Qué hubiera sin tí sido? me pregunto.
¿Qué es lo que yo sin ti no hubiera sido?
Al temor y a la angustia destinado,
Sólo en el mundo hubiérame yo visto.
No sabría de cierto lo que amara,
Me sería el futuro un negro abismo;
Y cuando el corazón se conturbase
¿Quién dar podría a mi dolor alivio?
Consumido de amor y de tristeza
Fuérame el día cual la noche obscuro;
Sólo viera, a través de amargas lágrimas,
De nuestra vida el desbocado curso.
En mi hogar hallaría sólo angustia
Y perpetua inquietud dentro del mundo.
¿Quién sin un fiel amigo allá en el cielo
En la tierra podría estar seguro?
Pero Cristo se me ha manifestado
Y firmemente en Él desde ahora creo.
Vida de luz, !cuán presto tú disipas
La vacua obscuridad sin fundamento!
Sólo Él, sólo Él me ha vuelto hombre;
Claro el destino a su presencia veo;
La flora tropical, hasta en el Norte,
En torno surgirá del que yo quiero.
Hora de amor es para mi la vida;
Habla amor y es delicia el mundo todo;
De salud brota hierba en toda herida
Y todo corazón late de gozo.
Sus infinitos dones, cual un niño
Dócil y humilde, sonriendo acojo;
Cierto que entre nosotros Él alienta,
Aun cuando nos reunamos dos tan sólo.
Salid, salid por todos los caminos,
Id a buscar a los que van errantes,
Tendedles compasivos vuestra mano
Y a nuestra compañía convidadles.
El cielo ha descendido ya a la tierra;
Unidos todos en la fe veámosle.
De par en par también lo tendrá abierto
Aquel que en la fe nuestra comulgare.
El antiguo delirio del pecado
Anidaba de tiempo en nuestro pecho;
Meros juguetes del dolor y el goce,
En la noche vagábamos cual ciegos.
Parecía enemigo de los dioses
El hombre, un crimen cada acción; si el cielo
Pareció alguna vez querer hablarnos,
Tan sólo nos habló de muerte y miedo.
El corazón, la fuente de la vida,
De maldad al espíritu alojaba;
Aun en nuestros días más risueños,
Era inquietud tan sólo la ganancia.
Aquí en la tierra férreas ligaduras
A los hombres temblando aprisionaban:
El temor a la muerte justiciera
Ahogaba el postrer rasgo de esperanza.
Un salvador, un hijo de los hombres,
El gran libertador entonces vino,
Y encendió en lo interior de nuestro pecho
Fuego purificante de amor vivo.
Sólo entonces el cielo, como el nuestro
Antiguo solar patrio, abierto vimos;
Podíamos tener fe y esperanza,
Y con Dios nos sentíamos unidos.
Desapareció el pecado de nosotros;
Gozoso se volvió nuestro camino;
Como el mejor de todos los regalos
Se hizo presente de esta fe a los niños.
Así santificada nuestra vida,
Transcurrió como un sueño beatífico,
Y, apenas se notó, de tan sereno,
De nuestra muerte el tránsito temido.
Helo aquí aún a nuestro dulce Amado,
Envuelto en su esplendor maravilloso,
De espinas, su corona ensangrentada,
Acerbo llanto arranca a nuestros ojos.
Bienvenido nos sea todo hermano
Cuyas manos se tiendan a nosotros;
Limpio de corazón, pronto sazone
Del paraíso en fruto deleitoso.
Entre tantas horas gratas
Que he pasado en mi existencia,
una tan sólo amo yo:
En que, entre acerbos dolores,
Descubrí dentro del alma
Quien por nosotros murió.
Vi mi mundo hecho pedazos,
Por un gusano roído;
Marchito mi corazón;
Toda ilusión, toda dicha,
Yacía bajo su losa;
En mí, todo era aflicción.
Enfermaba yo en silencio,
Dejar el mundo anhelaba
En mi eterno delirar,
Cuando al pronto, de la tumba,
Se alzó la losa, y el alma
Abrióse de par en par.
A quien vi, quien de su mano
Llevaba, nadie lo supo;
Lo veré en eternidad.
Y esta serena, entre todas
Mis horas, cual mis heridas,
Abierta por siempre está.
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