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EL VIAJE DE CASI MORIR


Cómo recuerdo aquel viaje; el viaje de casi morir.

Sucedió cuando estaba por acá, pintando los muros, limpiando los baños, aserrando cabezas. Por ése entonces, también por el de ahora, sigo así, laborando mi vida, día a día. Trabajando. Y los conocí.

Eran dos tipos; el alto y el bajo. Paisa y caleño, incansables de labrar, despiertos al mundo; sencillos y humildes; de corazón frágil y alegre. Serían ellos los responsables de moldear una vida, de consternar los sueños de un mortal, de verme crecer como nunca, al lado de ellos. ¡Cómo los recuerdo¡

Después de conocernos, nuestra amistad perduró por siempre; incluso, más allá de la muerte.

El viaje surgió luego, después de mil aventuras, de paisajes recorridos, de labriegos olvidados, de sudor derramado, de esteras tendidas a la espera de nuevos traseros. No sabíamos hacia dónde íbamos. Pero, como siempre, hacia la nada, a hacer algo.

El camino tortuoso, de piedras molidas, por el llantar continuo, por el paso del tiempo. Camino tortuoso, no nos verás más, después de éste viaje de casi morir.

Alguna vez hablé de cerdos, que corrían y mordían. Esta vez eran peor, suficientes sin ley, autoritarios y decididos, a matar o matar, por que morir, ya lo habían hecho, desde aquella vez que apretaron el gatillo, que cimbraron el fusil. Así mueren ellos, llevados por la avaricia, por la codicia y la pobreza. Patria mía que te quejas, por qué los persigues. Tú los creas, tu los acomodas. Ahora, es difícil. Necesitan pan, para no mendigar muerte.

Camino tortuoso, de mis selvas húmedas, del calor arrecio, de la mugre en polvo. Camino que me llevas, por el viaje de casi morir.
A nuestra llegada, no estaban lo globos, ni las serpentinas, ni las fiestas que siempre imaginábamos a cada llegada, a cada tumbo de vida. Esta vez había incertidumbre, miedo. Nos podríamos por dentro, sin darnos cuenta. A nuestra llegada, el fantasma de casas, de burdeles cerrados, el frío de la soledad.

De pronto, por entre la niebla espesa, niebla de muertos regados, por debajo del calor sofocante, unas botas de fuego, destellantes, con hierro de herrar, con sangre de barro; ¡cuidado¡ se acercan. Lento. Despacio. Firme. Duras.

Miramos la botas, sin pensar en quien las traía. Las botas corrían el monte, la hierba quemaban, apuradas. Eran autoritarias, crueles. Una piel desandada, que se pegó de una cara, maltrecha y ya apestosa; una piel pequeña nos enseñaba el nuevo paraje. Se llamaba el Jordán. Las fantasmas de casas que llenaban el Jordán, no eran eso, no eran jordanes, eran nada, basura.

Hubieron voces, cuchicheos. Nosotros, quietos.

Algunas caras tímidas se acercaron a las puertas; otras salieron de los árboles.

La botas pararon, al frente nuestro.

Las miramos. Tenían mucha sangre; eran oscuras, mas no negras. Oscuras de sangre tiesa y seca, de barro enjugado, de monte cienoso. Al lado de ellas, un tubito largo y delgado, que subía a ensancharse, amarrarse de algo, de la muerte misma, de la mano asesina. Fusil.

Por fin su cara. ¡Santa vida¡ ¡que pasó¡ es un niño, de años suficientes, pero no de tantos para se joven. Todavía niño, alto y demacrado. Enjugado por velos, de vida dura y terca, de sangre y batalla. Sus ojos lastimaban, de la tristeza que invadían. Sus ojos miraron mucho, muerto y vivo, pero siempre tragedia.

Nos saludó. No sabemos cómo, por que nos hicimos los locos.
Los días transcurrieron; pintura, más trabajo, vigilancia. Así trascurrieron hasta aquel día, en el que decidimos jugar al suicida, sin saber, que suicida es estúpido, cuando uno piensa, que morir es un juego. Pero así fue. Prender el motor, del transporte, verde y rojo, de moto acelerada, de pueblo a pueblo; así fue.

Recorrimos otra vez, caminos mas tortuosos, caminos demacrados, caminos derramados, por los gritos acallados, por el dolor nauseabundo, por la fémina muerte. Recorrimos esos rieles, aceras de material, de piedra negra y gruesa, de altos y bajos verdes, con serpientes en las copas, con monos siniestros, con algunos cómicos. Hasta que la hora nos llegara. Y llegó a medias.

Algunos rotos, en el cuerpo. Algunos rotos en las ropas. Pero nada más. ¿Que paso con la luz al final del túnel? Sólo teníamos carcajadas de estupidez. Y era la precisa piedra, la que nos llevó al beso, del polvo del suelo.

De regreso lo encontramos, al señor de los demonios, al confort de las tinieblas. Era el individuo que ostentaba, la bandera del silencio, para que los hombres colombianos, no digamos nada, no pensemos nada. Por eso escribo, para que su bandera no me vea. Cobarde verdad?

Pero le escribo, bandera de huesos roídos, hechas con follones de ánimas, de luto siniestro, de pena embargada. Por eso cuento, cómo nos apuntaron, la luz, la roja, en la cien. Será que hay cosas buenas en la vida, amor regalado y percibido, que el tipo, el matón, no se atrevió siquiera a jalar el gatillo.

Miedo, otra vez.

¡Paren¡

Nos dijo.

Así lo hicimos, con el aparato hecho chatarra. Pero aterrizamos; pues él, sencillamente se nos colocó al frente. Así lo hicimos.

¡Dónde estaban¡

¡De dónde vienen¡

Del pueblo de los otros.

¡Son milicianos¡

Ahora si nos jodimos, me dije hacia adentro. Era increíble cuan idiota podía ser él, maldito infeliz, con ganas de apretar, la muerte en un silbido. Es increíble, como puede algo, tan pequeño y de metal, enconado y mísero, traspasar corazones y cabezas, cejas y ojos. Pechos. De los hombres que clamaron, por la vida y la Libertad. Del campesino que quiso, soportar el sol ardiente, tranquilo y con familia, a soportar el frío pavimento y la humillación del mendigaje, cuando son, y no son más, por que se convierten desplazados.

¡Son milicianos¡

Casi nos matan.

¡Cariño regalado y percibido¡

Casi nos matan.

Con las manos en alto, sobre la nuca vacía, bajo el pelo medrado. Con las manos en alto, hacia el cielo rogando, la vida implorando.

- pero, señor... nosotros trabajamos

¡Son milicianos hijueputas¡

- pero, señor... nosotros trabajamos y no somos hij..

¡Hijueputas milicianos¡

De tanto rogar, su alma calmó. Su fusil encalló, su mirada crispó, y sus labios, casi ríen.

¡¿cuántos vienen?¡

- ¿milicianos?, ¿señor?

¡sí, hijueputas, milicianos¡

- no lo sabemos, señor... tal vez tres volquetas, repletas de ellos, volquetas, negras, terror, miedo, fusil, bala, hambre, patria,,,

¡basta¡

¿nos dejaría ir? ; si sólo trabajamos, por qué no nos deja ir. Me decía, a mis adentros, cuan más callado, he podido estar. Miedo existe. No es posible demostrarlo, por que lo matan, a uno y a todos. Así es acá. Así nos matan. Por que se les da la gana. Así violan niñas, así derriban ancianos, así destrozan familias, así es la vida de mi selva querida. Así, entre miedos, rutina y cosas nuevas, nos desenvolvemos, contra todo y como podemos. Pero, a veces, ya no existimos. No aguantamos más la injusticia. No aguantamos más pesadillas. No más muertos, por favor.

Y el señor, amor del infierno, nos dejaría ir, si no fuera por, los toros demonios que por bualá, han salido de la selva misteriosa, del montón de hojas secas sobre árboles húmedos; bellacos que han salido, para querernos matar.

Casi nos matan.

El miedo corrió mis entrañas, sudó con migo a la espera, de la hora final. Las cuerdas en el cielo, estropearon nuestras manos, socorrieron el dolor. Las balas silbaban, alrededor de nuestro campo, con bombas de festín, sobre el cadáver Putumayo. No se cómo, nos dejaron ir.

Pero, señor... si nosotros trabajamos

Será que hay cosas buenas en la vida, amor regalado y percibido, que el tipo, el matón, no se atrevió siquiera a jalar el gatillo.

De regreso donde los otros, los milicianos, a los que no conocíamos; de regreso, al otro maldito infierno. A veces, es mejor tomar partido, para que lo maten por algo, por guerro o por para, pero por algo, no por inocente, no por bobo.

Y los milicianos mataron al caleño. Veinticinco balas estropearon su cuerpo. No lo vi más, ni vivo ni muerto. Sólo en recuerdos. Por que, para ése entonces, ya habíamos salido de esa mierda de sangre.

Mi amigo, el caleño, es otro de tantos más. Mi amigo, el paisa, es otro de tantos más que vive, no se sabe como. Yo, aquí les escribo.

Texto agregado el 07-03-2005, y leído por 119 visitantes. (0 votos)


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