Me desperté y vi su cara cerca de la mía. Sólo una ilusión. Delante de mí estaba la redonda y sonriente cara de mi hermano, que me despertaba frenéticamente para que saliera de mi sopor y fuera a desayunar. Debo estar muy obsesionada para haberlos confundido, mi hermano, un rubio y pálido joven de 18 años, y Marcos era ya más que un jovencito, moreno y de ojos penetrantes y algo cansados, pero siempre atentos a cualquier detalle de mis sonrisas. Tan distinto a lo que siempre había visto, lo que alguna vez desprecié, ahora me llamaba como una obsesión. ¿Por qué? No sé… o quizá sí. Lo he pensado hasta el cansancio, me asaltan dudas, decido que no puedo más, pero al día siguiente siento la extraña sensación de verlo, necesitada de sus abrazos y sus dulces palabras de niño enamorado. En esos instantes no puedo evitar la división de todo lo que he aprendido, al mismo tiempo vuelvo a ser una colegiala sonriendo inocentemente al tacto de un chico que no me quiere compartir, pero también soy la bruja que tanto tiempo traté de dejar. Sí, la bruja arpía, incapaz de enamorarse, abusando del ingenuo cariño de quienes creen que me pueden atrapar con un par de bonitas palabras y algunas risas y besos. Es irresistible no reír y llorar. Me debato en un dilema, soy o no soy. Aunque quiera, no puedo dejar de lado ninguna de las dos salidas, vivo cada día preguntándome si debo cambiar o, si algún día, naturalmente deje de preguntármelo porque ya lo he hecho, sin darme cuenta de mi evolución, pero quizá sea tarde, porque mi inconsciente quizá elija la opción que yo aborrezco, pero pienso, si tanto la aborrezco, ¿por qué la elegí?, a fin de cuentas, mi inconsciente también es mi yo. Y llego a la misma conclusión que he logrado en mis años de vida, el tiempo dirá. Es tan conformista y poco inteligente, tan contrario a mi esencia, que me parece la opción más acertada. Si tengo un problema por lo que soy, la solución está fuera de mí, o sea, mi contrario enemigo, lo que jamás lograré o querré ser. |