Día 1, Sábado, 9:00 A.M.
Me levanté más temprano de lo habitual para ser sábado. Tras desayuno, reviso el armamento (cepillo para barrer y recogedor impecables -recién comprados-, bayetas y trapos varios, productos de limpieza que no sé ni pa' qué coño sirven pero la chica de la droguería me dijo que iban muy bien y cualquiera se niega) y me dispongo a comenzar la batalla. Comienza la Operación Masticar el Polvo. O también, Operación Limpeza Durarera. O esta otra, que se me ocurrió ayer tras la cena, después de varios vasos de vino: Operación Foy-a-dejarlo-to-shorreante-de-luz-de-lo-limpio-que-lo-voy-a-dejá-hips. Es la hora de los valientes (aquí vendría bien redoble marcial de tambores).
9:15.
Primer avistamiento del enemigo.
Tras barrido bajo cama, aparece Ella. La Temida. La gran y enigmática bola de Pelusa. Hace un extraño y vuelve a meterse bajo la cama. Paso el cepillo una y otra vez. Vuelve a aparecer, pero con una rapidez fruto sin duda de largos entrenamientos, vuelve a meterse bajo la cama. Cojo linterna y me agacho. Voy directo a por ella. Pero bajo la cama hay un par de zapatillas que no uso desde el invierno pasado, una bolsa llena de revistas que se ha reventado desparramando su contenido y un par de cajas con libros que no sabía donde meter. La Pelusa tiene demasiados escondites. Única solución: sacarlo todo para dejarla desarmada. Risa malévola: jia jia jia. (aquí vendría bien la sintonía de la serie de TV "El equipo A").
9:46.
Tras limpiar detenidamente todo lo que estaba bajo la cama, la Pelusa no ha hecho acto de aparición. Probablemente se habrá disuelto entre mis decididos embites. La victoria huele bien, sin duda. Otra cosa es mi ropa. Pero eso son daños colaterales, ya se sabe.
10:05.
Lección para no olvidar: no cantar nunca victoria antes de tiempo. Sí, la Pelusa apareció otra vez. Estaba en el pasillo, esperándome. Creo que dejó escapar una risita. La golpeo enfurecido con una bayeta. Lástima que olvidara que en esa misma mano no sólo estaba la bayeta, sino que también tenía el frasco del limpiacristales, frasquito que no tuvo otra cosa que hacer que caerse al suelo y, en un acto sin duda de sabotaje, rajarse por su base para inundarme el pasillo. Demostración de vocabulario popular y de cómo recordar de mala manera el árbol genealógico de cualquiera. Obejtivo aplazado mientras voy a por la fregona y el cubo.
10:17.
Descanso para tomar café. Todo guerrero que se precie ha de reflexionar seriamente el siguiente paso a dar. Se pueden perder batallas, mas no la guerra.
10:58.
Tras el breve descanso, retorno al campo de batalla. La Pelusa no aparece en el pasillo. Volverá, sin duda, pero la misión ha de seguir. Eso sí, hay que estar preparado, atacará cuando menos se la espere. Es sibilina. Pero no la temo.
11:01.
Dicho y hecho. Ahí está. Bajo el radiador. Disimula, la muy ilusa. Pero la he visto. Estrategia a seguir: limpiar el radiador como si tal cosa y ella misma caerá en la trampa asomándose demasiado. Es cuestión de provocar un despiste suyo.
11:29.
En el radiador podría comerse sopa. Brilla y todo. Y descubro que su color original no era ese beige diarréico: era blanco nuclear. No he visto la Pelusa. Sí a quien seguro era su lugarteniente: una pelusa de menor tamaño. Debe haber huido. O quizá la reduje sin darme cuenta. Pero no me fio, es mejor no confiar. Hay que pasar al sofá. La batalla se presume dura.
12:01.
Me hallo en plena batalla contra el polvo bajo el sofá y bajo las sillas del comedor. Surgen varias pelusas, pero todas inofensivas: apenas comienzan mis ataques, se rinden. Mis músculos están tensos. Saben que Ella aparecerá en cualquier momento.
12:06.
Hela aquí. Lo sabía. Ha esperado a que terminara de barrer para hacer acto de aparición. Desafiante, se ha plantado en medio del comedor. Por un momento he dudado. Admito que me sorprendió tamaña osadía. Pero, rápidamente, he recuperado mi respiración normal y he comenzado un sigiloso acercamiento. Levantando lentamente el cepillo alrededor de un metro por encima del suelo, he comenzado a caminar pasito a pasito. La paciencia es buena consejera en estos casos: cualquier corriente de aire podría facilitar la huida de la Pelusa. Lástima que no recordara que la lámpara cuelga demasiado -siempre he de cambiarla, cualquier día de estos- por lo que, al ir a asestar el golpe de gracia, he destrozado uno de los globos de la caprichosa lamparita con el mango, formándose un estrépito que ha aprovechado la muy arpía para huir. Otro aplazamiento de la persecución y demostración de mi vocabulario vulgar.
12:17.
Nuevo descanso. Se trata de recuperar el temple en el ánimo. Más café recién hecho al que le añado unas gotas de ron, que siempre anima. Y otras gotas más. El resultado es satisfactorio, así que repito la operación. Me viene a la memoria sin saber por qué el culo de la Nani. La llamaré luego. Me abalanzo sobre un paquete de galletas. Tropiezo contra el marco de la puerta al salir de la cocina. No importa: esta vez caerá. Me voy por el pasillo silbando aquella melodía que interpretaban los soldados en la película "El puente sobre el río Kwai", con el cepillo al hombro cual fusil. El optimismo campea a sus anchas.
12:58.
La Pelusa no está en el comedor. O no la veo. O algo así, que no recuerdo bien. De pronto, al enfilarme por el pasillo en dirección a la cocina, pasando el cepillo por el tramo final, me asalta la Pelusa. Se me escapa una sonrisa boba: son tácticas de guerrilla, las reconozco. Luego me da por preguntarme que a santo de qué reconozco yo las tácticas de guerrilla, si ni tan siquiera hice el servicio militar por ser objetor de conciencia. Se me vuelve a escapar la risa tonta. Me descojono yo solo durante un par de minutos. Entre lágrimas, la vuelvo a ver. Parece que está esperándome. "A una dama no se le hace esperar nunca, aunque sea sólo un polvo", me digo en voz alta. No sé por qué, me río de mi ocurrencia cayéndoseme el cepillo de las manos. Al agacharme para recogerlo, me caigo yo. Al lado de mi rostro, Ella. Suelto un bufido y la Pelusa huye en dirección a la cocina. Sin dejar de mirarla, agarro el cepillo a tientas y, raudo, le asesto un golpe necesariamente mortal. También para el paragüero, regalo de Navidad que no ha llegado a ver un año de vida. Poco importa, la pelusa está entre las cerdas del cepillo. Es mía.
13:09.
Sentado en el sofá, veo la televisión. Cerveza en mano, me desabrocho el pantalón en un gesto de descanso preñado de masculinidad. Mi virilidad ha quedado enarbolada una vez más. Contradiciendo mi costumbre, suelto un sonoro eructo: pequeña licencia que me permito como recompensa a mi triunfo. En la televisión no emiten nada que merezca la pena a esas horas. A otras tampoco, reflexiono. Nuevo eructo. Concluyo que debería ducharme y cambiarme de ropa. Y llamar a la Nani, hoy me siento pletórico.
13:13.
La he visto. No es ella, pero lo será. Al abrir la puerta del baño se ha formado una pequeña corriente de aire que ha transportado a mis pies una pequeña pelusa. No me ha entrañado ninguna dificultad capturarla. Pero sé que es sólo una avanzadilla. Quizá no hoy, quizá no mañana, pero pronto -pronto- volverá a aparecer Ella. "No me pillarás por sorpresa", mascullo. Y mientras me desnudo me hago la firme promesa de barrer y quitar el polvo más a menudo. De verdad. Lo juro.
|