Hay una pregunta que es recurrente en mi, y que se presenta cada vez que la palabra dictadura cae en mis oídos: ¿Con cuántos niños no llegué a jugar?
Cuando yo tenia seis años de edad, “los grandes” soñaban con un arco iris y la alegría venía en andas de millones de personas que soñaban con lograr volver a soñar. Yo vivía, por ese entonces, los mejores años de mi infancia. Para un niño vivir en un departamento, es permanecer rodeado de caras similares, deseosas de patear balones, correr, reír, jugar. Pero aún así, las divisiones ideológicas de “los grandes”, repercutían inconscientemente en nosotros...
Vaso de agua
Cada vez que entraba al departamento del Tato, la tía nos hacía tomar un vaso de agua a cada uno. El Tato y el Dero, lo gozaban como si fuera la más deliciosa de las bebidas, yo no. Para mí no tenía gusto a nada, era mala y me costaba un mundo beberla, ella me decía que debía tomar por lo menos un vaso diario, que era bueno para mi cuerpo, que éste lo pedía. Yo no le hacía caso, a mí simplemente no me gustaba y no le creía eso de que mi cuerpo lo pidiera. Pero la tía tenía razón, y aunque nunca lo supo, ella misma logró demostrármelo.
Fue un sábado por la mañana, mientras veíamos dibujos animados en su casa, la hora del almuerzo ya se acercaba y yo tenía un vaso inmenso de agua en mis manos, obviamente, intacto. Cuando terminaron los dibujos, pedí permiso y pasé al baño, al volver, algo había cambiado, todos estaban en silencio y la tía había pasado a ocupar mi puesto, rápidamente tomé mi vaso de agua y me cambié de lado. Disimuladamente, llené con un gran sorbo mi boca, para que ella no viera el vaso lleno; esperando a su vez, que no llegara a compararlo con el de sus hijos.
Pero algo más había cambiado, y eso era la televisión. Me quedé helado cuando vi en la pantalla una serie de imágenes horribles, explosiones con mucho fuego, gente encapuchada, gente llorando, buses incendiados, caos. Todavía no captaba lo que sucedía, y no me atrevía a preguntar, no quería ser yo quien rompiera aquel espantoso silencio, de pronto una voz grave se empieza a escuchar, y un “SÍ” gigante aparece en la pantalla, fue ahí donde me percaté de qué se trataba, habían comenzado las franjas televisivas.
La tía derrumbó el silencio, su voz había cambiado, su tono era duro y su mirada fija. Con certeza no recuerdo sus palabras, pero sí mi miedo... que esos son los comunistas... que cuando van a parar... que así vamos a terminar... que Dios nos libre... que todo nos van a quitar... El Tato afirmó con la cabeza lo dicho por su madre, mientras me miraba y decía: ¿viste? Por eso hay que apoyar al “Sí”. Los de “NO” son puros terroristas. ¿Viste el bus? ¿Viste que lo quemaron? ¿Qué creí que pasó con esa gente?
Una sequedad total se expandía desde mi boca hacia adentro; no sabía como reaccionar, no sabía que decir, ¿Cómo le explicaba a ellos que en mi casa apoyaban al “NO”?, ¿Cómo le decía a la tía que yo salía a aplaudir con mi mamá las caravanas del “NO”?, ¿Cómo le decía al Tato y al Dero que yo tenía una chapita del “NO”? Si yo vi esas imágenes, yo vi el bus, yo vi las explosiones.
Hasta ese momento, nunca había bebido un vaso de agua con tal rapidez, con tantas ganas, el agua era como un refugio, mi cuerpo lo pedía; era como si me cobrara de una sola vez, todos los vasos diarios que no me había tomado.
Un “me tengo que ir” dejé escapar, y un “gracias” a la tía le dejé suspendido en el aire. Afuera, ya solo, miraba mi departamento y un miedo aún más grande se apoderó de mí... ¿Cómo le digo a mi papá que ya no puedo apoyar al “NO”?... ¿Cómo le explico a mi mamá lo que acababa de ver?... que parece que nos mintieron... que yo vi como los del “NO” incendiaban un bus... que ya no quiero usar mi chapita... que alguien está mintiendo...que no sé que hacer...?
Fue ahí cuando el agua comenzó a surgir, y mis ojos comenzaron a derramar, ese vaso inmenso de agua que nunca se borrará de mi memoria.
Cuando yo tenía seis años, ”los grandes” volvieron a colorear mi país, con seis hermosos colores, con una bella negación... |