Bajo la tibieza de tus hojas abrazo las horas que recorren mis acequias, humedezco el temblor de tu follaje, corro, derramo las sombras y los cuerpos, intento amanecer al borde de tus brazos, mientras duermo en ese mundo infinito de las ramas. Vibro mi piel al viento, agonizo ante la cumbre de los rayos, muero, agiganto lo inverosímil del alma, sueño internada en ese influjo de los labios murmurando las letras y los nombres, anido con tu vientre en un eclipse de sabiduría, vuelvo a nacer bajo el rocío de los frutos, te estremeces, repto en la madera de tus piernas como un pétalo engarzado en las corolas, me dilato, mientras hueles a miel y madreselvas bajo la brisa de mi aliento. Gimo navegando en la marea de las savias, me sofoco ante tus garras, te insertas azotando mis debilidades, allanas los senderos extendidos en este territorio fecundado. Detrás, mi cuerpo se desgaja en la corteza de tus pieles, en la quietud del bosque y la llanura, como un confín de irremediables sentimientos que se entrelazan y mueren.
Ana Cecilia.
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