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MATIANA


Fue martes. Ni te cases ni te embarques, reza el refrán. Para Graciela López el seis de agosto fue un día normal. Complacida aleccionaba a su nuera Matiana Sánchez Esteban en la venta de ganado porcino. Atrabancadamente también advertía la tardanza de unos compradores. Era ya mediodía y el clima registraba 17 grados centígrados. En el cielo repentinas nubes oscuras hacían tropezar la luz entre los árboles, como si algo inevitablemente tuviera que ocurrir. Recorridas las trece horas, el pueblo parecía estar solo. De la atmósfera todo se hizo cotidiano: Unas cuantas viviendas, pocas familias, escasos niños y en sus calles un constante viento frío debilitando terminalmente el anémico sol. La rasposa voz de Graciela mantenía la atención de Matiana la hija política de la familia López. La joven distrajo su atención por las secas buenas tardes. Al fin los compradores, titubea la mujer mayor en su cabeza. Los muchachos, como decidió llamarlos, nerviosos, extraños y sudando, asumen un papel. “No son de por aquí” es la pregunta que surge de sus labios, mientras articula un gesto de bienvenida. Fotográficamente ellos miraron su vivienda, analizaron su figura, notaron su debilidad, hicieron eco en su desamparo. En un instante, las escasas sonrisas se detienen. El rostro de Graciela se muestra molesto. Matiana es sorprendida poniendo mucha atención ante un grupo de extraños. Ellos dos están de paso, son visitas interesadas en la compra de cerdos en pie…Minutos más tarde, el escenario protocolar y la serenidad se extravían violentamente. En un ambiente confuso fuertes insultos son lanzados contra ambas mujeres. Graciela nota de cerca la miseria de su existencia y su condición desprotegida. Una herida profunda en su garganta anuncia el triste final de su historia. Matiana, desprovista y con el miedo a flor de piel, intenta gritar... Su mirada se topa con cuerpos robustos y de pelo largo. Una rubia ordena maniatar a la joven integrante de la familia. El miedo de Matiana la dibuja inocente y poco peligrosa. La impotencia y el llanto traducen en su rostro juvenil el horror. Su familia consiguió un reflejo de algo que fue una realidad sospechosa: ladrones pensando en un jugoso saqueo. El pasamontañas los hace transpirar aun más, mientras registran toda la casa. El cuerpo sin vida la mujer grande desdibuja su realidad, tirado, entre la pastura de un establo. En el interior de su vivienda, el desorden aturde las ideas de aquel martes, después del mediodía. Como al principio, nerviosos, extraños y sudando, la desesperación los envuelve. Afuera el pueblo sabe a tragedia. El aire sufre y las sombras se han ido; ellos deciden marcharse sin haber comprado los cerdos, el pago a la desdicha es flaco y pobre. Un instante transcurrido y la pesadilla más profunda se gestaba en la memoria de Matiana. Tener que pedir auxilio, correr para ponerse a salvo, las escenas constantemente revoloteando como las ideas. La hermana de la mujer asesinada enteró a la policía de lo ocurrido. La hipótesis, luego de una inspección, se asomaba como parte de la ficción: una ilusión hizo padecer a los ladrones qué en proceso de metamorfosis duermen libres, transformados hoy en criminales. El silencio hace caer la noche y no hay forma de oler su huida, se disolvieron como sombras. El cuerpo boca abajo es muestra de un error que por olvido asoma. Es evidente que algo no salio bien; no estuvieron satisfechos y zozobran el temor de ser descubiertos. Desgraciadamente, ahora, ella, durmiendo el sueño del olvido y construyendo el recuerdo de su existencia; mientras los responsables, viviendo algo peor que la misma muerte. Las investigaciones se apresuran. En su vivienda las puertas quedaron abiertas, las recamaras violadas, los rincones hurgados, la tranquilidad violentada, la intimidad de una familia fue traspasada. Como felinos, midiendo cada paso y asegurando borrar un rastro se escaparon junto con el viento, dejando como pista el terror y la angustia. Conciliar el sueño es ahora difícil para la familia, los argumentos policíacos están en picada dentro de una espiral fuera de control. Hoy los zapatos de una familia se han gastado con el trabajo y la experiencia. Se ensuciaron con la muerte, pero todos los días caminan hacia un mundo mejor en el futuro. Caminan para que no se haga noche y se consolide, aquí y ahora, la vigencia efectiva de una justicia. Quinientos pesos y un teléfono celular son el llanto con el que la vida se ha ido.

Texto agregado el 29-07-2003, y leído por 458 visitantes. (0 votos)


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