“Qué calor desprende esa llama, ¿verdad?” piensas observando una pequeña fogata. Parece que es la primera vez que ves un poco de fuego, y sigue maravillándote como se queman las maderas que echamos para no pasar frío. “Todo arde a su paso… Es imparable… Es purificador…”

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Llevas varios días que reaccionas a las acciones que no son de tu agrado de manera violenta, haciendo lo posible por arrancar unas míseras lágrimas a las personas que odias con todo tu alma, haciéndoles la vida imposible… ¿Lo has logrado acaso? No, pero sigues intentándolo; además, te gusta el poder ver como se quedan anonadados por tus actos…

Ahora, ese imbécil al que tienes unas ganas tremendas se te acerca con un arma, tras haberlo puesto a parir; te agarra y con ella te apunta. Sientes tu frío sudor resbalando por tu sien y por tu mejilla. Lloras de miedo y tus amigos están sorprendidos. Alguien te “defiende” de tu atacante y éste huye. Estás avergonzado y has sido humillado delante de quienes tanto te importan… Necesitas vengarte. Oyes una voz que te dice: “Síguele; cóbrate tu venganza ahora.”

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Siguiendo a aquel que te ha humillado has llegado al cementerio… Y entras tras él. Ves como ese imbécil ha caído en una tumba sin darse cuenta, y ahora llora porque no puede salir… ¿Qué haces? Haces caso a la voz de tu cabeza que te dice: “Préndele fuego”.
Y, mientras aúlla de dolor y se retuerce para librarse de las llamas, le entierras vivo y le dices "Te la debía mamón". Cuando terminas, te sientes bien; es el mejor sentimiento de satisfacción que has tenido nunca; ahora la voz te dice: “Chico listo; ahora, mira a ver que haces con la vieja que está llamando a la policía porque te ha visto hacer todo esto”.

Sonríes malévolamente… Y sacas el mechero.