No siempre fue así.
Rosario solía ser bastante más alegre. Se le pasaba escapando la risa a cada minuto y, sin hablar, a menudo bastaba para ser la compañía perfecta para todos, no sólo para mí, a veces creo que para el universo mismo.
Pero ese día su presencia no me regaló flores, y si bien lo agrio de su mirada no lograba despojarla del todo de ese aspecto de ángel en viaje de visita, no era la de ayer... o de anteayer.
Si se trata de especular, razones tenía para jubilar a la niña feliz y asumir como presidenta de la M.V.M. (Mujeres con Vidas Mínimas), pero los golpes de su padre nunca la derrotaron, ni el hambre que la acompañaba hasta el sueño podía con su alegría de vivir o, simplemente, de sobrevivir, de respirar, incluso ese aire nada agradable que exhalaba el basural bajo el puente, su “hogar dulce hogar” como solía decir, porque ella era feliz en medio de esa infelicidad que se desvivía a diario por oscurecerle el rostro.
Nadie lo sabe y, posiblemente, nadie más sabrá el abrupto motivo que la llevó tan lejos de lo que siempre fue, sólo ella, la noche y el río que la tomó en sus brazos, con el mismo vaivén de sus bailes descalzos, posiblemente para ganársela al destino y llevarla de paseo, más allá del puente que fue su celda, tal vez a la libertad que nunca tuvo y al mar que sólo en fantasías logró divisar.
Fin
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