Pupila de perro
El ojo único de un perro tuerto registra la enorme pila de cadáveres mientras una horda de mosquitos le obstruye el panorama. Monsieur Alexandre pronuncia una oración que no llega más allá de donde las aves de carroña vuelan en círculos. Hace cuatro días que no sale el sol y Paris se encuentra envuelta en cielo torvo, asfixiada por los brazos de la peste.
En vuelo raso las moscas se mueven entre los cuerpos, entran y salen por las narices, depositan sus huevos, succionan la sangre, defecan, vomitan y emprenden el vuelo aterrizando algunas en el canasto de pan para comenzar un nuevo círculo infeccioso. El zumbido de las moscas es imperceptible, se pierde entre los rezos y murmullos de asombro.
La multitud se santigua cuando Monsieur Alexandre termina la oración, y bajo tierra; ocultos en una noria, los demonios los observan como una ilusión en el agua.
-¡Bendíceme esto!-Grita Zamahed, el demonio más viejo al momento que alza su falo al cielo.
Los demonios ríen y danzan tomados de las manos, pero la gente no puede escucharlos, porque la noria está muy lejos de la plaza. Pero apenas gritan los demonios y la gente se va agitando; la atmósfera se torna cada vez más pesada y la multitud siente una tensión interna buscando la forma de salir. Nadie dice nada, pero todos sienten lo mismo; esa horrible tensión en aumento que los hace temblar.
Un enano ha prendido fuego a los cuerpos; el canino tuerto contempla la llamarada, mientras su pupila va adquiriendo un tono rojizo, Monsieur Alexandre lo mira, y su aspecto le recuerda a Cancerbero, siente miedo y fascinación a la vez, “Es como una puerta al infierno”- se dice Alexandre.
La plaza se impregna de olor a carne quemada, y la gente se cubre el rostro para evadir el olor, Monsieur Alexandre se mantiene inmóvil mirando todavía la pupila del perro. Con los cuerpos ardiendo la atmósfera se hace insoportable, todos se miran con ojos enfermos, deseando en el fondo matarse unos a otros.
Todos buscan un culpable, alguien sobre quien descargar su tensión, el sacerdote pasa la viste por cada uno de los presentes, el enano, el jorobado, la prostituta, el perro…
Todos lo miran, lo juzgan culpable,- ¡canino hijo de la sarna!, ¡perro de mal agüero! – grita la gente exaltada.- ¡Eres el culpable de nuestras desgracias!. ¡Quémenlo vivo!, ¡dególlenlo!.
Una piedra golpea la cabeza del perro y lo deja aletargado. Una mujer se lo lleva arrastrando hasta que ambos se pierden de vista entre la gente. En el centro de la plaza lo están colgando, su cuerpo todavía se convulsiona a ritmo violento , el perro está muerto, pero en su pupila todavía se reflejan los cuerpos, y a la distancia una nubes negras rozan el suelo, como simbolizando un mal presagio...
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