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Inicio / Cuenteros Locales / tierni / ¿QUE SIENTE TU ALMA POR MI IGNACIO?

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Despertó sobresaltada, tipo tres de la mañana. Con esa idea fija clavada en su mente. Sin embargo el solo pensar que existiera en su cabeza, lo sintió como un taladro eléctrico perforando su cerebro.
En medio de la oscuridad de su cuarto, trató de adaptar sus pupilas a la negrura implacable de la noche, hasta que poco a poco logró perfilar cada mueble, ayudada en este empeño por la tenue claridad que a través de la ventana, enviaba desde la lejanía la luna llena, que solamente observaba inmutable y silenciosa la pasividad de aquel entorno a tan temprana hora.
Se revolvió inquieta entre las sábanas, tratando casi en vano de ordenar sus ideas.
El ventanal semi abierto que daba hacia el jardín, dejaba entrar deslizándose suavemente a través de la brisa nocturna, un agradable aroma a jazmín, que provenía de la enredadera que trepaba adherida a las paredes azules de la casa. Era casi un árbol luego de años de crecimiento, de sus cuidados amorosos y de un riego abundante. Como el regalo que le hacía la naturaleza, al sentir ese amor que llegaba de sus manos de dedos verdes.
Todo lo que tocaba brotaba como por arte de magia, incluso el invierno recién pasado se había sorprendido al descubrir que una rama desnuda que utilizó como tutor del canelo pequeño que adornaría mas adelante en el tiempo, el rinconcito del jardín donde estaba el banco de madera de color amarillo, había también brotado, convirtiéndose ahora en un pequeño floripondio, lleno de hojitas verdes, que mas adelante le entregaría la hermosura de esas enormes flores abiertas, cual trompetas de bellas tonalidades rosadas.
Y el banco cercano, testigo silencioso de esas horas que se sucedían con demasiada premura en esos breves minutos que ella disfrutaba de su compañía, de estar sus manos entrelazadas y sus miradas fijas una en la otra, o cerrar lentamente sus ojos mientras unían sus labios, sintiendo que los envolvía tanto amor, que hasta era posible percibir al pequeño Cupido de inmaculada vestidura, revoloteando a su alrededor, mientras lanzaba flechas hacia sus corazones que palpitaban al unísono, permanecía solitario y mudo, a la espera de un nuevo encuentro.
En medio de la semi oscuridad, el único sonido que rompía el silencio relajado de la noche, era el cantar de un grillo solitario que llamaba angustiado a su pareja, sintiéndose tal vez tan desesperado como lo estaba ella.
Encendió la radio con un movimiento casi automático de su mano. La emisora pre-definida, lanzó al aire estelas musicales que llenaron el lugar de esas melodías románticas que le agradaban demasiado.
Siempre habían sido sus preferidas, y ahora más que núnca, sintiendo la intensidad loca de ese sentimiento que se albergaba en su pecho desde el día que Ignacio había entrado en su vida, y que a través de las palabras en tantas conversaciones sostenidas, habían logrado cada uno, atisbar en el alma del otro, hasta que el sentimiento que jamás fue esperado los envolvió de pronto con hilos de ilusión, pétalos de ternura y lágrimas de esperanza, hasta que al darse cuenta de su existencia, ya no cabía retroceso alguno.
El amor había lanzado sus cartas sobre la mesa y sólo quedó asumir en sus mentes lo que sus corazones ya estaban sintiendo, algo que sus almas ya conocían desde hacía una eternidad.
Había sido una llegada sigilosa y perfecta en su forma y en su fondo, solamente perturbada por esa idea que rondaba tristemente entre sus pensamientos esta noche, en estos últimos minutos angustiados y de sobresalto nocturno.
Las melodías y la voz de Karen Carpenter, siempre lograban apaciguar de alguna forma los nerviosismos, angustias, penas, y temores de cualquier situación que la vida le entregara durante el día a día, sobretodo en esas horas de calma y atardeceres, cuando los rayos del sol acarician la tierra en una íntima despedida hasta el nuevo amanecer de una nueva caricia, e iluminan las nubes de coloridos rojizo-anaranjados.
Mágicos arreboles suspendidos apenas un minuto en las alturas, tapizadas de pequeñas formas esponjosas de algodón blanco, teñidas de cálidas tonalidades encendidas, que permaneciendo estáticas durante algunos cortos segundos de divinidad, luego se convierten nuevamente en las nubes blanquecinas transportadas por la brisa en un imperceptible y permanente navegar desenfadado a través del cielo.
Su pensamiento saltaba de recuerdo en recuerdo. Desde la total claridad en un instante, hasta una completa nebulosa segundos después, que la envolvía en una especie de sopor mezclando el sueño aún adherido a su cuerpo, con esa sensación de alerta adormecida que bullía secretamente muy en el fondo de su mente.
¿Por qué?...No podía comprender el por qué de ese por qué. Algo tan simple y a la vez tan complicado.
El destino había jugado una suerte de ironía con sus vidas. ¿Cuál era la respuesta que aún no lograba encontrar, que justificara ese encuentro tardío en el tiempo?
El sentimiento era tan grande y tan profundo que dolía. Ella vivía una etapa de su vida en la que el sol comenzaba a iluminar su espíritu nuevamente. Era una sensación que la envolvía por completo, haciéndola sentirse impulsada por las letras, empujada por la música, incentivada por la pintura, pero por sobre todo por el cariño inmenso, el amor infinito que presentía desde antes que existiera el tiempo, y que estaba segura provenía de otras vidas junto a él.
Incertidumbre absoluta, ya no entendía nada, no lograba percibir ni la más mínima claridad en esta difícil situación que se encontraba allí de pie frente a ella, como pidiéndole a gritos y en sollozos ahogados que eligiera un camino en esta encrucijada que había ante su vida y que con toda sinceridad, ella no era capaz de resolver.
Y él, Ignacio, tan cerca estando allá tan lejos, porque dentro de ella estaba aquí, al alcance de un beso, a la distancia de un suspiro encerrado en su alma esperando salir, con la fuerza de un proyectil hacia su cuerpo cálido y varonil, hacia sus brazos que la esperaban y la extrañaban siempre.
Sin embargo para Ignacio, su vida estaba allá, y él era parte de un engranaje que se negaba a ser desensamblado, ¿y en su mente que pensamientos bullían?, ella no lo sabía a ciencia cierta, ¿quería acaso él bajar de ese escenario en el cual había participado toda una vida, de amores varios de mujer y de hijas, de negocios fructíferos, de un status logrado a fuerza de sacrificios, horas robadas a la familia y mucho esfuerzo, sólo por volar hacia el lugar soñado desde siempre, donde estaría esperándolo eternamente la cuna del amor verdadero, que eran sus brazos abiertos?
Fuerte decisión, tan simple y tan difícil a la vez. Con su mano descorrió la sábana, y se levantó lentamente de la cama. La noche era agradable, por lo menos la noche era amigable en medio de tanta confusión interna.
No hacía frío, y caminó hacia el jardín inundado de perfumes embriagantes, frescos y envolventes, hasta llegar casi sin darse cuenta hasta ese banco de madera amarilla, su rincón preferido cuando estaba junto a él.
No fumaba, pero en aquel momento habría querido hacerlo, para mantener ocupadas esas manos ociosas que sólo anhelaban sentir la tibieza de su piel. A lo lejos, el ladrido de algunos perros solitarios en las calle, tratando de seducir quizás a la luna blanca como la espuma, que los miraba desde lo alto con aire de señorío e indiferencia absoluta.
Esa luna, la misma de los mensajes a su celular, la que Ignacio le había regalado tantas veces. La esfera plateada sobre la que habían encontrado sus miradas en tantas ocasiones, mientras ella imperturbable, continuaba brillando allá en lo alto, sin hacer ningún caso.
Núnca hubo sobre la superficie lunar tantos cráteres mudos, como miradas perpetuadas en esa superficie arcillosa enviadas por estos dos seres enamorados, desde la distancia.
Distrajeron sus recuerdos sus tres perros regalones, que se acercaron a ella en un gesto de amistad, de quererla y de sacar de su piel al pasarle sus lenguas ásperas pero llenas de lealtad y cariño animal, esas sensaciones tan desagradables que la embargaban esta noche. Los acarició por un largo rato, se habían acostado a su alrededor, siempre estaban cerca suyo, y ahora realmente necesitaba de su compañía.
Sintió inundarse su pecho de esa ternura que nos dan las cosas simples, las cosas gratis, el amor desinteresado, sólo por estar, la compañía que no espera nada a cambio, aún a esta hora de la madrugada, habiendo ellos despertado de sus sueños tranquilos sólo por hacerla sentir mejor.
Y surtía efecto. Entre sus perros y la luna fue como un bálsamo que en un relajante masaje al alma lograba entrecerrar nuevamente sus párpados. Se levantó lentamente y caminó hacia su dormitorio, bostezando en medio de una modorra que comenzaba a adormecer todos sus sentidos.
Se recostó sobre la cama nuevamente, y se cubrió totalmente con la sábana. La voz armoniosa de las melodías que provenían de la radio aún sonaba en el aire, dándole un toque de romanticismo a esos minutos de sosiego absoluto.
Una tenue sonrisa se dibujó sobre su rostro al recordar la voz de Ignacio. Esa voz firme, sonora, fuerte y estimulante al igual que su risa agradable.
A medida que lo fue conociendo, siendo tan sólo amigos, comenzó a sentir la sensación de la realización de ese sueño que viene desde niña, que existe desde siempre.
El sueño donde la mente forja una imagen, con la figura de un caballero medieval, aquel de reluciente armadura, que porta el escudo y la lanza, y viene desde el tiempo inmemorial en su cabalgadura, un hermoso corcel de blancura impoluta, perfecto en su grandeza y elegancia.
Y a medida que la niña se va haciendo mujer, el caballero de los sueños infantiles, que es poseedor de ciertos atributos que deberá reunir al concurrir en el presente trayendo el amor entre sus manos, queda guardado en el corazón, para que éste lo reconozca cuando llegue.
Al conocer a Ignacio, fue la primera vez que recordó esa imagen. Su manera de ser, su ternura infinita, su alma desnudada por completo ante sus ojos, le mostraba a ese hombre esperado durante tantas vidas, soñado en tantas noches, y reconoció en su corazón que se trataba de él.
Un día, a poco andar los besos y las caricias, le había preguntado con toda seriedad:

_¿Qué siente tu alma por mí Ignacio?_ y el había respondido con ternura...

”¿Qué siente mi alma por ti?, podría comenzar diciendo que espero que sienta lo mismo que la tuya por mí.
_Siente por ejemplo, que tu tienes la otra mitad que a mi me falta para que juntos completemos el alma perfecta.
_Siente que no puede sobrevivir muchas vidas más, sin tenerla cerca.
_Siente que esperará las vidas que haya que esperar para encontrarse en algún lugar del tiempo o del espacio con su otra mitad, siente que te pertenece.
_Eso siente”.

¿Cómo no amarlo de la forma que lo amaba si él era así?
De pronto, cuando sus ojos se rendían al embrujo de los sueños, sintió el aviso de un mensaje que acababa de llegar a su celular.
Se incorporó con rapidez, lo tomó entre sus manos y revisó su contenido, era de Ignacio, su corazón dio un vuelco al leer sus palabras:
_Mi niña preciosa, mañana estoy por allá, ya tomé una decisión.....

Texto agregado el 08-03-2005, y leído por 227 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
28-03-2005 Sólo te puedo decir que....es lindísimo!!! encoruja
 
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