Entrar a esa casa y encontrarme con aquellos muros que se poblaban de cuadros, de injurias, de garabatos y de cuanta cosa rebotó en ellos, ha sido todo un hallazgo. ¿Qué como ingresé a esa vivienda que ya hacía varios años que no me pertenecía? Difícil explicarlo. A la luz difusa de los recuerdos, contemplo a mis pequeños jugueteando en el fondo del patio, imagen desfigurada por más de alguna lágrima rebelde que no se como anegó este cuadro primordial. Regreso desde el pasado y los cuadros desaparecen, todo se desdibuja o mejor dicho se redibuja en este presente estéril y ajeno. Con evidente sorpresa descubro algo que se situaba entre un listón y la pared de adobe, coordenadas que signan una mancha que me aprendí de memoria mientras los reproches de ella se bordaban en los contornos imprecisos de una figura que no significaba nada pero que se quedó grabada en mi mente hasta hoy. Voces que se fueron enronqueciendo, melodías que hice mías y otras que me resultaban ajenas, portazos, reconvenciones, mis hijos haciendo sus tareas en esa mesa que…no, no hay ninguna mesa. Ahora veo que han colocado un sillón, alguien se aproxima, siento pasos, pero nada, no veo nada, sólo un vientecillo fugaz que me estremece. Prefiero irme, ya todo me es ajeno, las luces que no son luces, sino manchas voraces que me tragan los recuerdos, los muros parecen palpitar, crepitan y se decoloran, se descascaran para renacer blancos e inmaculados. Hoy he decidido… pero ¿Qué digo? Hoy no significa nada, no es nada, sino el permanente renovarse de las sombras que rodean a los objetos, un socavón sin sentido, un reloj cuya cuerda ha sido rota y en cuyo rostro occiso se marca la hora de su pretérito deceso. Las paredes me abruman, me atoran, basta de recuerdos. Sintiendo el peso de una multitud de años sobre mis febles espaldas, camino en línea recta y me dirijo a cualquier parte, la pared de la mancha aquella parece transformarse en gelatina cuando la traspaso para proseguir con mis visitas de reciente fallecido…
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