Nadie podía predecir qué destino en suerte le tocaría; nadie, ni siquiera Dios.
Desperté con una noticia en mis oídos y mi madre orando ante una estampita de la Virgen del Rosario. El ejercito llamaba a ex conscriptos (clase 63/64) para reforzar el frente de lucha.
Miré a mi hermano tomar su bolso y mi madre rogando que todo fuera un error. Y, entre lagrimas y noticias desgarrantes, él partió rumbo a un horizonte incierto, incomprendido y que algunos pretendían disimular desde la euforia de un mundial de fútbol que pronto comenzaría.
Y de repente estaba luchando por una causa que nunca terminó de comprender… Mientras, yo, con mis trece años, poco entendía lo su sucedido.
Mis amigos gozaban y reían desde un gol que se dibujaba en la boca de Maradona mientras otros enjugaban lagrimas de resignación. No había memoria ni canciones de protestas. ..Todo parecía confundirse desde la euforia de un tal Gómez Fuentes (periodista oficialista) o en la quizás disimulada alegría del gordo Muñoz.
La incertidumbre invadía nuestras vidas y por momentos sentimos vivir en una trinchera y nuestras camas se amalgamaban entre sangre, fuego y dolor.
Mi madre no podía recordar el nombre de su hijo; lo había olvidado hasta el momento en que él dijo adiós.
Y la Selección Argentina quedaba fuera del mundial, la gente entristecía y la radio se silenciaba desde un rumor que no se pudo evitar. Esta vez todo había terminado. Un mar de luto rodeaba la isla que por mucho tiempo olvidamos y pretendimos defender a través de vírgenes ojos desenfundando fusiles. Nada podía detenernos había sangre joven alimentando nuestros objetivos…
Lo cierto es que hoy, mi hermano, yace sepultado en algún lugar de aquel cementerio blanco reflejo del egoísmo, la soberbia y la corrupción…Y sobre su cuerpo clavado una cruz de madera con una frase simple, que de tan simple es patética: “Solo Dios conoce su nombre”.