"Tempus fugit..."
Ella estaba en un parque, era temprano y no había niños. Tampoco había flores, pero en el cielo habitaba un inmenso azul.
Quiso, de pronto, soltar la mirada, como alejarla, que se fusionara con los átomos que jugaban a su alrededor. Entonces surgieron otros, quizás por atracción, o quizás, porque sólo era un juego. Afloraban como crepúsculos, escribiéndose, dibujándose entre formas geométricas. Pudiera ser que sólo se tratase del tiempo, porque, todo regresaba a los ojos: el instante fugaz, el ahora, el después. Todo se sobrescribía o se disipaba. Todo resucitaba.
Acudieron las primeras formas antiguas; y la última que fue, ya no era tampoco la misma. Ardieron las cartas manuscritas, las fotografías, los álbumes abotargados de recuerdos viejos, de fragmentos que, reunidos, se rozaban con sus propios acuerdos circunstanciales.
Y los minutos cabalgaban a través de las horas. Tal vez no fuera sólo el tiempo: la visión de Heráclito se le había congelado en los ojos. Unos vinieron, otros habían huido y el recién llegado tampoco era igual. Como en frenesí, destacó este último que desmitificó los que vendrían después. Entonces, su llama, le extinguió el aliento.
Había permitido que aquélla, su mirada, también se perdiera. Y sucedió que se unieron, que ambas permanecieron en un estado como de éxtasis.
Y volvieron los niños, y las flores mudaron y el cielo cambió. Pero permaneció aquel cielo alumbrando. Continuó alumbrando aquel cielo de inmenso azul.
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