Después de oír el cuento mil y uno el rey se relajó y acarició a Schahrasad. El hombre capituló bajo el encanto de la joven y decidió acabar con la locura que le había llevado a decapitar a tantas vírgenes en el país.
-Pídeme lo que quieras- dijo el monarca.
Ella deseó un cuento. Escuchar un cuento.
-Lo siento, no sé ninguno.
-Claro- suspiró ella con cierto desdén –hombres-
El rey percibió el desencanto. Se enojó y entendió que quizás se había precipitado derogando las decapitaciones. Sin que le temblara el pulso ordenó.
Aquella mañana Schahrasad almorzó reina y viuda.
ifigènia
Texto agregado el 08-03-2005, y leído por 309
visitantes. (5 votos)