I
- ¡Corten, corten!, ¿Qué les pasa hoy día que no logran hacerme creer que no actúan?. Parece que no han dormido lo suficiente. ¡Horrible, horrible!. Que poca naturalidad tienes, mujer, cuando te paseas por el jardín. Y tú, hombre, tampoco ayudas mucho a que todo resulte mejor. ¿Qué les ocurre?
Esta tormentosa catarata de insípidas llamadas de atención se colgó de la cabeza de la actriz y la condenó a agacharla. Todos los días terminaba, de esta forma, mirando a sus pies durante las casi dos horas que duraban los reproches del director. Muchas veces pensó en la posibilidad de que ella no fuera la indicada para el papel. Él, en tanto, la contemplaba y callaba mientras los agudos comentarios resonaban en su cabeza. Le punzaban cada una de las venenosas picadas que se dirigían a su compañera, aunque supiera que luego él sería el blanco de las mordeduras. Sin embargo lo que más le hacía sufrir era la hermosura de la reprendida. Su fresco cabello se deslizaba balanceándose por aquél pálido rostro ruborizado, acariciaba el cuello de alabastro con dulzura y terminaba en el intento de ocultar sus desnudos pechos que eran como dos blancas azucenas. Y, a pesar de que intentaba evitarlo, no conseguía desviar sus miradas de las bellas y desplegadas formas que poseía ese cuerpo, el mismo que marchitaba día a día a medida que continuaban los crueles sermones.
II
- “Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne –respiró. Ésta será llamada varona porque del varón ha sido tomada”... ¿Qué sucede, eh?
- Jajajaja, es que te sale demasiado reposado, como si estuvieras leyendo un discurso. Suéltate más, que te salga más macho – volvió a reirse, inténtalo de nuevo.
- Espera, ahora sí... Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Ésta será llamada varona porque del varón ha sido tomada.
- Bravo –mientras aplaude- así está mejor.
- Guau, guau –poniendo la misma cara que pone un perro que es felicitado al traer de vuelta a su amo el disco.
Las semanas pasaban y aún no lograban alcanzar la perfección. Sus únicos momentos de alegría (o, en realidad, de ausencia de angustia) consistían en los ensayos. El envolvente trabajo les impedía tener momentos de pasión en los que se demostraran sin palabras el amor que sentían mutuamente. Sólo en las escenas fogosas tenían el tiempo para entregarse a las caricias poco actuadas y al placer real de los besos; las únicas escenas tras las cuales la rígida boca del director no osaba a pronunciar las acostumbradas amonestaciones. Ésta es la razón por la que él los había elegido: necesitaba que la actuación dejara de ser una personificación momentánea de roles que nacen desde la piel y mueren en los ojos de los espectadores. Sin embargo, pese a que el veneno que cargaban los reproches aumentaba con cada caída de los actores, con cada voz que flaqueaba y con cada movimiento demasiado calculado, los ensayos se sucedían uno tras otro sin existir una mejora de tipo esencial: ya habían memorizado cada detalle del guión y ya concebían perfectamente la obra por completo. Inclusive habían conseguido, luego de arduo trabajo, actuar desnudos, como lo exigían los papeles.
III
- ¡Corten!, parece que aún no comprenden. ¡No actúen, no actúen!, ¡Vivan!. ¿Acaso es tan difícil hacerlo?. Pareciera que las ratas royeron por completo tu lengua, hombre. Debes hablar con más espontaneidad, con ansias; piensa que cada palabra es la primera que pronuncias. Ya, ya es hora de ir a descansar; terminaron, por hoy, las sesiones.
Lentamente, los humillados actores bajaron del escenario y sintieron el gélido metal oscuro bajo sus pies, que sólo ayudaba a castigar más la poca pericia de las actuaciones. Súbitamente, la sala de grabaciones se inundó de silencio, a pesar de que aún persistía la presencia del oscuro director. Un tenue rayo de luz opacaba aún más la oscuridad que, sin embargo, permitía admirar el magnífico escenario. Cualquiera que contemplara aquellos enormes árboles, aquel verde que casi penetra en las pupilas o aquellos animales que eran similares a los que habitan las fantasías de los niños hubiese pensado que el creador de aquella maravilla debía ser una persona muy talentosa, la mejor en su oficio. Sin embargo, no sospecharía que el rostro sereno y los ojos abiertos, que la misma luz que lidiaba contra la oscuridad absoluta dejaba al descubierto, pertenecían al arquitecto de la escenografía, el único ser viviente que quedaba en el lugar. Ni siquiera el portazo, animado por el fuerte brazo del actor principal, que resonó desde lo lejos, fue capaz de alterar la serenidad y compostura de esa persona que no deseaba abandonar aún la tela azulada de su silla.
- No importa, no te preocupes. Tú sabes bien que es normal que el director nos azote con sus palabras. Esta vez te tocó a ti.
- Sí, sí sé. Lo que a mi me tiene preocupado no es eso, sino que aún no logramos dejar de actuar.
- Pero piénsalo, es muy difícil hacer eso. Requiere un abandono de uno mismo.
- Un abandono...
- Sí, entregarse al papel, personificarse.
- Si solamente una persona consiguiera hacerlo, si sólo una lograra abandonarse...
- Tú también lo lograrías ¿Cierto?
- Ése es el punto, mujer. Ese es el punto. Necesito un impulso, pero no uno cualquiera. Necesito una ayuda casi divina.
- Tienes razón. En realidad no mejoraremos más memorizando de mejor forma nuestro guión. Necesitamos algo que nos ayude a abandonarnos.
El eco del último vocablo se esparció por todo el estudio, sin conseguir modificar la compostura del director.
IV
- Luz, cámara, ¡Acción!
Ella se despertó y se levantó del verde lecho que compartía con su compañero. Se dirigió luego, perezosa, a mirar el árbol más extraño de todos. De pronto esbozó una mueca de horror en su pálido rostro: una rama adquirió movimiento y comenzó a serpentear entre las demás. Justo cuando parecía que aquel ente iba a adherirse a su blanca piel, congelando aún más la ya muy helada sangre que fluía por sus vasos, entreabrió su hocico enseñándole los agudos dientes colmados de veneno. Pasaron algunos segundos en los que sólo se oyó al aire penetrar por la seca garganta del recién llegado. Durante aquellos segundos en la cabeza de la mujer una sola palabra reinaba sobre todos sus pensamientos: abandonarse. De pronto, el director interrumpió con una voz penetrante, que hizo escabullirse tras las ramas al delgado ser y que reanimó el atascado líquido escarlata:
- ¡Corten, corten! Hasta cuando dejarán tus ojos de reflejar horror y angustia al ver reptar al tentador hacia ti. La mujer del guión no teme a la serpiente: no sabe lo que es el dolor o la maldad. Tú debes ser igual. No es que no debas expresar terror: no debes sentirlo. Así de simple, así de complejo.
La frustrada mujer esta vez estaba dispuesta a intentarlo muchas veces más. Estaba decidida a lograrlo, estaba aburrida de su continuo choque con la impotencia, similar a los inútiles embates del mar contra las rocas.
- Intentémoslo de nuevo. Luz, cámara, ¡Acción!
Ella se despertó y se levantó del verde lecho que compartía con su compañero. Se dirigió luego, perezosa, a mirar el árbol más extraño de todos. De pronto una rama adquirió movimiento y comienzo a serpentear entre las demás. Justo cuando parecía que aquel ente iba a adherirse a su blanca piel entreabrió su boca, enseñándole los agudos dientes colmados de veneno. Pasaron algunos segundos en los que sólo se oyó al aire penetrar por la seca garganta del recién llegado. En la cabeza de la mujer una sola palabra reinaba sobre los pensamientos: abandonarse. Repentinamente, dejó de ser solamente una palabra para ser una ansia espiritual, una voluntad suprema que se acoplaba con su respiración, que se acoplaba con cada latido excitado. Justo en ese instante, el director se permitió relajar el tenso brazo que sostuvo a su mano apuntando hacia la actriz. Entonces, la mujer exclamó:
- Podemos comer de los frutos de los árboles del jardín menos el fruto que está en medio del jardín, pues Dios nos ha dicho: No coman de él ni lo toquen siquiera, porque si lo hacen morirán.
Mientras se oía, continuando la reciente exclamación, el contrapunto entre el sonido del aire atravesando al extraño ser y la voz emitida por la garganta de la actriz (pero que en realidad provenía desde un ser nuevo, recién nacido), los labios del director no lograron ocultar una satisfacción profunda, similar a la que experimentó el día que descansó. Entendía perfectamente que el proceso, que por fin se había iniciado, no tenía vuelta atrás. Sus ojos siguieron los movimientos de las inexpertas manos femeninas que arrancaban el fruto del árbol y lo guiaban hasta la pequeña boca de su dueña, quien además era observada con asombro por su compañero. Él había recién abandonado el lecho debido a un creciente sentimiento de soledad que no pudo apagar ni al mirar a la mujer. La mano del director volvió a elevarse. El hombre, entonces, dejó también de actuar. Las delicadas manos condujeron el fruto hacia las manos de su amado, deleitado por el contraste del rojo vivo con el pálido blanco. La mitad de la obra del director estaba asegurada. El contraste concluyó cuando sólo hubo el rojo de la manzana y los labios que jamás habían besado otra cosa que no fuera el perlado cuerpo de aquélla que había sido tentada por la serpiente. En ese instante, se consumó el más grande logro del director.
La azulada tela de la silla se sorprendió por dejar de ser víctima, en un momento no acostumbrado, del peso del director. Se oyeron los ecos de los golpes que ejercían las suelas sobre el metal oscuro del estudio. Tras la búsqueda del origen de los golpes efectuada por los dos pares de ojos de los actores, fue reemplazado el acerado sonido por unas breves ondas apagadas. De repente, los mismos ojos se llenaron de espanto y se tornaron hacia el verde fresco del pasto.
- ¿Dónde estás?
- Oí tu voz en el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo, por eso me escondí.
- ¿Quién te ha hecho ver que estabas desnudo?, ¿Has comido acaso del árbol que te prohibí?
- La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí.
- ¿Qué es lo que has hecho?- dirigiéndose, esta vez, a la mujer.
- La serpiente me ha engañado y comí.
Las palabras que emitió el director cobraron vida no sólo en la asustada y arrepentida pareja, sino también en el escenario de los inicios del cine más verdadero: la vida de los seres humanos. La película más perfecta del director, su obra maestra. Los pies de la primera pareja apuntaron hacia un nuevo lugar: uno árido y muy diferente al que estaban acostumbrados a vivir. Luego que el polvo besó los pies, primero de Adán y después de Eva, descendió de lo alto un grupo de querubines, al oriente del jardín del Edén y un remolino que disparaba rayos, para guardar el camino del Árbol de la Vida. Tras unos minutos, en los que el metal oscuro volvió a ser pisado, la tela azulina se curvó nuevamente.
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