Sabes cuanto te amo y te deseo, endemoniada mujer, sabes que te venero, que abriría sin titubeo alguno mis venas palpitantes para que contemplaras el flujo y el reflujo de esta sangre apasionada que corre y se retuerce y luego desciende en furiosas cascadas para después partirse en dos como lengua de víbora, afluentes que de inmediato se desbocan en la persecución encarnizada tras un deseo que valientemente afronta las peligrosas oleadas purpurinas y que se mantiene a flote por la fuerza del deseo. Sé que no te importa, pero en mi desesperación también abro con mis propias manos mi pecho para que contemples este corazón desaforado que pugna por abandonar su inconmovible cárcel para entonar a viva voz sus sístoles y diástoles, latidos angustiados que te invocan a ti, malvada y pérfida fémina que no valoras mis devaneos, sonríes y te desentiendes de esta volcánica pasión que está a punto de vomitar su fuego para transmitirte su incandescencia a través de mi rechinar de dientes. Aún así, seguirás deshaciéndote en sonrisas y escapando de las lenguas enfebrecidas que pugnan por lamer tus plantas en gesto de perro abandonado que desea tus caricias, tus mimos, una simple mirada, una promesa. Consumiéndome estoy por el fuego de la desesperanza y aún ansío que, transformado ya en simples cenizas, encuentres en ellas la suavidad del lecho para sentir tu cuerpo ardiente sobre mi naturaleza yerta…