Desde la ventana de tu comedor en el segundo piso, casa esquina, de maderas antiguas de color amarillento, pintura descolorida por el brillo del sol que se instala cada día en el cielo, y descascarada por la lluvia que inclemente golpea con fuerza las paredes, en un ciclo permanente de cada invierno transcurrido a lo largo del tiempo, comienzo a recordar claramente nuestra infancia tan lejana, que parece haberse quedado adherida a esos momentos de las risas infantiles, los encuentros familiares aquí, en tu casa, los veranos tan esperados, como éste, pero en circunstancias tan distintas.
Veranos de simpleza exquisita, de jugar a los naipes cada noche con tranquilidad, mientras afuera, la ciudad bullía de turistas, de colores, de luces de neón. Tus albumes de fotografías coleccionadas en tantos viajes nuestros hasta tu hogar, y con tantos recuerdos plasmados en esa antigua máquina fotográfica. Fotografías de colores, de vivencias, para que tu te dieras cuenta tía, como ibamos creciendo en cada año que pasaba, y nos tenías otra vez en un nuevo verano en tu ciudad, mientras poco a poco de niños nos fuimos transformando en adultos, igual como hace la pequeña oruga, que un buen día se convierte en una linda mariposa, que ya puede volar.
Las salidas a comer fuera de casa, ir todos juntos a la playa y disfrutar sintiendo la suavidad de la arena que caliente se escurría entre nuestros dedos, haciéndonos correr rapidamente hasta la orilla, para no quemarnos los pies
Esos paseos por las calles de este lugar tan querido para ti. De callecitas llenas de vericuetos, escalinatas semi ocultas, subidas y bajadas, y el mar que a lo lejos divisábamos entre los altos edificios que se perdían entre las nubes de nuestra niñez.
El recorrido infaltable en el cochecito negro tirado por caballos, paseo que nos hacía sentir siendo niños, tan importantes.
Y el mar,…ese mar inmenso e interminable, que despierta presuroso la imaginación de niños soñadores que éramos. Fabricando castillos de arena con puentes levadizos por donde cruzaría el príncipe encantado algún día a rescatar a su princesa amada, hasta que una gran ola lo deshacía en un momento, en su eteno ir y venir, llevándose también aquellas fantasías infantiles nuestras.
Esta ventana desde la que observamos tantas veces el paisaje a lo largo de los años de venir hasta acá, me trae una gran nostalgia, que no se puede comparar a nada. Ese cerrito que se encuentra allí cercano, que en uno de esos viajes ya tenía algunas casas sobre él, y veiamos llenarse cada vez, de grandes edificios.
Ciudad Jardín la llaman, de veranos cálidos, soñadas vacaciones, turistas que vienen y se van, al igual que las olas. El Casino, hermosas avenidas llenas de flores bordeano el mar. Otra vez el mar, …imán para mi espíritu, fuerza de la Naturaleza que me obliga a volver, que me regresa hacia dentro de mi misma, que me calma el dolor, este dolor de hoy. Tu despedida, de gaviotas blancas surcando el cielo, en un adios, y tu alma que hoy volaba con ellas, sobre Viña del Mar.
La ventana hacia el pasado, hacia los recuerdos, y las sonrisas, hacia los colores, hacia un paseo en bote por la bahía y luego un recorrido por la feria artesanal; hacia el sonido de las olas en la orilla por las noches y su vaivén de ir y venir, teniendo allá en lo alto a la luna muda, como testigo de nuestra alegría; y el pasado que se ha ido y hoy retorna en un avanzar y retroceder aquí en mi mente, al igual que las olas del mar, que vienen y se van.
Tu sonrisa, ojos pícaros que comenzaban a reir mucho antes que tus labios lo hicieran. Ese mirar tuyo de complicidad, y de un poco de misterio.
Y hoy, sobre esta mesa, observando tus retratos, las tarjetas que guardaste desde la lejanía de las horas, de los minutos y de los segundos, en el tic-tac de tantos recuerdos tuyos. Saludos de navidad, tus amigas, tus poemas, tus acrósticos. Nuestras fotos de niños, bañándonos en la playa. Trajes de baño multicolores, sonrisas de blanca dentadura y risas capturadas por el obturador. Collage de fechas felices, de risotadas fáciles y de cuerpos tostados por el sol.
Y entre tanto recuerdo encontrado en los cajones de tu escritorio, tu carnet. Una fotografía en blanco y negro y tu firma, y hoy tía Rebeca….ya no estás.
Continúa allá afuera, ese desfile eterno de vehiculos, veraneantes que llegan, y otros que ya se van.
Hay gran silencio en esta casa, que ya extraña tus pasos y tu risa, al igual que nosotros. Un silencio como tu silencio de hoy, mientras tu rostro pálido y tus ojos cerrados para siempre, en medio de la Iglesia, se encontraban dentro de ese rectángulo de madera, que cobijaba tu cuerpo, que luego de un breve recorrido por las calles, quedó inmovil en aquel mausoleo que estaba construido de cara al mar.
Ahora, los minutos que se han olvidado de avanzar, y tu ausencia que no parece cierta, el día se nubló, el sol hoy no quiso brillar, tú estás lejos, sin embargo estás aquí, y mientras la luz de una vela ilumina tu retrato, en un improvisado homenaje a ti, continúo acariciando entre mis dedos todos aquellos recuerdos tan significativos de tu vida, aquel libro del procer de nuestra historia José Gregorio Argomedo, pariente tuyo y de mi padre, tu orgullo; las fotos de nosotros de cuando éramos niños; los naipes aún guardados en la cajita de metal para otro juego más, y tú, tía Rebeca, que sé que estás sentada frente a mí, en la silla que ocupabas siempre, te despides ahora con ojos de silencio, con sonrisa de brisa y con un adiós de mar.
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