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Nos sentamos justo debajo del neón rojo de Budweiser de una pizzería que alguna vez había sido muy popular, pero que ahora, por algún motivo, ya no lo era. La decoración era propia de los 80's: neón intermitente, televisores en línea con una misma señal, fotografías de mujeres rubias sobre Ferraris y muchos otros detalles que junto a las manchas de humedad se fueron agregando desde la inauguración.

Frank y George eran amigos con los que hacía tiempo no me veía. Frank estaba en la música, estudiando violín, piano y otros instrumentos clásicos. Yo también me relacionaba con la música, pero de manera diferente. No era músico, sino algo parecido a compositor.

Frank tenía decenas de libros de Brahms, Beethoven y Mozart y cuando visitaba su casa, siempre hojeaba alguno. Los abría y de inmediato los cerraba. No había otra cosa que doscientas o trescientas páginas de pentagramas en cada uno. Me hacían sentir pánico. Era increíble que alguien lograra tener una conexión con la música interpretando pentagramas, imaginando doce instrumentos al mismo tiempo. Algo imposible para mí.

Así y todo, Frank lo hacía sin problemas. Pero aún no era bueno tocando el violín. Lo hacía sonar raro, como si las notas dudasen.
Muchos de los temas que él tocaba yo no los conocía, pero al escucharlo sabía que algo no andaba bien. Entonces él paraba de tocar y con el mentón aún en el violín decía: --Comencé a estudiar a los veinte, los rusos normalmente comienzan a los 4 años… ¡Nunca los voy a alcanzar!

George, en cambio, no hacía nada en absoluto. Tenía 27 y aún vivía con sus padres. No trabajaba, ni salía, ni lograba conectarse con las chicas. Se mantenía fuera de todo, de alguna manera. Y hacía bien, supongo.
Escuché ruido de sillas, dos mesas atrás. Vi a cuatro subnormales aplaudiendo de pie, cantando con fuerza la canción de Feliz Cumpleaños. Era realmente irritante.

Llegó el mozo a nuestra mesa y después del pedido volvió con dos Heineken, algo de maní y tres vasos grandes. Luego se alejó unos metros y se quedó parado justo debajo de un tv.

Frank sacó un atado de cigarrillos Philip Morris. Lo dejó en la mesa, junto a un encendedor de plástico. George tomó el encendedor y comenzó a jugar con él, haciendo pasar los dedos sobre la llama.

Logré distinguir un tema de Ella Fitzgerald que sonaba muy bajo, desde algún lado. Me hubiera gustado que subieran el volumen. Luego me olvidé por completo de la música.
-El domingo me clavé una puta. -dijo George-. Veinte pesos.
Frank me echó una mirada rápida mientras encendía un cigarrillo.
-Me la chupó. Después se la metí por el culo.
El humo que exhaló Frank fue directo a la pared, contorneando unos tubos de neón azul. Pronto tomó un color púrpura muy atractivo y se desvaneció de inmediato. Creo que ellos no lo notaron.
-¿Que sé siente por el culo? -preguntó Frank.
-Nada, igual que la concha. Más seco, creo. -dijo George.
-¿No se la metés a tu novia por el culo? -me preguntó Frank.
George tomó un buen trago de cerveza. Me miraba mientras lo hacía.
-No hay forma. No le entra. -dije.
-Tendrías que meterle antes el dedo y mucha saliva.
-Vaselina -dijo Frank.
-Si, intenté, pero nada. Tampoco insistí demasiado. Me da un poco de impresión todo eso. No me gustaría lastimarla. Tengo una pija grande y ella un culo muy chico. -dije.
-Qué lugar de mierda. -dijo George.
-Sí.
-No es el Ritz, pero no está tan mal. -dijo Frank.
El mozo trajo la pizza. Tenía mucha muzzarella y se veía bien.
George fue hasta la barra a pedir otra cerveza.
Frank esperó a que se alejara.
-¿Le contaste a George de la chica de Río? -me dijo en voz baja.
-No. No me gusta contarle mucho sobre mujeres. Me da la idea de que lo hace sentir miserable. -respondí.
Frank hizo un gesto con los hombros.
George regresó con dos cervezas, las dejó en la mesa y nos sirvió a los dos. Después se sirvió el. Se sacó el abrigo, lo puso en el respaldo de la silla y se sentó nuevamente.
-¿Te conté de la chica que conocí en Brasil? -le pregunté a George.
-¿Fuiste a Brasil?
-Hace un par de meses. Estuve en Río y conocí a una chica en la playa, un par de horas antes de volver. Yo estaba sentado en la orilla, tomando un jugo de naranja con los pies en el agua. Ella se acercó y se sentó a mi lado. Una hora después me la estaba clavando en la ducha de su departamento. No había mucho tiempo, yo tenía vuelo de regreso en cuatro horas. Fue todo muy exótico. Su pelo grueso y la piel negra y el calor intenso. Ella inclinada hacia delante, con la cara y los brazos apoyados contra los azulejos del baño, el agua de la ducha dándome directo en la cara, el agua tibia, casi fría. Afuera, la temperatura estaba cerca de los treinta y cinco o cuarenta grados.

Mientras lo hacíamos, ella murmuraba palabras en portugués, cosas incomprensibles. En la radio sonaba algo muy suave, como una samba.

George señaló las dos últimas aceitunas de la pizza y preguntó si alguien las quería. Frank y yo dijimos que no. Las tomó delicadamente y se las comió. Luego se chupó los dedos.
-Creo que pocas cosas son tan vulgares como chuparse los dedos, ¿sabías? -dije.
-No te enojes, tengo cáncer en la lengua. -dijo George mostrándome la comida masticada en su boca.
Frank se reía. Logré ver una pequeña cáscara de maní pegada en su diente.

-¿Qué más pasó? -preguntó George.

No sé, no es nada especial, pero era el entorno, tan exótico, tan fresco… me acuerdo de su espalda, una piel perfecta y el agua cayendo por esas curvas. Y sus senos firmes y sin marcas de bikini. Su cara era muy definida, muy femenina. Tenía modales suaves y tenía clase, pero había algo salvaje en ella también. Algo selvático. Yo la miraba y aunque no sé mucho de mujeres negras, supuse que podía llegar a ser modelo con un cuerpo así. Un metro setenticinco y tenías que ver esas piernas… Mientras me la cogía, le metí el dedo en el culo, y se inclinó aún más, retorciéndose, empujando hacia atrás. El baño lleno de vapor, ella gritaba, yo gritaba y el agua de la ducha se metía en mi boca. Una danza increíble. Estaba cerca de acabar y la saqué un momento para enfriarme. Nos besamos y entonces ella abrió un pequeño sachet de shampoo que estaba en el posa jabones de la ducha, lo vacío en sus manos y me lo untó en la pija. Volvió a ponerse en la misma posición que antes, bajó una mano y se llevó la pija enjabonada al culo. Logré introducirla lentamente pero por algún motivo, comencé a perder la erección.
Frank ya sabía la historia, pero le gustaba que la contara una y otra vez. Miré a George y pude ver cierto gozo oculto en sus ojos, al contarle lo de la erección. Seguramente habría sentido cierto alivio con un final así, y lo comprendía perfectamente. Yo también disfrutaba cuando el toro embestía al torero.

-Fue raro. Pero a ella no le molestó tanto, creo. Fuimos a su cama, caminé siguiendo ese culo tieso, mientras el agua caía de su pelo negro en toda la habitación. Volví a sentir el calor en el aire, la música aún sonaba fuerte, ahora eran tambores y percusiones africanas. Miré la hora en un pequeño reloj que tenía junto al velador, aún había algo de tiempo.
Ella me miraba, me miraba intensamente. Me sentía muy bien, hasta me había olvidado de la erección. No importaba una mierda la erección. Nos sentíamos bien así, en su cama. Cerré los ojos unos minutos. Me fascinaba la música. Podías entrar en trance con esos ritmos. Me tumbé boca arriba y ella comenzó a chupármela. Muy suave. Lento, parte por parte. Me metió el dedo en el culo. Estiré mi mano y la tomé de una nalga, era increíblemente sólida. La atraje hacia mí y comencé a mordisquearla y lamerla. Ella puso una pierna a cada lado de mi cara. La concha era de un color rosa claro. Se veía muy rara entre esas piernas tan negras. Estaba bien depilada. Pensé en el sida, pensé en lamer, pensé en fregar mi cara mientras olía profundamente en su sexo, pensé en víboras verdes subiendo por sus piernas. Pensé en pasar los próximos cuarenta años en esa posición. Entonces acabé en algún lado de su cara o en su boca o en ambos lados. Nos vestimos. Me acompañó hasta el taxi. Me dio un gran abrazo y me dijo que se llamaba Leila.
-¿Leila? Qué nombre tan raro. -dijo George.
-¿Vas a volver a verla? -preguntó Frank mientras encendía el último Philip Morris del paquete.
-Quién sabe. -dije. Esperé a que el humo exhalado llegase nuevamente al neón.

Pablo Kersz
www.kersz.com

Texto agregado el 28-02-2005, y leído por 103 visitantes. (0 votos)


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