas veces han besado, en donde han dormido sábanas con nombre, vivas. Sobre ti caliente. Recuerdas.
Ya no te preocupes, te tocan.
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