La nieve sorprendía a John caminando por las calles de la ciudad. Oculto tras sus ya habituales gafas de sol, ni tan siquiera se había percatado de que silenciosamente había comenzado a caer sobre él hasta que, completamente empapado, comenzó a sentir la fría humedad en sus propios huesos.
Y sin embargo no le resultaba en absoluto molesta. Veía en su cadencioso caer el macabro baile que limpiaría su alma. El silencioso movimiento que representaba la soledad apoderándose lentamente de su vida, sin que él tuviera modo alguno de evitarlo.
Se había propuesto renacer de sus cenizas, había dado un ligero giro a su vida, había olvidado definitivamente las promesas en forma de humo de la nicotina, vieja compañera de antiguas penas, y sobre todo, se había engañado a si mismo sobre ella.
Y seguía engañándose. Cada día que pasaba se levantaba mirando su pálida cara en el espejo y repitiéndose que no era más que un lejano recuerdo en su memoria. Se lo repetía cientos de veces a lo largo del día, mientras frecuentaba los lugares q en otros tiempos emanaban felicidad, la felicidad de una pareja, la felicidad de un amor eterno.
¡Un amor eterno, que estupidez! Quien puede creer en algo tan subjetivo en un mundo tan fríamente matemático. Al fin y al cabo, John ni tan siquiera la culpaba por todo lo que había sucedido. Ella sencillamente había llegado más rápidamente a la evidente conclusión de que no existe algo como el “amor eterno”, una conclusión a la que él llegaba ahora, después de haberle extirpado dolorosamente la venda de los ojos. La realidad era muy simple, tan terroríficamente simple que le ahogaba por momentos: solo estas tú.
Y eso era lo que más le obsesionaba. Cada pequeño paseo por la ciudad que muchas veces lo había descubierto escondiéndose en las esquinas, la ciudad en la que supo lo que el dolor y el placer comparten en común, y que suele estar escrito en lápiz de labios rojo como la sangre, le incrustaba más y más hondo la pequeña espina de la soledad en el corazón y, lo que es peor, en la mente. Observaba el pasar de parejas, ocultando bajo sus sonrisas la dura realidad que intentaban ahogar desesperadamente, o que apenas conocían.
Y aquel día, con la nieve cayendo silenciosamente sobre él, la historia ahondaba en el patetismo de su propia desesperación. El deambular por los callejones de la realidad golpeaba con crudeza las viejas imágenes de calor, sonrisas y placeres que le habían sido arrebatados de golpe sin explicación aparente.
Y la locura era su mejor aliada. Se sentía loco, se comportaba como un loco, y lo comenzaban a ver como un excéntrico loco. Se paseaba ante la admiración y la repulsa de quienes lo rodeaban, y demasiadas veces la soledad se había convertido en un refugio mucho más seguro que la compañía de todos aquellos que no eran capaces de ver más allá de su cara.
Y continuaba con su lucha. Sonreía a quienes se cruzaban en su camino, animaba a quienes se encontraban en un mal momento, luchaba por mantener una imagen de resistencia, de energía. Y lo conseguía, sin duda lo conseguía. Lo conseguía hasta tal punto que, irónicamente, todos a su alrededor pensaban que su vida transcurría en la más absoluta normalidad. ¡La más absoluta normalidad! Al pensarlo, John se descubrió a si mismo sonriendo. Que deliciosa ironía, aparentar fuerza y ayudar a los demás a que recuperen la esperanza mientras tu te hundes más y más en el pozo de la desesperación, y nadie es capaz de verlo y ofrecerte su mano.
¿Y de que se extrañaba? Todos aquellos seres que lo rodeaban no pasaban de representar un patético esfuerzo para entender su mente. No era que John se considerara un genio, un líder, un ser superior. Por el contrario, solía verse como un hombre totalmente fuera de su mundo. Era como si no hubiera nacido en ese planeta, como si su existencia se hubiese visto truncada en algún momento de su vida, y condenada a continuar en el infierno actual.
Y no era que no encontrase motivos para seguir adelante. Siempre encontraba esos motivos. Había encontrado gente que pensaba como él, gente que era capaz de ver más allá de lo habitual y escudriñar los motivos de todo lo que le rodeaba. Sin embargo, sencillamente cada vez se encontraba más apartado de todo lo que le rodeaba. Era como si el muro que llevaba construyendo durante tantos años a su alrededor, y que había decidido tirar cuando la había conocido a ella, estuviera de nuevo en pie, mas alto y más resistente que nunca. Tenía miedo de perder su humanidad, de aislarse definitivamente de todo lo que lo rodeaba y sentarse a observar el mundo desde más allá de los límites de la locura. Se aferraba con todas sus fuerzas a la oscura realidad que lo rechazaba, y cada vez se sentía más cansado para seguir aguantando.
John continuó caminando bajo la nieve. El pequeño surco de sus huellas se borraba rápidamente tras él, mientras el profundo surco del dolor seguía haciendo mella en su corazón.
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