Nunca hablaré de estrellas que no puedo tocar porque la vida no me lo permite o yo no lo permito. Es doloroso saber que estoy sola en un pasillo bastante recurrido, lleno de liceanos que pueden hacer una vida apacible y entretenida. Lamentablemente, no puedo tener tanta compañía como mis pares de jumper. Reclamaba en voz baja que no tenía con quien mierda compartir mis impresiones y con quien pasar revista a tanta polera azul marino con rayas rojas. Caminando sin rumbo por luces oscuras y vitrinas llamativas, repasando la soledad que se siente como curando heridas con limón.

Al salir del local un hombre que estaba haciendo una supuesta colecta se me acerca. No pude negar el saludo, ni siquiera a él, va en contra de los principios de alguien que ha convivido con su yo siempre. Me sigue hasta el metro, asumo que quiere hacerme compañía, sabía sus intenciones, sólo quería que una maldita micro hiciera volar mis visceras.

Afortunadamente no pasó a mayores. Sólo estuvo conmigo hasta el metro y nada más. Nunca, pero nunca más voy a reclamar por mi soledad. Quizás en mi caso es mejor estar sola que mal acompañada... ¿y qué hay de mi felicidad? Mi yo no puedo hacerlo más agradable. Yo como yo no sirvo.

A veces, en las noches despejadas y frescas, busco una estrella, inalcanzable, pero que me haga entender por qué estoy en la tierra, tan sola como ella en el cielo.