Sólo cabía en ti el disenso o no de mis cuestiones, bajo lo intuitivo de tu voz hurgando mis debilidades. Entonces me detuve en esas palabras que tanto remarcabas como una caricatura infantil de tu persona, comparando, fingiendo ser la que no era, actuando a ciegas en ese mar impredecible de tu ser, hostigando en medio de las frases a la espera del entendimiento. Pero nada había de ello entre tus letras, todo habitaba un después de eternos diálogos para no llegar a nada coincidente. En mí, tu vida ascendía como un torrente de deidades construidas por mi imagen, perpetuado hacia la cima de otros mundos, infinito, múltiple, lejano. En ti, la realidad marcaba ese abrupto abismo que estremecía los instantes, lo exacto y limitado de las cosas, concreto, mediato, álgido, tajante. Mientras, mi alma volaba en esa encrucijada de tu piel echada al tiempo, en la magia que rondaba los hechizos, bajo lúgubres recuerdos aferrados a lo indisoluble, en la paz de tus silencios o la oscuridad de los suspiros. Cuando no esté quizás entiendas el porqué de mi sentir, como un infinito velo de luna que agoniza ante este amor dispar que se refleja bajo el cosmos.
Ana Cecilia.
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