Érase éste un espermatozoide huraño, comodino y misántropo que se la pasaba metido en una cavidad de tantas que hay en el conducto deferente. Había sido testigo en muchas ocasiones de cómo algunos amigos y vecinos suyos habían sido arrastrados por la masa seminal sin piedad alguna, así que estaba decidido a no dejarse barrer jamás al exterior, fuera lo que fuera. Diecisiete años después nuestro espermatozoide estaba convertido en un adolescente huraño y huidizo que se la pasaba encerrado en su habitación. En vano los ruegos y el instigamiento de sus familiares para que saliera. Cierta tarde su padre entró al cuarto y comenzó una de sus usuales peroratas incisivas con el propósito de sacarlo de su aislamiento, la cual taladró a nuestro adolescente a tal grado que creyó recordar en la de su progenitor una voz conocida de un más allá sin explicación. Su entrecejo se estremeció al tiempo que le entraron unas ganas terribles de asesinar al tipejo que lo despojó de su comodidad hacía diecisiete años. "Sí, éste es el chaquetero calenturiento que me hizo salir a vivir esto", pensó.