El nació con la aurora de los tiempos, cuando un soplo
divino encendió todos los astros de la eternidad. De
aspecto luminoso, amplia cabellera, vertiginoso andar
y majestuosa cola, él estaba destinado a pasear por los
confines del universo luciendo su gallardo paso a
través de las pulsantes constelaciones.
En su órbita sin fin, visitaba las más variadas casas estelares y
a su paso, abríanse los desconocidos mundos con sus
luceros y estrellas fugases. Era el caballero errante
del abismo de los cielos, sutil, elegante y destellante
en su paso silencioso.
Todas las estrellas se habían enamorado de él y esperaban ansiosas en sus constelaciones la visita de tan distinguido galán
que habitaba en el cielo. Todas ellas se estremecían
y suspiraban torbellinos de fuego al paso de tan
hermoso y gallardo caballero. Todas querían conquistarle
y maquillábanse las mejillas ígneas con polvos cósmicos.
En especial las estrellas vírgenes Minelauva, Heze y
Zavijava que se vestían de gala en sus anhelos amorosos.
La bella Avior de la constelación Carina que aseguraba
que aquel caballero caería rendido a sus pies azules.
También lo deseaba Almaak, el más bello destello de
la constelación de Andrómeda, la princesa encadenada
que habita con sus doncellas luminosas en el mar
infinito del cielo.
Las siete vírgenes de Tauro le lanzaban margaritas deshojadas
y tapizaban su camino con pétalos de fuego, ellas deseaban
ser su harem
bajo el velo azul de sus órbitas nupciales.
Mas cuando era primavera en el prado de los cielos,
él gustaba de pasear por Orión y extasiarse de la
belleza de Bellatrix, la estrella amazona de blanca
piel y azul mirar, con su arco y flechas custodiando
su casa estelar.
Un poco más alta, Meissa lo distraía con sus destellos
esmeralda y su melancólico rumor de románticos sueños
sin realizar.
Sin embargo todo lo olvidaba al acercarse a Betelgeuse,
la joya más radiante del cielo, pues sus cabellos rojos
de fuego intenso contrastada con su fina piel anaranjada
y su blanco vientre desnudo, le hacían delirar.
Luego descendía hacia las Pléyades pasando por la cintura
latiente de Orión, allí donde viven las
juveniles y ardientes estrellas Alnitak, Alnilam y
Mintaka, las graciosas adolescentes que conforman el
cinturón de la constelación.
Traspuestas las Pléyades y avanzando por un profundo
y fosforescente sendero que según dicen, es el camino
mismo del paraíso prometido, la vio por primera vez.
Era una estrella joven, apenas contaba miles de siglos
y la vida se abría esplendorosa para ella. Como
adolescente primorosa, cepillaba sus cabellos rubios
que estaban hechos de finos y sedosos trazos dorados
de fuego purísimo.
Su piel juvenil de excitante tersura era blanca,
muy blanca debido a la lava líquida de los mares
ardientes de su superficie. Era una estrella
que ya cantaba, que ya soñaba, que abría las puertas
del porvenir girando ingrávida sobre su ígneo eje
invisible.
Por ella nuestro caballero luminoso perdió su rumbo,
renunció a todas las estrellas del universo para
quedarse sólo a su lado. Su cola de arcoiris trocóse
en espiral para girar en torno a su estrella amada y
escuchar para siempre su juvenilcantar, el romance
en el cielo había comenzado.
Si alguna noche de diáfano cielo podeís elevar la
mirada hacia el firmamento, allí detrás del vientre de
de Orión, El Cazador, podréis apreciar el idilio
entre la estrella adolescente y el cometa que gira
eternamente en su órbita de amor eterno.
Mirad hacia la azul inmensidad.
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