No la conocía aun, pero había pensado en ella durante días.
Algún amigo antiguo lo había encontrado en la calle por casualidad, sólo para preguntarle por ella, ¿que ha sido de aquella mujer que confundiste con la virgen aparecida a los demonios?
Sin esperar una respuesta se marchó, como si conociera lo que había de constestar, ¡la sigo viendo en la foto de la tumba!.
Es ella quien te habla, se decía convencido, no aceptaba que fuera un pequeño ser vulnerable, escondido en la imagen de una Diosa, que parecía no temer a nada.
Eran sus ojos un sí o un no, el tal vez se lo había dejado a otros; su sonrisa un nunca o un siempre, lo pasajero se lo había regalado a los mendigos que la esperaban a la puerta de su templo.
Era un blanco o un negro, el lugar purificado donde se encontraba cada vez y a sus espaldas un nombre incompleto.
Su pelo de un negro tenue, se escondía confundido entre las sombras de su entorno, entre esa oscuridad que se dejaba habitar, por las suaves luces que exhibían sus tiernas facciones.
Su mirada engañosa, hacía pensar que guardaba un sentimiento íntimo para todo aquel que la veía, un símbolo que aunque claro, incomprensible, que aunque nítido, ilegible, un idioma no mundano, que hacía morir de impaciencia a los que la amaban sin esperanza.
La hubiera descubierto yo, por su perfume, se repetía convencido; no dejaba de buscar su olor en la muchedumbre, ni la música de su voz, que cantaba cuentos de niños.
Se dio un motivo inventado, como lo era su vida; para vivir en paz, creyendo tontamente que ella lo esperaba tras una puerta lejana;
Era feliz enamorado de la duda, prefería imaginarla como el placer de una droga, aquella droga extraída de una planta extinta, cuando ellos no nacían.
Decidió llevar consigo la imagen de ese ser que entendía su locura, amaba la sensibilidad que la hacía temblar, su entender la filosofía, y su desconfiar de los imposibles.
Le gustaba estar con ella en el evangelio de los monstruos que vivían para escribir, en aquella noche del suave infierno, brindando siempre por el amor y esperando una música que nunca empezaba.
¿Quien eres tú? Que entras a diario y sin avisar en mi pensamiento.
Acaso aquel ser esperado, que mata, que despedaza las entrañas, pero que nunca me haría llorar.
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