Hermana, siempre te quise y tu sabedora de este impulso pecador
me rehuiste, me odiaste, me despreciaste y yo sólo quería amarte
desnudarte para saciar este instinto que comenzaba a florecer.
De tus labios carnosos la palabra pecado fluía siempre y yo,
desesperado, te espiaba, te acariciaba y de nuevo me rehuías
nadie lo sabía, sólo tú y yo, inventaba juegos en los cuales
nuestros cuerpos se entrelazaran y en esas ocasiones mis manos
se transformaban en ojos para admirar tus formas prohibidas,
tú reías, sólo jugabas pero el lobo se saciaba en cada roce
y terminaba agotado y desvanecido sobre el piso, satisfecho
y tú escapando sin saber que en esos amagos te poseía
mas, mi fiebre renacía, no descansaba y de nuevo sobre ti
para auscultarte, robarte un beso, una caricia, una cachetada
todo era bienvenido, hermana, todo lo era, hasta tu visceral odio.
Muchos años te perseguí, te admiré, te soñé, mi alma desgarrada
sólo ansiaba una oportunidad, pero tú, llorabas, te deshacías
en quebrantos y en explicaciones para mi, sin ningún sentido.
Hasta que conociste a uno que dijo amarte sin medida y le creíste,
de tu boca escaparon todas las palabras que a mi me mezquinaste
palomas escaparon de tu pecho enamorado y yo desolado
sólo esperaba el momento propicio para saltar sobre ti y desnudarte
y demostrarte que tu corazón desde siempre fue mío, hermana.
Una noche en que dormías se presentó la ocasión, el lobo atacó
y de tu boca sofocada por mi mano escapó un grito de terror
enfebrecido por una pasión devastadora, destruí tu honra
fuiste mía a tu pesar y ambos llorábamos, tú por la insidia y yo
por ver resuelto el enigma de tu cuerpo despojado de su velo.
Huíste hermana, nadie nunca lo supo, nuestros padres lloraron
y yo salí en tu búsqueda, delirante por recuperarte, mas fue en vano
hasta hoy, que te descubro en este convento, amando a una imagen
que elegiste para encauzar tu espíritu mortalmente zaherido.
Hermana, querida mía, vecina de aquellos días y hoy, religiosa
que me contempla con sus ojos repletos de paz y perdón,
nunca te olvidaré, mi niña adorada aunque pertenezcas a Dios
mi alma nunca se resignará por aquello de lo que huiste y que
pudo habernos transformado en dos seres inmensamente felices…
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