Despierta, dulce paladín de baja estatura.
Ya es de día, no importa si está nublado.
Tienes que ducharte y ponerte esa blusa
que te regalaron cuando soplaste tus quince velas.
Las calles del Gran Santiago te esperan
para que marques tu huella sobre los pavimentos
acabados de restaurar.

No es mi intención prioritaria levantarme.
Mi cuerpo me pesa, la ausencia del sol me deprime.

Entonces, ¿qué puedes hacer hoy?
¿Bailar para nunca bailar?
¿Cantar para nunca cantar?
¿Escribir para nunca...?

¡No te atrevas a tocar mi sueño,
hereje repara-ánimos!

Mírate al espejo.
¿Qué se puede esperar
de una ociosa y sedentaria
adolescente prepotente
y de alma solitaria?

Sólo quiero sacar el planeta
que llevo detrás de este pecho virgen
y mostrar lo que los psicólogos
no fueron capaces de probar.
Es que a veces siento
que se me ha alterado
el derecho de soñar.

¿Soñar dices?
No son sueños, enana, son ilusiones,
que desaparecen en tu cama desordenada.
Sal de esa cama, sal de esta casa.
Aprende a navegar por las calles
en lugar de leer los diarios en la computadora.

El mundo no es mío, por si no sabías.
Sólo quiero ser algo.

Eres un algo.

No sabes nada.

Entonces eres un alguien.

Despiértame al mediodía.