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No había sido un buen día para Adelina. Mientras conducía su Citroen cuatro latas, y hacía ver que conducía su vida, pensaba que de hecho, ningún día fue bueno en su existencia, comenzando por aquel en que la bautizaron con un nombre equivocado de manera accidental. Mientras avanzaba por la Diagonal a golpe de trompicones fruto de un embrague afectado de fuertes convulsiones, el denso tráfico y el mes de julio se juntaron para incitar a Adelina a divagar sobre su pasado, y así comenzó a recordar aquel primer suceso de su infancia que oralmente le transmitió su abuela, la única que se atrevió a explicarle aquella anécdota.

Corrían los tiempos del tardofranquismo cuando nació en una localidad del cinturón industrial de Barcelona, y fue a los pocos días, como estaba estipulado por la Iglesia, cuando procedieron a integrar a la pequeña Adelina en el primero de los santos sacramentos.

El cura del barrio donde ella nació, estuvo esperando en los días previos a la ceremonia una subvención de la diócesis para adquirir unas nuevas gafas que le permitieran al menos -y de una vez por todas- distinguir por ejemplo el cubo de fregar de la pila bautismal. Era tan buena persona el padre Vicente que nadie se atrevía a poner en entredicho sus torpezas, y menos, interrumpir el énfasis y pasión con que ceremoniaba las bodas, los bautismos o las misas del Gallo; le perdonaban aquel carácter tan despistado y desgarbado y que en más de una ocasión se erigió en protagonista de murmullos y bromas de los feligreses.

Por el motivo que fuese, aquella subvención nunca llegó, en parte, las veleidades comunistas del padre Vicente podían explicarlo, y el presupuesto como daba justo para las hostias y un vino de dudosa calidad pues no hubo gafas. Desafortunadamente, este hecho produjo una reacción en cadena del azar y que desembocó en una inapropiada gestión de los bautizos realizados aquel día. Una vez inscrita en el registro no había marcha atrás: algún nombre quedó cambiado por Adelina, que no pudo por menos, volver a autoafirmarse en que aquel hecho representaba un antes y un después en la historia de la humanidad...al menos por lo que se refería a su persona y al colectivo de la ONG “Humanos sin suerte” al que ofrecía sus horas de asueto.

Su perenne muesca de fastidio, producto de una contractura facial gracias a su apasionada afición a fumar tantos Ducados como horas tenía el día, era el contrapunto al bucólico poema que por reflejo ofrecía su rostro, de piel color leche-ingenuo, salteado con un fino estucado de pecas pecaminosas y aderezado con unas minimalistas gafas liliáceas que resbalaban cada diez segundos de su perfecta nariz y que siempre habían envidiado sus amigas. Adelina solía mirarse al espejo con frecuencia y a menudo contemplaba una nariz muy respingona para su gusto y que no era de su agrado…por más que hubiera oído más de una vez la frase: mataría por tener tu nariz.

En este punto álgido de vacía hastiedad, la magnífica panorámica que le ofrecía la kilométrica ristra de vehículos parados en la Diagonal en plena operación salida de fin de semana, le ayudaba a comprender el creciente número de casos de violencia asfáltica que a menudo se producía en los atascos de urbes como Barcelona. Con frecuencia, el exceso de caballaje reprimido de aquellos potentes motores, daba lugar a que los propietarios dirimieran sus diferentes grados de estupidez a mamporrazo limpio si era necesario. Como siempre, Adelina era la salvedad en aquel supuesto mundo perfecto y su cuatro latas se erigía en la prolongación de su personalidad.

…………………………


Mientras tanto, en el mismo lugar varios metros bajo tierra, la temperatura en la Subdiagonal era asfixiante a pesar de ser el circuito de alcantarillado mejor ventilado de toda la ciudad. Hacía justamente un año que la presión del grupo ecologista municipal había conseguido convencer al alcalde de Barcelona de la necesidad de utilizar la red de alcantarillado para el control del tráfico rodado de la superficie. Aquellos túneles subterráneos eran utilizados como vías ràpidas de transporte para los guardias suburbanos cuando se requería su acción en uno de los episodios de violencia asfáltica.

- Esto de la violencia asfáltica se ha convertido en un nuevo filón mediàtico y un chanchullo económico – se decía Oriol.
- Primero fue la violencia de género y luego los accidentes de tràfico y de repente…¡ja! dejan de ser noticia en la tele – meditaba.

Oriol era uno de aquellos guardias suburbanos y que dedicaba en su caso a cubrir el tramo Subdiagonal sur. Mientras realizaba su descanso sentado al pie de unas escalerillas de emergencia y ponía a secar su camisa de manga corta chorreando de sudor, engullía con recatada tosquedad un hermoso bocadillo que le había hecho su madre con la cual vivía; hacía un año era abandonado por su novia de juventud, Claudia Trescasas y Oriol retomaba un giro fetal regresando a casa de su madre. Aquel bocadillo le sabía a gloria aunque su neurona no fuera muy consciente de ello, ni nunca agradeció los esfuerzos de su madre cuando aspiraba a ser jugador de bàsquet profesional. Su gran pasión, el bàsquet que tuvo que dejar hacía pocos años a los veintitantos porque todos los entrenadores le cerraban las puertas por su exceso de individualismo. Quizás no había asumido sus limitaciones ya que todavía no era muy consciente de la ruptura de su novia cuando ella decidió seguir su propio camino una vez se enteró de la implicación de Oriol y varios policías municipales en una red de falsificación de productos homeopáticos de una conocida empresa farmacéutica y de la que su suegro era el gerente.

En aquellos fatídicos días de la vida de Oriol, el alcalde de Barcelona cumplía sus primeros cien días de mandato y el grupo político conformista impidió que los medios de comunicación publicasen la verdad de todo el asunto a cambio de aceptar la vieja propuesta de Los Verdes. Una vez resuelto el proyecto, todos los agentes corruptos fueron confinados al nuevo cuerpo subterràneo como castigo.

A medio bocadillo, comenzó a sentir en el muslo la porra vibradora que le avisaba de un incidente en su zona. Alguien desde un semáforo de peatones activó el botón que servía de alarma y que llegaba en aquella ocasión al agente suburbano más cercano…bajo tierra. En breve se aprestó a dejar lo que tenía entre manos y emprendió una carrera hacia el sector donde se requería su presencia.

- Seguro que alguna señorita al volante inconsciente y torpe de tantas ha provocado algún incidente - , se decía mientras se ponía la camisa, se guardaba el bocadillo en el bolsillo y emitía un recatado eructo que tuvo su reconocimiento en la estruendosa ovación que le propinaron los diferentes colectivos de roedores antiglobalización allí presentes.

- En fin, que harían las mujeres sin nosotros, la fuerza bruta que tan despreciada es hoy día.

Y renovadas sus fuerzas después de tan armónica sentencia, según su entender, se iba acercando a la salida que le conduciría a la boca de la alcantarilla y por donde saldría a la superficie


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Ana, una joven de treinta y pocos, aguantaba estoicamente dentro de su Opel Corsa el alboroto que sus tres hijos de cuatro, seis y ocho años estaban armando en el asiento de atrás. Con una mano en el volante y el codo recostado en el borde de la ventanilla, sudaba la gota gorda literalmente por avanzar gradual y lentamente por la entrada de la Diagonal. Esto no hacía más que convertir su cabeza en una olla a presión; Ana trabajaba de teleoperadora con su contrato ciento veinte en un año aproximado y que le daba para aportar una ayuda a la especie de comuna que habían montado su madre, ella y los niños en un piso de alquiler. Aquella mañana había sido amonestada en el trabajo por haber ido tres veces al lavabo incumpliendo así la cláusula del contrato de trabajo temporal que ella misma aceptó.

- Valiente cabrona. Será posible que semejante niñata, pija de mierda me esté diciendo cuándo tengo ir a refrescarme los bajos. Si no fuera por los niños, juro que…que… la cogía y la ….-.murmuraba mientras vigilaba por el espejo los incidentes del asiento de atrás.
- Tendría que tener tres niños y apechugar con un sueldo de mierda a ver si seguía siendo tan prepotente y tan fantástica -.


La ira iba en aumento y siempre que la frustración se transformaba en mala sangre se acordaba del que fue…bueno, mejor dicho, aún era su marido, Alberto.

- Quién me iba a decir a mí que el capullo de Alberto se iba a enfrascar en estos problemas. Con lo bien que iba el negocio y va y se mete a plantar medio jardín de marihuana. Si es que yo sabía que algún día todo esto se descubriría -.

- ¡Y ahora venga! ¡Hale! A esperar a que salga algún día el juicio mientras hace vida en la cárcel. En fin para qué vivir con estos sinsabores.

Un bocinazo del coche que le precedía le soliviantó. Se había descuidado, y tardó cuatro décimas más de lo esperado en arrancar una vez se puso el semáforo en verde.

El mundo no era justo y el prisma desde el que lo establecía, era para ella el más transparente de todos.

- Cómo pueden pensar algunos que la suerte es para quien la busca. Detesto a los que gracias a las circunstancias la vida les ha sonreído y se creen el rollo que cada uno tiene lo que se merece por los méritos acumulados.

La vida de Ana en este sentido era como los deseos de Zipi y Zape. Por más vales que acumularan nunca llegaban las bicis. Quien sabe si hubiera seguido estudiando si hubiera cambiado el destino. Pronto dejó el instituto para enfrascarse en los negocios de plantación de flores de temporada con su novio de siempre.

Ana había sido una avanzada en la exploración de la vida. Casi siempre era la primera en descubrir los tabúes y saltarse las prohibiciones; la primera en probar un cigarrillo, la primera en besar a un chico, la primera en tener novio formal, la primera en dejar los estudios para trabajar y poder ganar dinero. Siempre era un ariete en ciernes a punto de descubrir lo nuevo para servir de ejemplo a los que venían detrás.

Seguramente su padre no ayudó mucho a guiar sus pasos de joven, nunca dio más importancia al potencial de las hijas que de los hijos. Pensaba que al final todas acababan casándose y pillando un buen mozalbete que las mantuviera. Que para qué estudiar si al final los chicos acababan aprovechando mejor ese potencial.

- Claro que tampoco su padre entendía que muchas personas no tenían las mismas oportunidades simplemente por el hecho de haber nacido con un sexo diferente, - pensaba Ana y secretamente su madre, que nunca se atrevió a rechistar al padre.

- Nunca dejaba a mamá ir a la asociación de vecinos, siempre quería que estuviera allí a su lado, que no compartiera su vida con nadie más que con él; ni siquiera con sus propios hijos.- se lamentaba.

Poco a poco Ana se iba acercando al siguiente semáforo, encabezando una hilera de coches de tantas que había aquella tarde. Éste se puso en ámbar y fue desacelerando hasta pararse. Al llegar se apercibió de un pequeño tumulto de voces y golpes en su entorno. Mientras echó un vistazo a sus tres hijos por el espejo, miró a ambos lados y a la parte trasera, mientras las voces se transformaban en insultos e improperios de lo más ejemplar.

Como ya era habitual se estaba produciendo un episodio de violencia asfáltica, justo delante de donde Ana se había detenido. En el carril de al lado y aproximándose en dirección contraria se detuvo igualmente en el semáforo en rojo un Citroen cuatro latas ocupado por Adelina.


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Vanessa acababa de salir de El Corte Inglés y se dispuso a cruzar por el paso de peatones que le permitía en aquel momento el semáforo en verde. La competencia era cada vez más pronunciada entre las prostitutas travestidas de lujo y en parte aquello justificaba que transportara unas diez bolsas todas a la vez, a saber:
sombra de ojos, rimel, perfilador de labios, carmín, lápiz de ojos, coloretes, maquillaje de fondo, crema de día, crema de noche, crema nutritiva, contorno de ojos, exfoliante, mascarilla, limpiadora, crema con liposomas, crema con colágeno, crema antiarrugas, crema antienvejecimiento, perfume anais, perfume chanson de l’eau potable, perfume ne me quitte pas, eau de cologne ragazza, revista ragazza, preservativos ragazza, más crema de día, biofrutas ragazza, bífidus activo sin plomo, choricillos biogénicos sin colesterol sin lactosa y sin colágenos, alcaparras desnatadas transgénicas, más crema de día, altramuces macrobióticos, tres revistas porno, un dvd titulado “Cómo convertirse en una barbie sin morir en el intento”, siete libros de autoayuda, más crema de día y reafirmante pectoral.

La verdad sea dicha no necesitaba para nada reafirmarse en su actitud y en su físico. Todo en Vanessa era firme, lascivo y perfecto, un cuerpo que la naturaleza y alguna ayuda quirúrgica habían dotado de una belleza física sin parangón en la ciudad.

Todavía le quedaba una última operación pero todavía estaba en una fase de transición a petición del psicólogo. Pero lo que tenía claro es que siempre se había sentido mujer y que se sentía atraída por las personas de sexo masculino y que quería vivir su sexualidad como ella decidiera.

Cuando cruzaba la Diagonal y justo en el punto medio que separaba ambos carriles se apercibió de una pelea entre los conductores de dos vehículos del que se habían apeado para entablar un acelerado intercambio de certeros puñetazos a sí mismos y guantazos al aire gracias en parte a que las gafas de ambos ya sobrevolaban el asfalto.

A los pies de ambos se levantó la tapa de la alcantarilla por donde asomó la cabeza Oriol. En menos que canta un gallo sacó la porra y puso orden de inmediato.

Vanesa, a pocos metros, observaba fijamente al guardia suburbano:

- ¡Qué hombre! Mmmmmh, que suerte la mujer que esté con él. ¡Qué hombros! ¡Qué compostura! Ya no hay machos como éste.- pensaba para sí.

Mientras, Oriol consiguió disuadir a los elementos discordantes, y como si de una arena se tratase, dirigiió la mirada de los toreros esperando la aprobación del público. Fue cuando advirtió un opel corsa conducido por Ana y sus tres niños:

- Cómo me admiran. Cómo deben de echar de menos un hombre como yo.

Ana aún aturdida por los acontecimientos, dejaba entrever una mirada entre envidia sana y curiosidad al advertir a Adelina:

- ¡Qué curioso! Lo feliz que debe ser esta hippie de la tartana. Ahí la tienes, seguro que sin compromiso, con la intuición que tengo para esto. No hay más que ver el relax con que conduce y la indolencia con que mira a la humanidad.

Y Adelina, cuando se fijó en Vanesa…

- Me pregunto porqué algunas lo tienen tan fácil para ser tan atractivas.

Texto agregado el 06-03-2005, y leído por 83 visitantes. (0 votos)


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