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Inicio / Cuenteros Locales / sade0990 / Preposada audaz. Esdras E. Camacho

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Ni pederastia de ella, ni geriatra filia la mía. La maestra Luz es una dama, era una señora toda que no se permitía los facilismos, la flaqueza de espíritu y la debilidad de carácter, al contrario era de valientes decisiones y animosa líder de una secta, profesora de danza, buena madre y buena amiga. No fue la hormona la que la condujo hacia mí, no fue planeado con artificio aquel encuentro.

Se justificaban las borracheras semanales en casa de Jesús Salas, el columnista de un prestigioso diario de circulación local, al recinto acudían puntualmente de veinte a treinta personas de oficios varios relacionados con el mundo del glamour y de la bohemia, ansiosas por regodearse con iniciados en las artes hedonistas de la clase media. La hora de entrada, las nueve de la noche, la de salida, ¿Quién demonios se acordaba?.

Cursaba el segundo año de Ciencias de la Comunicación y sabía de la casa de fiestas de Jesús, por las reseñas que publicaba. Tenía un sentimiento de autosuficiencia para incursionar en temas de interés que sabía que dominaba, pero que me faltaba un aire de urgencia de ser entrometido para ser aceptado en la comunidad de comunes.

Leía poco, porque creía que no podría leer más, claro solo leía lo difícil, lo sencillo es intrascendente, me instaba una suerte de egocentrismo cuando reconocía que no se necesitaban muchas neuronas para ser crítico de la crítica, sesudo analista del contexto situacional de la política y la culturan nacional y regional. Necesitaba demostrarme que lo que era, era tal y como lo suponía.

Llegué a la preposada no se si por ocio o por el amor al chupe. Al principio sentía un vacío incómodo. “El mundo es de los audaces”, dijo mi padre hacía meses en el seno familiar y yo poco quería recordarlo, porque no sabía como empezar a ser audaz, además no era obligado, porque mi propio padre que iba a saber de cómo serlo en una realidad desorganizada, pululante de gente sin ética y sin criterios definidos. Puros atisbamientos, puras elucubraciones, solo palabras que eran ideas que generaban a su vez más palabras pero solo era eso, un circulo vicioso de cortas ideas y de apocamiento social.

La válvula de escape eran mis pequeños vicios, el alcohol, la literatura y el cine, un escape mediano y como yo, un ser mediano de muchas expectativas, muchas sin saber definirlas, pero eran muchas creo. Necesitaba escapar en grande porque mi prisión era grande, era la falta de iniciativa para congregar todas las palabras y todas las ideas en una personalidad carismática, que convocara las delicias de lo desconocido.

Improvisaba la justificación de mi presencia, por si alguien se interesaba de averiguar quien era, pero no… todos se ocupaban de endiosarse, de recularse entre los habituales sabihondos todólogos que atrevidamente hacían la elite de la cultura, muchas poses, pocos creadores. Cronistas, periodistas, pintores, cantantes, fotógrafos disfrazados, según el caso de intelectuales cosmopolitas, contemporáneos o vanguardistas; todo eso y por supuesto bebedores sociales liberales y libertinos.

No era que yo aspirara ser uno de ellos, pero a los 19 años, cualquiera ruega que le den pie con bola desde el cielo para ingresar al mundo de los adultos y aprobar ligerezas, canonjías y evasión de formalidades anacrónicas de convivir.

Ya me habían visto y se dignaban a convidarme del sacro alipuz o para pedirme un favor, los cigarros, los hielos o los cacahuates y a luego la discreción cuando sabían que apenas tallereaba poesía con un cualquier cualquiera y que si me interesaba la cultura, mejor me alejara de aquel grupo, que lo único que ahí aprendería sería a ser petulante, engreído, seudo intelectual y quien sabe si no medio “homosexual enclosetado”.

Ahí estaba yo enjaretándome la vanagloria de los cuerpos, sintiendo contradicción de detestar lo simple y hallarme en medio de tanta mundanidad y simpleza de los que celebraban los rasgos creativos de algunos con rituales ritos de iniciación y aceptación a la colectividad.

Otra vez al ostracismo en medio de la algarabía, quizás se fijaban o no pero mi papel impuesto a voluntad era ser espectador, ellos eran mi objeto de estudio, hacía sin saberlo una observación participante que a la vez escudriñaba y me bebía sus proyectos políticos, las coquetas actitudes, la misoginia brusquedad, la palabrería desatada, la lujuria sosegada, la voz del cantante Joaquín Sabina, Aute, combinada con el Hip Hop y el House latino.

Y yo pensando: a mis diecinueve soy más sensato que todos juntos, pero eso que importa, que vale cuando lo de moda es ser figura, ser un dechado de habilidades no intelectuales ni mucho menos pero si de audacia, de frescura y de carisma. ¿Audacia?. Allí todos menos yo eran audaces.

En esa alegre cavilación compensatoria de mi escepticismo, y a punto de irme a acostar a la casa de asistencia a estudiantes, como a las 12: 00 o a la 1:00 de la mañana, a mi lado una mujer con mi propio sentimiento de aturdimiento y casi incomodidad. Luz Castillejos, la profesora de danza, un cigarro, gracias y la fluidez de la conversación, el frío del hielo en mi cerebro, caray, era una persona dispuesta a conversar sin protocolo, rato hace que me miraba y sírvete otro jaibol; no conocía a nadie y conocía a todos, igual que ella, compartimos el soportable tedio de la cortesía y de la ausencia presente, y yo nomás quería comportarme como buen adulto.

Luz dijo ser amiga de un amigo, que estaba de pronto sola, porque su amigo se ocupaba de otra gente y podía ser de útil compañía, mientras tanto con tal de ser voz participante, sería aprendiz de carismático. Acepté quedarme.

Luz Castillejos tenía cumplidos los 50, dos hijos sanguíneos y uno adoptivo, vivía con el menor, de 18 años, casi mi edad, (yo me había aumentado la edad) bueno yo para ella tenía 22. El divorcio le había favorecido ya que podía dedicarse sin ataduras a las acciones de beneficencia y equidad de oportunidades a los necesitados, sin fines de lucro. Yo, bien gracias, era poeta, no bueno no lo creía yo, lo decían y que podía ser y tenía que repetírmelo para que me lo creyera.

Esa noche – madrugada ella entendió la frase: “Nunca digas nunca”, yo me ocupaba de aparentar segura experiencia que pudiera obviar mis diálogos pueriles.

La comisura de los labios estaba surcada por pliegues y diminutos vellos gruesos, sus besos eran elegantes y delicados, sus maneras justas y meditadas de hacer el amor, la precaución y la higiene por sobre la intensidad de las acciones. El acomodo y el pedido de usar con propiedad los músculos. La ventanita al patio medio cerrada, la lámpara del buró con las toallitas de tela blanca, listas para limpiarnos los fluidos.

El desayuno integral y la mirada de complicidad hicieron delicioso el café, el gusto y el deseo satisfecho, dado sin resacas, ni culpas. La despedida y el convenio de volver oportunamente otro día u otra noche o mejor a comer.

Horas después del desvelo me seguía la extraña curiosidad acerca del suceso. ¿Sería inspiración para mis versos?, ¿Me habrán visto con ella?, ¿Será que ya soy el amante de una mujer de cincuenta?, ¿En eso consistía mi audacia?.

La volví a visitar, volvimos a lo mismo, a la emoción transitoria, salimos a cenar algunas veces, me regaló varios libros y al final, acordamos dejar de frecuentarnos, yo me cambié de dirección, Jesús Salas cambió de casa y de estilos y ya no asistí otra vez a las clásicas fiestas buenas aquellas.

Hoy, varías historias después, luego de redactar mi acostumbrado artículo para esta sección, me acordé de Luz, cuando desde mi escritorio en el cubículo de la academia de profesores, contemplo dos regalos y dos invitaciones, una de colegas y otra de jóvenes estudiantes de periodismo, aspirantes a críticos, escritores, artistas, creadores… etc. …¿A cual iré?.

Texto agregado el 09-03-2005, y leído por 383 visitantes. (1 voto)


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