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Los dedos amarfilados se deslizaban sutilmente por la tela, mientras surgían en ella imágenes sólo posibles en la imaginación, los movimientos parsimoniosos de sus manos eran el indicativo de las exhaustas tardes que había pasado practicando esta virtud, sus ojos no se despegaban del lienzo, de vez en cuando levantaba la cabeza para quedar sumergida en sus propios pensamientos, como buscando en su cerebro la puntada siguiente.

Sus rizos rojizos caían de forma desordenada sobre los hombros, a pesar de los intentos por mantenerlos aprisionados en una cinta, que cedía ante los caprichos de libertad de su cabello, la piel era blanca y el color de sus ojos avellana contrastaban de manera perfecta con el resto de su rostro.

- ¿ Me amas? – la voz era más súplica que pregunta hacia la indiferente chica.

Una sonrisa se dibujaba en el juvenil rostro, sus manos se desprendían por breves segundos de la manualidad, posándose con la delicadeza de una mariposa en las manos del chico que se encontraba a su lado, él se hundía en su mirada y el rostro se iluminaba al saberse aceptado. Minutos después la joven proseguía con sus labores, ignorando el rápido latir del corazón del muchacho.

Vivían en un pequeño pueblo, desde niños habían estado juntos y sin saber por qué destinados el uno por el otro, él respetaba sus silencios, bastante prolongados y su aparente frialdad, ella sabía despertar con un gesto la pasión de Julio, quién desfallecía por tenerla siempre.

Sus padres estaban felices por el compromiso y el mutuo afectó expresado por ellos, las pláticas giraban alrededor de la boda próxima a realizarse, según los cálculos de la madre solo faltaban unos 5 meses para que Daniela se volviera mujer y pudieran culminar su noviazgo. Imaginaban la casa llena de pequeños que tendrían la vivacidad del padre y la tranquilidad de su madre.

Julio pasaba las heladas noches imaginando el cuerpo desnudo de Daniela, con sus manos estrujaba la almohada con la ilusión de formar la figura de su amada, así sus padres lo encontraban por la mañana asido fuertemente a su amante imaginaria y con el nombre de Daniela que parecía brotar de manera inconsciente en sus labios.

Ella por la mañanas se ocupaba de hacer galletas para su habitual invitado y se perfumaba maliciosamente el cabello, su cuerpo era bañado por una esencia de jazmines que parecía embrujar a su devoto pretendiente.

La aguja ansió tanto como Julio rozar las delicadas manos de la chica y se deslizó tenazmente por su dedo, manchando con sangre el Unicornio que aparecía por la tela; un gemido escapo de sus labios, parecía que la pequeña punzada había sido hecha por una espada que reflejaba la maldad. Julio se apresuro a tomar el dedo herido y antes de que pudiera darse cuenta se lo llevo a los labios y succionó el líquido rubí que de éste emanaba

Daniela se estremeció al sentir por vez primera sus labios, por su cuerpo virgen corrió una extraña sensación en dónde ese tímido y audaz beso no había sido suficiente, fue como si por ese contacto Julio hubiera conseguido contagiar con sus deseos a la chica.

Asustada por sus propias sensaciones retiró velozmente su mano, él la miró fijamente, tratando de averiguar que pensaba. Y encontró su mirada perdida, sin reflejar sensación alguna, sin embargo por la mente de Daniela se creaban imágenes de campos verdes como los ojos de Julio y lagos que asemejaban su voz.

Pero Julio desconocía esas escenas y se sintió rechazado, por vez primera se retiro de la casa de su amada antes de la hora indicada, deambulo por senderos oscuros, de vez en cuando perturbado por un vagabundo que le solicitaba unas cuantas monedas, el joven se las ofrecía con desgano y una melancólica sonrisa.

La noche llego cubriéndolo por completo y sirviendo de telón para ocultar las lágrimas que derramaba el amante herido, sin saber como su caminar lo llevo hacia una taberna, con el escaso dinero que le quedaba tomó una mesa, con fastidio solicito a la mesera una botella del mejor vino, minutos después el intrépido desconocido bebía desesperadamente el líquido, buscando alivio a su dolor.

Ante el asombro de sus padres al percatarse que su hijo no había dormido en casa, salieron los esclavos a buscar al mozuelo por las principales avenidas de la ciudad temiendo encontrar de un momento a otro su cuerpo apuñalado, pero su búsqueda no rindió fruto.

Entrada la mañana, llegó Julio, sin permitirle ningún reproche a sus padres, dejó caer su cuerpo al tibio colchón y no volvió a la cita con Daniela, está lo esperaba cada tarde, sus manos temblaban al sentir la presencia extraña de alguien que la observaba, sin embargo Julio no se acercaba jamás. Sus escapadas nocturnas se hicieron frecuentes y nadie explicaba la repentina ruptura.

Ella disimuló su tristeza refugiándose en el bordado, en sólo tres meses confecciono 125 manteles de diversos tamaños, pero él no regresaba a su lado, una mañana tropezó con él en misa, intento hablarle y pedirle una explicación a su proceder, buscar la forma de solucionar el problema, pero él no permitió que lo cuestionará.

El aspecto infantil de Julio endureció repentinamente y sus ojos verdes, parecían un bosque en plena tempestad, aquella voz cálida que tranquilizaba los miedos de Daniela, se transmuto por el rencor, pero ella continuaba amándolo y deseaba que él destino le diera la oportunidad de decírselo.

En más de una ocasión Julio fue participe de pleitos de cantina, y casi nunca llegaba a dormir a su casa, pagaba unas cuantas monedas por revolcarse con cualquier mujerzuela de la taberna que se ofreciera.

Daniela pasaba noches enteras en vela, imaginando que un día de esos podían matarlo, y rogaba a Dios lo protegiera. Una noche por fin tomó valor, se levanto de su cama y salió en busca de Julio, alquilo un carruaje y busco tugurio tras tugurio, al verla entrar provocaba la envidia de las mujeres que trabajaban en el lugar, y la admiración de la clientela, quien la protegía y en ocasiones la injuriaba.

Pero no desistió y continuo en su búsqueda, por fin lo halló, dormitando en una mesa, abrazado a una mujer que obsequia su cuerpo por unas monedas, aparto a la intrusa de su lado y pidió ayuda al cochero para llevarlo a su casa, dónde ella misma lo aseo y lo colocó en su cama, estaba amaneciendo cuando se recostó por vez primera al lado de Julio y posó su osada y valiente cabeza en su pecho; él estaba tan borracho que no se percató de ello.

Al despertar Julio creyó estar muerto, vio a Daniela a su lado que descansaba con el placer de una mujer que tiene a su lado al hombre amado, no quiso moverse por temor a despertarla y se quedó largo rato observándola y recordando las noches en que con una almohada quería suplir su cuerpo.

La besó tiernamente en los labios, mientras le susurraba al oído que jamás la dejaría, entremetía sus dedos en el sedoso cabello de la chica y en sus pensamientos reprochaba su forma de proceder en los últimos meses.

Pasaron las horas y Daniela no despertó, él alarmado salió de la alcoba a buscar ayuda, pero los pasillos se encontraban desolados, sus pisadas se dibujaban en la tierra del piso y su cabello se ensuciaba con las telarañas, él no prestaba atención al reloj de pared que se había detenido justo a las 6.30 de la mañana, ni a la maleza que se veía por la ventana que delataba el descuido de la casa.

Con un sudor frío corriendo por su frente, regresó a la recamara nupcial a reunirse con su amada, quién yacía aún en el lecho, tomó entre su brazos el cuerpo sin vida de la mujer y corrió por todas las calles del pueblo buscando ayuda o sólo una explicación a lo que estaba sucediendo, pero nadie parecía escucharlo, después de un tiempo sus brazos empezaron a entumirse con el peso de la mujer que se rehusaba a entregar a la muerte, de una forma u otra debia encontrar el método para volverla a la vida.

Cansado de todo intentó solicitar ayuda con sus padres, y al llegar observó la casa en igual estado de la Daniela, las flores estaban secas y las puertas crujían al ser abiertas, recorrio habitación por habitación deseando encontrar alguien que pudiera auxiliarlo pero sus esfuerzos eran inútiles.

Exhausto se dejó caer en el piso y con delicadeza extrema coloco el cuerpo virginal de Daniela a su lado, no comprendía lo que pasaba y decidió descansar un poco, su cabeza se poso en el pecho de la chica, vencido por el sueño durmió. Cada mañana Julio despierta nuevamente en la misma cama, y recorre el pueblo completo buscando ayuda, sin que nadie le responda.

En el pueblo gira la leyenda de un joven que falleció en una cantina y de su amada quien acudió en su ayuda y fue asesinada antes de poder brindarle auxilio.














Texto agregado el 02-03-2005, y leído por 130 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
02-03-2005 Si te digo que es bueno me quedo corta, es extraordinario, lo lei hasta el final y me quede con ganas de seguir leyendo, te mando mis estrellas rosaroja
 
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