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El Viaje.

John apoyó su cansado cuerpo contra la vieja y oxidada barandilla de aquella tétrica estación. Sus manos temblorosas rebuscaron nerviosamente en el bolsillo de su pantalón hasta encontrar aquel arrugado paquete de tabaco ya agonizante. Sacó un cigarrillo y se lo llevó a la boca. Después acercó el encendedor y observó como el extremo de este comenzaba a arder, exhalando tras ello una gran nube de humo que pronto desapareció en el oscuro cielo de la ciudad.

Era un día caluroso, como solían serlo la mayoría de ellos en el mes de junio. El andén de aquella pequeña y oscura estación permanecía desierto, a pesar de que pronto llegaría un tren.

El tren. Durante muchos días aquella le idea había estado obsesionando y consumiendo cada minuto de su cada vez menos valioso tiempo. La duda permanecía en su interior, como una pequeña astilla clavada en su alma que aún le instaba a retirarse y abandonar.

Pero no, no iba a hacerlo. No ahora. Aquel tren era la solución que él necesitaba para todos los problemas que habían estado ahogándole en los últimos meses. Era el medio que debía llevarle lejos de todo aquello. Lejos de sus dolorosos recuerdos, lejos de su ya polvorienta infancia, lejos de su ya agonizante vida pasada... Y sobre todo, lejos de ella, de sus recuerdos. Definitivamente no podía perder aquel tren. Era su última oportunidad.

Un brillante punto de luz sacó a John de sus cavilaciones. El tren había llegado al andén y reducía su velocidad. Pronto se detendría.

John se sentó en la barandilla y aspiró fuertemente una nueva nube de humo, mientras las cenizas caían lentamente ante él. El cigarrillo se consumía, y con él su vieja existencia, incapaz de mantener una actitud hacia el futuro y de la que él intentaba huir. Sin embargo, su mente, aún indecisa, no conseguía asumir una decisión final.

El aire se comenzaba a convertir en irrespirable. Una gota de sudor resbalaba lentamente por los afilados ángulos de su pálida y delgada cara. Ni siquiera se percató de ella. Sus pensamientos estaban en otro lugar. Su mente intentaba repasar en cuestión de segundos sus últimos veinte años de vida, buscando en ellos una sola señal que le indicase la decisión adecuada.

El tren comenzó a acercarse al lugar en el que él esperaba, cogiendo lentamente velocidad. ¡Tenía que decidir, y tenía que hacerlo ya, o lo perdería para siempre! Absorbió una última nube de humo de su cigarrillo y lo lanzó enérgicamente contra el suelo. Sí, iba a coger aquel tren, no podía perderlo.

Cerró los ojos, sintió el corazón latir con fuerza, y uso toda su energía para saltar a la vía.

El tren ya estaba demasiado cerca. El conductor no pudo hacer nada, a pesar de que intentó de todas las maneras posibles frenar a tiempo. Era demasiado tarde. Aquel pesado gusano de hierro engulló por completo el cuerpo de John sin que nada ni nadie pudiera evitarlo.

Lo había conseguido. Definitivamente no había perdido aquel último tren.

Texto agregado el 28-02-2005, y leído por 114 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
20-06-2005 Aquel viaje que todos realizaremos algun día, pero que en ocasiones nos tienta adelantar... envolvente y agradable su relato. kuthelia
 
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