Bondad… Todos los que están a tu alrededor representan esta palabra y te asquea, por supuesto. “¡Maldición! ¡Si hasta piden permiso para salir un sábado!” piensas repugnado al verlos durante veinte segundos seguidos.

Nunca se meten con nadie, nunca juegan con nadie… Nunca destrozan a nadie por dentro. Y eso es lo que te diferencia de ellos ¿verdad? Intentas por todos los medios demostrarles como se equivocan al tratar a ciertas personas con delicadeza cuando en realidad lo que deberían hacer es ser rudos y desagradables… “Unos rancios” como te suelen decir a veces.

En clase, mientras estás tumbado en dos sillas, tu cara describe una sonrisa malévola que aumenta al ver entrar a aquella persona de la que te estás vengando últimamente; sí, destrozas su interior poco a poco para después asestar el golpe de gracia final…

Dejaste a propósito un papel escrito en su silla, en el cual pone: “Me gustó mucho verte este finde; el mismo día, a la misma hora, en el mismo sitio, ¿va?” Lo lee… Y, esperanzada, te sonríe. Tú sonríes también, pero de otra manera. Eres como los gusanos en un cadáver, la destrozas poco a poco por dentro para, al final, destrozarla también por fuera.

Llega el fin de semana.

“Que comience la función”, piensas.

Y es que ser cruel te gusta.