Sólo te vi en los jardines de mi piel asomada hacia la incertidumbre, bajo unos labios de sol fundidos en el tenor de mis suspiros, profundo, atravesando estos muros de inocencia que se erguían con tu espectro, bajo la lluvia de tus dedos golpeando el vientre de mi agosto o los senderos de las manos acariciando el universo. Airoso, esbelto de placer, ramificado en el trayecto de mis pechos, oculto bajo el amor de las entrañas, aguerrido, manso, sumido en ese regocijo de las lenguas. Dentro de este territorio exhalado por las lunas, sobre la gramínea de mis vellos rendido a los instintos, azotado, feroz, íntimo, enjaulado entre mis brazos, rendido, luminoso. La tarde, como un elixir inalcanzable, segrega tu mirar ante los cielos, aferrada a la ventana de tu piel, me sumerjo en esos diáfanos segundos que te enmarcan, diluida, cambiante, trasmutada entre los labios, apasionada, etérea. Mientras, el mundo se esfuma a través del tiempo, bajo esos silencios que aletean el borde de mi cuello o las retinas atadas al velo de tu nombre. No te vayas de esta tierra que se yergue en mis entrañas, ni de las mañanas declinando eternos versos, sólo espera ese eclipse de los Dioses, para reencontrarnos cara a cara...
Ana Cecilia.
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