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Salí y las calles estaban vacías, no había ningún otro semejante, ningún perro con su eterna búsqueda. Definitivamente, hoy no había donde comprar un cigarrillo suelto, ni a quien preguntarle por una calle, ni menos por cuantos minutos habían pasado. No había policías ni ladrones, no escuché llantos ni risas, pensé que las barrenderas estaban escondidas tras las escobas, luego pensé que las escobas se escondían detrás de ellas.

No recuerdo la hora en que caminé, totalmente solo, incluso creo que el tiempo se detuvo, no divisé ninguna hoja desfilando hacia su seca muerte, nunca llegó el atardecer, para que hablar de la luna... la busqué como loco y las nubes estaban intactas, físicamente, sabía que no podía parar de girar la tierra, pero todo estaba inmóvil, no había un sólo borracho en las bancas, ni celulares en los oídos de los transeúntes, ni siquiera un peatón con quien chocar para esperar una reacción mala o buena, como fuese, tampoco había viento, el frío estaba en la casa y el calor estaba de descanso, caminé durante horas, creo, no pasaban micros, el ronroneo de los frenos gastados también había desaparecido misteriosamente, nadie me pidió una limosna, nunca pude comprar cigarros.

Las piedras que esperaban la fuerza impulsora de mis pies, fueron tragadas por la tierra y las olas se hundieron en el mar. Me sentía desolado en mi caminar, me faltaban los murmullos, los empujones, las miradas... no había nada, nadie cantaba entregando desafinadas tonalidades por una moneda en su gorro, la palabra de un tal “El Señor” vociferada por otro a través del megáfono no envolvía a la gente; quise reírme de un payaso mal pintado, pero no encontré ni pintura ni lágrimas.
¿Dónde estaban todos? No me lo pregunté mientras mis labios ansiaban ese cigarrillo esfumado. Ante tal panorama mis pies me obligaban sólo a caminar sin detenerme, a reflexionar sobre tal acontecimiento, creo que hasta mi pelo dejo de crecer.

Cuando llegué a mi casa nadie la habitaba, tampoco pregunté por alguna presencia, la tetera estaba intacta y mi perro había ido al mismo lugar que sus compañeros de calle, tomé mi cuerpo y lo trasladé hasta la ducha, dejé que el agua cayera sobre mí sin hacer nada contra ello, tampoco conté los segundos que cayeron por el desagüe, no había jabón no había champú, era sólo yo y las gotas de agua, no sé si frías o calientes. Mis piernas decidieron salir de aquel lluvioso sitial y al pasar la cortina me transporté a un mundo de neblina, como un Londres de película norteamericana.
Me quedé estupefacto frente a tan hermoso baño, hasta que las gotas en mi cuerpo me avisaron cuan mojado estaba. Ni el más mínimo movimiento hice para descarriarlas, las dejé correr libres, pensé en cuan maravillosas se podían sentir al estar frente a tal sentimiento de libertad. Una pierna primero y luego la otra... me transportaron frente al espejo, tan nebuloso, tan abstracto, sólo mi silueta lograba saludarme desde aquel lugar.
Mi mano invocó al movimiento, y con pasadas lentas y duras sobre el objeto, fue apareciendo mi cara y luego mi cuerpo. No puedo precisar cuan larga fue la fijación de mi mirada sobre mí, analicé cada parte, mis dedos, mis uñas, mi tórax, mis ojos vidriosos, mi boca rojiza, mi pelo mojado. Miré por encima de mi cabeza y todavía quedaba en el espejo niebla encapsulada, mi dedo optó por trazar palabras. Mis ojos no querían leerlas, pero mi curiosidad fue incontenible miré los trazos y alcancé a leer claramente una frase, ella estaba por encima de mí, era mi cuerpo colgado de aquellas letras, que lograron movilizarme hacia mi cuarto, cayéndome en él a pedazos.

Derrumbado en la cama me di cuenta de que hoy al salir de aquella blanca sala no encontré a nadie siendo que estaban todos, que yo fui el primero en aislarme, en rechazarme, el primero en desecharme, mientras en mi baño de a poco iban desapareciendo las letras, de la frase que no desaparece de mi mente: “Tienes sida, lo siento”.

Texto agregado el 03-03-2005, y leído por 243 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
19-12-2007 Un verdadero maestro de la pluma se esconde tras ese seudónimo. Dos perlas, dos giros poéticos de antología: 1)"no divisé ninguna hoja desfilando hacia su seca muerte" y 2)"pensé que las barrenderas estaban escondidas tras las escobas, luego pensé que las escobas se escondían detrás de ellas." ergo (5*) ergozsoft
04-03-2005 escribes muy bien compadre, buenas fotos, me gusta el lenguaje y los juegos de palabras, una escritura ágil e inteligente.- alexcarles
 
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