Tal vez apenas ocho años. Asomó su carita pequeña, morena y delgada y entró al local. Sus cortos pasos, apenas sostenidos en esos zapatos negros, viejos y gastados, movían su corta vida llena de sueños no cumplidos.
En el ciber, rostros ajenos, ojos hipnotizados, perdidos dentro de pantallas de acrílico, de colores virtuales. Personajes en serie, vidas lejanas de intrínsecos pensamientos, que ni siquiera notaron la presencia infantil.
Con una mano en el estómago, oculta bajo la corta y desteñida polera azul de bordes amarillos, sentía el ruido sordo de un hambre de más de veinticuatro horas. Sonido sin importancia para él.
Observó detenidamente la moneda de cien pesos que apretaba fuertemente en su mano derecha. Por fin se decidió, bajó la mano que permanecía bajo la polera, y con ojitos brillantes de ilusión, cual tímidos luceros, se acercó hasta el mesón. Dejó resueltamente la moneda sobre la superficie de madera, y alzando la mirada dijo:
-“¿Me coloca el juego miniclip punto com?”-
Lo observé desde la distancia, mientras comenzaba a jugar, sumido en un mundo soñado, sentado en el sitio 3, en un mágico momento del tiempo detenido, del hambre olvidada entre comillas, de carrusel de caballitos de colores, de tristezas dejadas en la casa, de juguetes esperados desde siempre, y del eco de las risas de sus escasos momentos de precaria felicidad.
La emoción comenzó a inundar mi alma entera.
Transcurrieron los minutos y me acerqué a su lado. Acaricié con mis dedos su negro y rebelde cabello.
-Parece que eres todo un experto-
-“Más o menos no mas”- contestó sin alzar sus ojos del teclado.
-¿Cómo te llamas?-
-“Matías”-
-¿Cuántos años tienes?-
-“Nueve”- dijo al tiempo que una leve sonrisa revoloteó en su carita de niño.
-¿Te gustaría poder jugar un poco más?-
-“Yaaaaa”- y abrió sus ojos que lanzaban miles de pequeños destellos plateados. Mi emoción iba en aumento a cada minuto que pasaba, y más aún cuando deposité entre sus delgados dedos, tres nuevas monedas. Tres nuevos sueños de niño de alma hermosa y vida triste.
Su sonrisa iluminó el local completamente, mientras yo me alejaba hacia la tarde soleada, sintiendo aquí en mi alma, un revolotear de alas de seda, la melodía de todas las estrellas y los siete colores del arco iris, que el sonido de su risa de niño felíz me acababa de regalar.
Me alejé de allí, notando cada paso más ligero, mientras rodaba silenciosamente sobre mi mejilla, una perla de cristal.
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