Saturnina Soto se levantó ese día con ganas de cantar. No era la primera vez, hace seis o siete domingos la visión de la cancha de fútbol y barro al otro lado de la ventana le había despertado la misma inspiración, y como una niña habíase paseado entre los charcos, saltando y salpicando, al son de una canción que se inventó.
Don Custodio (ex boxeador), en cambio, en cuanto miró su cepillo de dientes, tan coreano y tan azul, frunció el ceño. Lo frunció, sí, y miró su reflejo quebrado en seis o siete, sintiéndose cual unicornio en las Bahamas. Pagó sus deudas, lustró los zapatos, cerró la cortina. La de la cocina también.
No obstante la mesa, Jeremías daba lástima. Le gustaba el vino tanto como Camila. Era vulnerable desde enero, capricornio desde siempre y a veces comunista ¡OCEANÍA! La camisa llevaba la cuenta: eran seis o siete las preguntas sin respuesta, sin chaqueta.
Le gustaba a Carlitos Lluvia ver las gotas incendiarse. Solo se tejía sus histerias, al tiempo que unas cuantas lunas, seis o quizás siete, le comían a mordisquitos la calceta putrefacta del ropero. Prefería vestirse de mujer, subirse a su bici y visitar uno a uno a los viejos amigos de infancia, ésos que de noche le vendían cigarros de papel lustre.
A la misma hora y en ayunas coincidieron los anfibios. Don Custodio (ex boxeador), queriéndose amputar el rabo, creyó que Jeremías le adivinaba el pensamiento, y en un acto del todo impulsivo cogióle de las astas y le besó el ministerio. Ya era tarde. Carlitos Lluvia se acercaba sin calzones y en domingo, ebrio de adelantado triunfo, con la sonrisa brillante y budista ¿OCEANÍA?
Lo que nadie esperaba era que, guitarra en mano, Saturnina Soto entonaría con siniestra lentitud aquella melodía insolente y resbalosa.
Fue, más que un llamado a la revolución, una invitación al pan de huevo, a masticarlo y digerirlo independiente al calendario. El torbellino bailable no se hizo esperar (OCEANÍA), vibraron los cristales y se tambaleó la joyería fina.
Se les estremeció el cuerpo emplumado y fue, insisto, más que un llamado a la farándula, una invitación a musicalizar la rutina, a Saturninanizar
lo que se empeñaban
en organizar
según
tamaño
y color. |