…La espera me tenía bastante nervioso: ya llevaba 2 horas paseándome por el corredor. Pensé en la posibilidad que algo haya salido mal, esos casos ocurren a menudo. Justo en el momento que Iba a preguntarle al doctor si había sucedido algún imprevisto, llegó un ayudante que me sacó de dudas... Recuerdo muy bien ese momento: se oyó el sonido metálico de la puerta al abrirse y salió él vestido del típico traje verde y guantes blancos. Tenía un poco de rojo en sus guantes… “Felicitaciones, usted es padre de una niñita”. Ya me dirigía hacia la habitación, cuando el doctor me detuvo: “Sin embargo, hay un problema, su hija nació sin un brazo”. Miré hacia el suelo un momento, sentí como se congelaba mi sangre. Las palabras del médico seguían sonando en mi cabeza cuando entré. Lo primero que hice fue buscar con la mirada a la guagua. No estaba por ninguna parte, probablemente su caso demoraría más en llegar. Me acerqué a la cama, donde se hallaba mi esposa media dormida. “¿Pasa algo malo?”- me preguntó con su dulce voz. Dudé si contarle la verdad en ese momento. Pero luego, me di cuenta que debía decirle: nuestra relación funcionaba gracias a la absoluta honestidad entre nosotros, era el pilar de nuestro matrimonio. “Dios quiso que nuestra niñita naciera sin un brazo”- escuché decirme. No sabía a quién culpar en ese instante, no sabía qué hacer. Lo único que atiné fue a aferrarme a mi esposa y abrazarla. Al fin teníamos a nuestra hija, Dios sabrá el porqué de la incapacidad. De pronto, entendí que debíamos luchar por ella, era un hermoso desafío…
...El reloj digital marcaba las 15:13. La ciudad lucía diferente. En realidad, muy diferente. El espectáculo no era muy agradable: había muchas casas destruidas, gente abrazada, gente llorando, vidrios rotos. Y por sobre todo, escombros por doquier. Intenté sintonizar alguna radio, pero no lo logré (seguramente porque no la sabía manejar bien). Súbitamente, el símbolo de Shell cayó desde lo alto. Cerré los ojos. Nada... No pasó nada: el símbolo de Shell reposaba a pocos metros del auto. Una vaga idea se pasó por mi cabeza, como un relámpago entre la quietud. No podía ser posible. Temí lo peor. Aceleré rápidamente y doble en la calle siguiente. “Apúrate, maldito auto”- dije. Por suerte no había nadie por las calles. Presioné el acelerador a fondo. Los recientes hoyos en el camino produjeron pequeños saltos. En verdad, la ciudad lucía bastante diferente...
...Repentinamente, se paró y dijo: "es momento de brindar por la casa nueva, la cual acogerá a esta joven familia". Mi copa tembló un poco y miré a mi esposa de reojo. Ese día ella estaba más radiante que nunca. Era infinitamente bella. Pensé en lo afortunado que era de tenerla a mi lado. "Salud" dijimos todos y llevamos nuestras copas a los labios. Luego de un rato, el olor del asado se esparcía por todo el vecindario, como también los compases de "La casa nueva" de Tito Fernández… Después de años de trabajo y de ahorro, al fin teníamos un hogar propio. No era una gran casa, sin embargo para nosotros era una fabulosa vivienda. Se encontraba en un barrio cerca del mar. Tenía una suite, una habitación para Danielita, 1 baño y un "estar-comedor-living-cocina". Estaba preciosamente decorada por mi señora (que tiene muy buen gusto para elegir) y, ese día, llena de gente afuera y adentro. Se me ocurrió que la gente pobre debía sentir algo parecido al recibir su mediagua. De repente, me di cuenta que algo faltaba. "Ah, sí"- me dije. "Aún no hemos colgado ese precioso retrato del Sagrado corazón de Jesús". Eso era lo que faltaba. Porque yo siempre desde chico fui muy apegado a la iglesia. Familia católica, amigos católicos, colegio católico y una gran iglesia cerca de mi barrio (con la que fui a varias misiones) formaron en mí una religiosidad fuera de serie. Imagínense que hasta en ése instante me preocupé por Jesús. "Mañana lo pondré, no es hora de hacer esos arreglos. Debo seguir celebrando"- medité. Volví entonces a la fiesta. El vino y la carne corrieron hasta muy tarde...
Algo lo hizo nublarse un poco, no podía seguir ahí quieto sin hacer nada. Tenía que correr. No obstante, sus piernas no le obedecían y él volvía a caer.
...El partido iba a ser muy cerrado, ambos equipos teníamos excelentes jugadores, razón por la cual estábamos ahí. El ambiente presagiaba un encuentro muy duro y difícil. Un llamativo lienzo captaba la atención del público: “Fútbol: final nacional escolar”. Más abajo se podía leer: “Liceo Lastarria vs. Colegio San Javier”. Luego de casi 2 años de proceso, de intensas preparaciones y de agónicos triunfos, habíamos alcanzado la instancia decisiva. A pesar de que nosotros éramos favoritos y jugábamos en nuestra ciudad, nuestro mejor jugador observaría el pleito desde las gradas debido a una lesión que lo dejaría 5 meses fuera de toda actividad física. El típico cosquilleo en la guata, que tenía antes del pitazo inicial, creció cuando todos los jugadores tomamos posiciones en el campo. “Cualquier problema: tócala atrás”- me dije para no olvidar los consejos que me dio mi entrenador en el precalentamiento. “Cualquier problema, tócala atrás”- me repetí. En ese momento, el público comenzó a gritar: era la orden del árbitro de comenzar el cotejo. Ese no era un partido común, era el partido de mi vida...
...Volví por primera vez manejando desde el trabajo a mi casa. Probé como se comportaba el auto a gran velocidad. 100 km/h, 115 km/h, 130 km/h. El mundo fuera del auto no se veía tan veloz como esperaba. “Debe ser por lo liso de la carretera”- reflexioné, “por eso no noto la velocidad”. Entonces probé los frenos: una rápida y casi imperceptible frenada hizo que en pocos segundos quedara completamente detenido. Me di cuenta, que a pesar del pequeño presupuesto, mi nuevo auto era muy bueno. “La tecnología ha progresado tanto, que hasta los peores autos son excelentes”- me dije. Seguí manejando pensando en la cara de mi esposa al ver el auto. Probablemente me dirá que éstos no son tiempos de hacer gastos como ése. “Valdivia, 5 km”- observé en un cartel que quedó rápidamente atrás. Era cosa de minutos para llegar a almorzar a mi hogar. El reloj digital del auto marcaba las 15:05. No sé si fue por haber visto la hora, pero repentinamente sentí a mi estómago clamando por comida. “Tranquilo”- le dije, “espérate un rato más”. A lo lejos, comenzó a verse el inmenso mar azul. Cada vez faltaba menos para llegar...
Los recuerdos no cesaban en ese momento de nostalgia, quizá debido a la magnitud y lo inesperado del suceso. Las memorias lo privaban de sus sentidos. El golpe emocional fue lo bastante fuerte como para lograr alejar ese "espíritu errante" de su cuerpo insensible.
…"Entonces los declaro marido y mujer”- dijo el párroco. “Al fin me casé con Soledad, qué feliz soy”- pensé en lo más íntimo. Siempre quise que llegara ese momento, desde que la conocí hace 6 años. Nuestra historia fue muy romántica: Como mis padres siempre se opusieron a nuestra relación, (debido a que ella vivía muy lejos y que era de familia humilde), nos veíamos a escondidas cada vez que yo iba al sur. Hacía un viaje de 7 horas, desde Santiago a Osorno y luego, a dedo, iba al campo del tío Mundo. Él siempre encubrió nuestro amor y me invitaba muy seguido para poderla ver. Soledad vivía en un barrio pobre de Valdivia, donde yo era muy bien recibido por su familia. Durante 5 años, las cartas y las visitas esporádicas fueron el único medio para mantenernos unidos. Luego de ese tiempo, decidimos casarnos a escondidas de mis padres. Todo estaba arreglado: yo iba a seguir mi carrera de veterinario en Osorno y viviría con Soledad en la casa de su familia hasta que consiguiera el dinero suficiente para mudarnos. Tendría que comenzar a viajar todos los días desde Valdivia a Osorno, ida y vuelta, para ir a estudiar y, como ya no tendría el apoyo de mis padres, tendría que buscarme un trabajo. Sin embargo, mis sacrificios no eran en vano: Al fin me casaría con Soledad, sería muy feliz...
...Todo estaba por el suelo. La gente que estaba en la calle reaccionó de diferentes maneras: unas lloraban a mares, algunas gritaban “¡Terremoto!”, unas pocas rezaban y otras parecían perdidas en el infinito mirando fijamente el pavimento destruido. La mayoría estaba simplemente tirada: en realidad eran cuerpos sin vida. Debía llegar rápido, no sabía qué podía estar pasando en mi casa. “Ojalá estén bien”- pensé. Mi esperanza residía en que mi casa era recién hecha: debía ser resistente. Entonces, la vi, estaba ahí completamente erguida. Mi casa había sido la única del barrio que había resistido. Me bajé del auto y sentí a la tierra moviéndose muy débilmente. Entré rápidamente a mi casa. Lo primero que hice fue ir a la habitación de mi hija, donde encontré la cuna vacía. “Ellas deben estar en la otra pieza”- me dije tranquilamente. Me las imaginé saludándome cariñosamente, me dirían que pasaron harto susto y nada más… Nadie, no había nadie. Entonces recordé las palabras de Soledad antes de irme: "Mi amor, en la tarde voy a ir con la Daniela a la casa de la vecina. Búscame allá cuando vuelvas…". No podía ser posible que haya ocurrido justo cuando me encontraba fuera. Corrí lo más rápidamente posible hacia la calle. Debía haber un error, mi esposa no acostumbraba ir a ver a la vecina. No podía ser. Pero esas palabras de auto-consuelo fueron en vano. Tal como recordaba, nuestra casa era la única en pie. Busqué por si acaso ellas se encontraban a salvo en la calle. Nada. Sin embargo, había algo familiar… "¡Soledad!"- grité. Corrí hacia un bulto que yacía de bruces sobre el concreto. No tenía señales de vida. Lo abracé y luego, al darlo vuelta, hallé a Daniela. La tomé en mis brazos y, casi por instinto, la comencé a mecer. Con los ojos empañados, la contemplé. Estaba durmiendo profundamente… Para siempre. "Debo estar soñando"- me dije…
...Llovía intensamente. El frío ayudaba particularmente a mi nerviosismo: me dio un pequeño sacudón. Mi estado llegó a su clímax en el momento que oí mi nombre y: "…es titulado con distinción máxima". Los aplausos cooperaron con mi tranquilidad. Me acerqué al director, el cual me entregó "el cartón". Me estrechó mis manos y luego lucí con orgullo mi presea. Era el momento cúlmine de mis estudios, si hasta mis padres (que viven en Santiago) viajaron a verme. Esa noche salimos a celebrar todos juntos: mis padres, mi familia y los padres de mi esposa. No paraban de lloverme las felicitaciones. Mi papá comentó que él jamás pensó que las cosas se darían como ocurrieron, que pensaba que no lo lograría. Noté fácilmente el orgullo en sus palabras. Luego dijo, frente a todos, que me perdonaba y que me daría todo su apoyo a nosotros y a nuestra hija, Daniela. Se acercó a mí, y nos abrazamos fuertemente. Dudé un instante. En ese momento, me costó mucho romper esa barrera que nos distanciaba hace ya 3 años, pero acepté sus disculpas e hice lo posible por olvidar mis rencores. Sufrí mucho por su indiferencia; todo por no haber hecho lo que él quería, por no seguir sus planes. Todo por haberme enamorado de una valdiviana. Esa noche, una parte importante de mí comenzó a cicatrizar. Esa noche, hubo perdón y unión. Hubo doble felicidad...
Sus recuerdos se mezclaban con la realidad. No podía distinguir entre lo cierto y lo imaginario, entre sueños y realidades. De pronto, volvió en sí y vio la verdad. Sintió el peso inerte en sus brazos. Su sangre, que parecía muerta, volvió a fluir. A pesar de esto, no podía dejar de recordar instantes de su vida. Vio a su esposa muerta y caminó hacia ella. Algo golpeaba su pecho cada vez más fuerte. Colocó al cuerpo de Daniela sobre el de su madre y las contempló… Una sonrisa se dibujo en su rostro. Parecía poseído por un poder superior. Se sentó en la vereda y fijó sus ojos en su familia. Inesperadamente, estalló en una enorme y sarcástica risa. "Debo estar soñando"- gritaba. Era la única forma con la que se explicaba tanta desgracia. Sentía los latidos de su corazón. Fue entonces cuando lo escuchó. Se paró y miró hacia el mar… Desde muy lejos, una enorme cortina azul comenzó a acercarse. No se detuvo como siempre en la playa. Pasó de largo la avenida principal. Con mayor volumen y velocidad aún, se tragó las primeras manzanas. "Éste debe ser otro más de mis sueños"- volvió a decirse. Sin embargo, los recuerdos ya habían cesado. No tardó mucho tiempo en desaparecer la luz sobre su cabeza. Sólo veía tinieblas. Un ruido ensordecedor lo envolvió. Preso de su locura, extendió los brazos hacia la ola y gritó: "¡Llévame contigo!, Esto es sólo un sueño, despertaré junto a mi familia"…
El mar sólo detuvo su avance luego de arrasar con kilómetros de ciudad.
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