(Cuento basado en una historia real de caracter policial de reciente acontecimiento en Chile)
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Tato buscó en su billetera el diminuto sobre que segundos más tarde terminaría de vaciar por completo sobre la cerámica del estanque del retrete. Cuando puso en su nariz el tubo transparente de la lapicera, tiró la cadena y al unísono aspiró como una turbina, la enorme raya blanca brillante que atravesaba perpendicularmente la pulcra losa. Seguidamente Tato se plantó desafiante frente a los enormes espejos del excusado (que a esa hora se hallaba completamente vacío por las clases) y contempló el rictus de su rostro reflejado al espejo con especial cuidado en los orificios de su nariz; se sintió bien cuando apreció fijamente la belleza de su rostro, la perfección de su nariz, el lustre de sus colmillos, la frondosidad de sus cejas, y la marcada elegancia de su peinado, el mismo que ponía locas a las alumnas del colegio, especialmente a las que dormían en el internado. A ellas las tuvo muchas veces encima suyo con sus piernas abiertas mientras succionaba con medida violencia sus diminutas pechugas de adolescentes; esforzándose con afán en acallar con sus enormes y velludas manos los quejidos de dolor y placer de las niñitas. A él le encantaba seducirlas hasta el orgasmo mientras les mostraba aquellas páginas teen de la internet en la sala de computación. Tato también acostumbraba a ofrecerles vino o ginebra mientras les hablaba de filosofía. Con orgullo de macho recordó con fugacidad a las jovencitas que terminaron locamente enamoradas de él, muchas de las cuales a esas alturas ya estaban creciditas y con familia; para todas ellas su amor era imposible y esto las enloquecía. El siempre aborreció la idea de engendrar hijos, pensar en ello le ocasionaba pavor.
Mientras caminaba por los pasillos del enorme colegio plagado de arboledas, Tato se sintió algo paranoico, como que estuviera siendo observado por alguién; sin embargo erguió desafiantemente su torso finamente vestido de chaqueta gris, como queriendo hacerse notar; él y nadie más en ese momento era el dueño absoluto del universo, él y nadie más.
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Cuando el enorme y fornido Tato ingresó al solemne edificio repleto de alumnas, un silencio sepulcral cruzó el ambiente. La espiritualidad del lugar hizo resaltar la pulcritud del momento. Cuando aquel hombre atravesó la nave su ego casi explotó. Parado con gallardía frente a la concurrida audiencia abrió su enorme y frondoso libro de cuero negro y delgadas páginas de arroz y con más solemnidad de la habitual dirigió sus palabras a los asistentes:
- La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre, y la comunión del Espíritu Santo esté con todas vosotras!.
- ¡ Y con su espírituuuu!
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