Soy esa ráfaga que trepa los atardeceres, el mar azotando extraños muelles desolados, la ciudad habitada por tus huellas o las horas deambulando ante los labios. El correr de espumas trepando por tu carne, una serpentina de risas invocando la belleza, el mar de los silencios renaciendo ante el murmullo de tu falda, la vida inscripta en los amaneceres como una plegaria abierta al vuelo de lo eterno. Soy Dios entretejiendo las pieles y las sangres, hurgando las memorias, erecta como una ola amando a través de los instantes, furtiva, trascendente. La soledad cincelando nuevos cuerpos, una encrucijada de las mentes, el aire incinerando mis confines, la paz de tus palabras insertando sensaciones, el miedo, la oscuridad, ese brillar de tus entrañas dentro y fuera de mi sangre, el universo. Soy el ocaso de un pasado que renace en tu semblante, el alba deshojando eternas noches, un hilo diminuto de tu voz latiendo en cóncavas miradas vespertinas, el eco de las lunas ascendiendo y no en la búsqueda del cosmos como un horizonte que se ha plasmado dentro y fuera de mi sino.
Ana Cecilia.
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