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Los siameses Pedro y Peter Roy eran una argamasa grotesca vestida con un ropaje extraño que cubría sus cuerpos hermanados por el abdomen. Todos los días realizaban su número musical en la pista de aquel circo de variedades. Peter tocaba el violín y Pedro la flauta traversa, mientras bailaban una endemoniada danza a cuatro pies, lo que les daba el repulsivo aspecto de un gigantesco arácnido enfundado en un traje azul adornado con lentejuelas plateadas.

Ambos masticaban la pena de tener que ganarse el pan siendo el hazmerreír de la gente que concurría a ver ese extraño espectáculo. Peter y Pedro habían sido vendidos casi recién nacidos por su madre a un empresario que le pago lo suficiente para alimentar por algunos meses a su numerosa prole. Durante veinte años habían hecho lo mismo, recibiendo por ello una miserable paga que sólo alimentaba su odio hacia aquel mercader que usufructuaba con su desgracia.

-Se me acaba de ocurrir un número que hará las delicias del público- les dijo Goncornet. Los siameses lo miraron con recelo, puesto que, conocedores de su maquiavélica mente, sabían que esta nueva exigencia les significaría una cuota extra de esfuerzo sin que por ello se les remunerara mejor. El número consistía en caminar con las manos mientras equilibraban en sus pies una cesta con agua y harina. Claro, ambos elementos indefectiblemente se derramarían sobre ellos dejándolos convertidos en una bola de engrudo, lo que originaría la risa desatada de ese público ávido y enfervorizado que por el simple hecho de cancelar su boleto, exigía un espectáculo acorde a sus expectativas.

Peter sólo atinó a llorar, esquivando la mirada furiosa de Pedro, quien se juramentaba hacerle pagar muy cara su afrenta a ese individuo sin corazón que sólo deseaba llenarse los bolsillos de dinero a costa de sus permanentes humillaciones.

La gota que rebalsó el vaso fue cuando a Goncornet se le ocurrió que los siameses deberían tocar sus instrumentos equilibrándose sobre el ampuloso lomo de un elefante.
Pedro le hizo notar que era muy probable que sufrieran un grave accidente, que no tenían ningún seguro que los amparase, que acaso sería un pésimo negocio, puesto que si se accidentaban, el que perdería sería el circo ya que no contaría con una de sus mejores atracciones. Nada hizo cambiar de criterio al duro de Goncornet, quien les ordenó que al día siguiente se pusieran a las órdenes de Oskar, el domador de elefantes.

Aquella noche, Peter lloró hasta quedarse dormido y Pedro despotricó hasta que agotó su repertorio de injurias y maldiciones. A las cuatro de la madrugada, una voluminosa sombra reptó entre las carpas hasta encontrarse con la del empresario Goncornet. Un grito sofocado al parecer por una mano que cubrió esa boca espantada, alertó a los guardias, quienes se encontraron con un horrible espectáculo. El empresario había sido apuñalado varias veces y ahora yacía ensangrentado entre sus sábanas de fina seda.

Pedro confesó de inmediato su crimen, sin que Peter hubiese sabido de ello, ya que en esos momentos dormía profundamente, producto de un narcótico que su hermano había mezclado con su café.

El juicio causó revuelo puesto que era el primer crimen que se producía en estas extrañas condiciones. Pedro se declaró culpable y su hermano, que no tenía arte ni parte en este asunto, si bien hizo causa común con su hermano, debió permanecer encarcelado, enfrentar al jurado y sentir como su sangre se arrebataba cuando Pedro fue sentenciado a muerte.
La polémica adquirió gran fuerza cuando voces de todos los sectores adujeron que el estado estaba a punto de cometer un despiadado crimen contra el siamés inocente puesto que ellos compartían varios órganos en común y la muerte de uno significaba automáticamente la del otro. Algunos propusieron que antes de hacer justicia era preciso separarlos, asunto bastante oneroso en lo que se refiere a costos, sin considerar el riesgo que sugería realizar una operación de tal envergadura.

Por lo tanto, condenado e inocente debieron compartir la celda mientras las autoridades se devanaban los sesos tratando de resolver tan complicado puzzle. Pedro rumiaba su furia ante la espera y Peter sólo miraba nostálgicamente a través de los barrotes aquella libertad que le pertenecía y le hacía musarañas desde afuera.

Pasaron varios años y entretanto se propuso un plebiscito para que el pueblo decidiera el destino de los siameses. Los legisladores no fueron capaces de encontrar alguna solución que fuera justa para ambos. Todo estaba en statu quo.

Fue tanta la desesperación de los siameses que una mañana Peter pidió que no los atormentasen más con tan terrible espera y que los ajusticiaran a ambos. La gente se aglomeraba frente a la cárcel pidiendo justicia. Sus devotos, entretanto, habían levantaron un monolito en donde aparecían dos figuras unidas por el torso y este monumento luego fue declarado patrimonio de la humanidad. Se escribieron voluminosos libros que narraban la odisea de los siameses, los grandes pensadores redactaron sesudos ensayos que demandaban un marco preciso para este tipo de situaciones.

Una noche, los carceleros “olvidaron” cerrar con llave la celda de los siameses. Afuera de la cárcel, un coche, esperaba con el motor en marcha que las figuras amorfas lo abordaran. Cuando ello sucedió, aquel vehículo emprendió veloz carrera y nunca más nadie supo nada de los siameses. Asunto solucionado…







Texto agregado el 08-03-2005, y leído por 712 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
13-03-2005 Excelente. A medida que leía me fue preocupando como solucionar el caso. Felicitaciones y mis 5* jorval
10-03-2005 Muy bueno, entretenido hasta el final. me hizo recordar al "hombre elefante" mis ***** peinpot
10-03-2005 Leer tus textos es como abrir todos los dias un minilibro y esperar a sorprenderme con tus palabras e imágenes. No sé como lo consigues, pero lo haces. Me encantó..., quizá me esperaba otro final más acorde con el tono "oscuro" del texto..., será pq no me gustan mucho los finales felices... Mis estrellas. Efecto_Placebo
10-03-2005 Me gustó mucho este relato con todo el horror que encierra, y no hablo del crimen que bien se lo merecía ese malvado, hablo del horror de vivir de esa triste manera, toda la vida ligado al destino de otro y a sus acciones. Un abrazo por un texto perfecto y estrellas siamesas. Magda gmmagdalena
09-03-2005 recordé a aquellos siameses chinos que vivieron hartos años, creo q hasta los 60 y compartieron toda la vida, estaban unidos por el estómago. Se casaron, tuvieron hijos y murió uno, con minutos de diferencia murió el otro, hicieron la autopsia y descubrieron q estaban unidos solo por piel y músculos, ningún órganoi vital compartían era absolutmente separables sin correr riesgo alguno. ¡Que locura y que injusticia! anemona
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