Infierno, manos sarmentosas con afiladas garras que se infiltran por mis orejas, por mi boca y por mis ojos, seres repulsivos que arañan y rompen las membranas para enquistar en ellos sus humores pestilentes, pronto mi mente comienza a desvariar, las imágenes se retuercen como espantosas víboras de aciaga luminiscencia. Las diabólicas manos retuercen los mecanismos de mis vocablos para transformar mi habla en un sonido rumoroso, con palabras deshechas que descienden en tropel, se arremolinan y se estancan para ir cavando fosas de resentimiento en mi espíritu acongojado.

Luz de miel, claridad balsámica, aleteos tenues de mariposas somnolientas, franelas que descienden por los valles perfumados y en los cuales se enredan los suspiros de los corazones enamorados, cántaros de agua fresca y límpida, musas con sus cabellos adornados de magnolias coquetean con los querubines que rocían los árboles de exquisitos aromas, son los emisarios de la naturaleza que cumplen su magna labor entonando bellos cantos con sus gargantas de flauta dulce, acogedora tibieza envuelve la atmósfera enternecida por los trinos de las aves. Las espigas se balancean y por el influjo de su rítmico movimiento comienzo a desprenderme de estas sensaciones para reencontrarme con las imágenes azuladas que me salen al encuentro.

Un demonio iluminado por una lámpara mortecina levanta una de sus cejas y me apunta con su largo dedo. De sus fauces destila una baba amarillenta que al caer al suelo se evapora arrojando una horrible pestilencia. Viene hacia mí y a medida que se acerca se va despojando de su piel rugosa para transformarse en una fémina de formas redondeadas que sin bajar su ceja, me contempla con sus fríos ojos azules, es una belleza atemorizadora, me perturba, retrocedo y mi cuerpo choca con las gélidas rocas. Algo turbio comienza a descender de mi frente, es un sudor aceitoso que me embadurna. La mujer me apresa con sus manos enjoyadas y entreabre su boca roja para enunciarme la rapsodia de todos los pecados hasta que de pronto de su laringe amarillenta asoma una víbora que me contempla con sus ojillos malignos mientras chasquea su lengua bífida.

Abro mis ojos a la tarde decadente que parece ser arriada por una bandada de patos silvestres que emigran regocijados. Nubes algodonosas enmarcan ese cielo azuloso que luego se impregna de iridiscencias rosadas, los trinos ahora son de recogimiento, las flores se colocan sus tenues camisas de dormir y un enorme girasol le arroja besos enamorados a ese sol que comienza a despedirse. Fulgores perfumados, voces de arrullo, alguien recita un poema de amor mientras un Claro de Luna trepa los arpegios de un piano encantado.
Quiero permanecer aquí. Lo deseo con toda mi alma. Basta de demonios, basta ya…