That there, that’s not me
I go, where I please
I walk through walls, I float down the Liffey
I'm not here, this isn't happening
I'm not here, I'm not here
(How to dissapear completely - Radiohead)
Nací a la edad de 16 años. De aquella época mis manos recuerdan una cintura y mis hombros unos hermosos ojos cafés. Me sentía extraño. Extraño y solo, pues mi segunda madre había partido.
A pesar de mi procedencia las personas nunca se extrañaban de mí porque me veo exactamente igual a ellos (en teoría, claro). Empecé entonces a observar comportamientos. Siempre he creído que es mejor cambiar sistemas que remendar acero. He allí la primera diferencia. Por eso cuando supe lo que tenía que hacer perdí muchas cosas. Es cierto que nací a una edad muy avanzada, pero mi estancia en este lugar data de hace tan sólo unos cuantos años y, aún así, poseo muchos recuerdos. Recuerdo a mis ambas madres, la ropa que solía usar, la forma de caminar, de hablar, de ver todo lo que aún no existía para mí. Recuerdo a un perro también, y es por él que puedo determinar la segunda diferencia: el perro, para vivir, debe ser sólo un perro. Él era feliz así. Yo en cambio (y ustedes también), para ser felices, necesitan ser algo más que simples seres humanos.
Vivo bajo los pies de la gente aún si antes estuve mucho más arriba que sus cabezas, y conozco muchas ventanas. Muchas veces dijeron que no era de aquí; de ahí mis dudas. Como han de suponer, ha transcurrido cierto tiempo y mis observaciones han seguido determinado ritmo. Para continuarlas resolví volver a estudiar.
He conocido muchísimas personas. Ustedes pueden llegar a ser amigables, la verdad que sí. Pero sigo solo.
Siempre cuando salgo camino hasta el paradero donde se supone debo abordar un automóvil cualquiera que me lleve a casa. Hago esto con frecuencia, casi todos los días. Excepto los viernes, donde son mis adoloridos pies los que me llevan donde quieren hasta la hora que quieren. He conocido tantos lugares. Tantos espacios tengo. Gracias a ellos conocí las puestas de sol, pude también dar una pequeña limosna, vi casas, personas, creí ver a mis captores, pero me había equivocado, es que aquellos ojos eran tan parecidos.
Inicié (¿o retomé?) mi yo escritor al comprar una cajetilla de cigarrillos para lograr escribir algo. A pesar de algunas incómodas miradas, sentado sobre la arena empecé a redactar esto, y lo he ido aumentando con el pasar de los días (puede ser con el pasar de los minutos) para dormir de una buena vez, empero, había dormido tanto en clase, que al final de mi permanencia en el mar, dibujé sólo dos líneas. Dibujé luego, al lado del primer dibujo, una tercera línea que doblé casi simétricamente. No terminé el nombre pues no estaba seguro aún.
Aquel día regresé más temprano de lo debido. Aún entraba luz por aquel resquicio que contaba con mi total asquiscencia, pues era el único modo de enterarme si el día ya había muerto allá afuera de la habitación donde yo solía pasar largos momentos durmiendo.
Aquel lugar era mi hogar.
Despertaba en las mañanas y era uno más del montón, aunque yo me sentía diferente. No era igual al resto de personas que andaban de un lado hacia otro comportándose como adultos. O al menos eso creían ellos. Lo primero que hacía al salir de mi hogar era mirar al cielo. Yo aquí esperando. Podría parecer extraño, pero como mencioné hace un momento, yo era diferente; mis pocos amigos así lo podían confirmar.
El cielo se veía aquel día más hermoso que nunca. Yo solía pensar que había alguien viviendo allí que miraba todo lo que las personas hacían o dejaban de hacer. El cielo era hermoso pero abajo era lo mismo. Me dolían los pies cuando caminaba. El cemento (materia predominante en los lugares por donde yo transito) lo sentía caliente. Olía a mañana y a gente. Olía a engaño. A contradicción. También olía a amor. Este último olor casi nunca lo he percibido fuera de mi hogar.
Estoy un poco tenso. Pero estoy bien.
Alguien cayó del cielo. Puedo afirmarlo pues una pluma transparente acabó en mis manos dejándose ver sólo un instante para luego indicarme (creo yo) que un ángel estaba por aparecer.
Los ángeles existen. Yo conocí uno.
Cuando te vi por primera vez llamaste mi atención por aquella mirada de niña buena y mala a tu manera. A la manera de alguien diferente. Alguien como yo. Si no te hablé fue porque para ese tipo de cosas (ya sabes, el clásico cortejo de hombre a mujer tal mal entendido en esta zoociedad) soy un completo tonto, algo así como una canción de amor mal hecha. De aquellas que terminan aburriéndote con indulgencia. Bueno pues, así que no hice camino. Pero tú seguías allí. Y yo también.
Otro día que el sol no despertó de buen humor salí de noche para, así, con el pretexto de comer algo en la calle, dejarme ver, pues era evidente que habían venido a buscarme. Tal vez llegaron a saber de mí durante algunos de los muchos viajes que hice al cielo. Al cielo que tantas veces miraba. Pero ustedes nunca llegaron. Yo aquí espero, pero escondido en mi hogar. No salgo más que para lo necesario. No sé bien si quiero regresar. No sé bien si soy de donde ustedes dijeron que eran.
¿Era amor? ¿Era eso?
Dos cajas de chelas con unos amigos hace seis meses y medio hicieron que casi acabara con todo esto.
Les conté a mis amigos lo que yo creía. Las cosas que yo creía. Les hablé de amor. Les hablé de naves espaciales. De hermosas naves espaciales. De mi habitación y del olor a amor que allí había. Del olor a amor que siempre guardé bajo una agradable, simple y roja chompa de lana. Les hablé también del cielo. De cómo una mirada puede hacerte llorar. Tal vez de tristeza. Tal vez de alegría. También les hablé de ti, sin mencionarte, claro.
Pero no me creyeron. Has tomado demasiado, me dijeron. No me sorprendí, ¿no es así el comportamiento de las personas que apenas han pasado los veinte años? Estoy próximo a esa edad y espero tener a alguien a mi lado para cuando eso suceda. Alguien a quien pueda besar y abrazar cuando sienta que puedo dejar de ser yo mismo. Alguien que me sepa diferente. Alguien que use mi chompa roja para llenarse con todo el amor que tengo ahí escondido.
Regresé a mi hogar, pero esta vez dejé la tapa abierta. Era casi de madrugada y nadie se daría cuenta. Yo quería ver el cielo. Quería ver las estrellas. Lo hice escuchando una canción. Una canción que yo mismo canté. Que canté para ti. Tal vez en una canción se hallen todas las respuestas. No lo sé aún.
Al siguiente día dormí durante toda la clase pues había observado el cielo hasta bien acabada la muerte de la noche. Sólo dije hola y gracias. Estaba a punto de partir. Supe que vendrían por mí. Pero ya había empezado a mirarte otra vez. ¿Debía irme?
Hoy llegué un poco más temprano. Llegué contento. Ordené mi habitación y fumé un cigarrillo para poder escribir algo. No disfruté mucho las pitadas. Si hubiera sabido que la próxima vez que escribiría lo iba a hacer sin fumar quizá recordaría más el sabor de mi dedo meñique.
Estoy un poco tenso. Pero estoy bien.
Mi segunda madre regresó hace unos mese y estuve a punto de morir. Pude haberlo hecho cuando la vi después de tanto tiempo pero era el momento de arreglar (empezar, terminar) ciertas cosas. Ella, además, parecía haber cambiado.
Caminé muchísimo antes de tomar una decisión. Pensé en ti. Pensé en mis hermosas naves espaciales. En adquirir mi verdadero aspecto.
Decidí quedarme.
Gracias al reflejo de un espejo pude observar las calles por donde solía pasar antes de nacer. Compré dos chocolates y los guardé para después. Me senté (y esperé) cerca de tres horas (tal vez fueron cinco minutos). Mi primera madre me vio pero fue mi segunda madre la que se quedó sentada junto a mí. Sin haber comido el primero, le invité la mitad del segundo chocolate. Aquí me enteré que ella en realidad era mi segunda hermana, que habíamos nacido a la vez, que tampoco le había gustado la ropa que llevaba puesta aquel día. Que a pesar de todo, me seguía queriendo. Arranqué mi cabello número cuatromil setecientos doce pues era el que mejor memoria tenía de todos, y se lo regalé. Ambos entonces nos dimos un beso. Luego ella se fue, y desde entonces no me habla.
Desde arriba vieron que ya era demasiado tarde para que trataran de llevarme con ellos, pues además de esto, yo ya había empezado a dudar de mi procedencia.
A pesar de haber llegado el verano, el cielo lloró tan hermoso como casi siempre lo hacía. Salí y decidí cumplir mi promesa. Subí al primer carro que pasó con la sola idea de descubrirme. Sin importarle la velocidad del vehículo, el húmedo exterior de la ventana ubicada al lado mío me enseñaba detalladamente su rostro. Ahí estaban las descuidadas veredas que quise alguna vez echar a perder, los mismos parques que por el uso que les daba tan bien pude llegar a conocer, los mismos adultos, los escasos niños, mis ambos ojos.
Puedo pecar en vanidad, pero creo que si el cielo seguía llorando era, tal vez, porque sabía que podía perderme.
Mi duda al salir del carro pudo no haberle puesto fin a este viaje que, tomando en cuenta el destino inicial, había ya terminado. Bajé y decidí en adelante caminar un poco más, pues tal vez sería la última vez que lo haría. Volví a sentir el olor a amor y sólo atiné a sonreír dejando una pequeña duda en el aire. Mis pies hicieron seis esquinas y pasé por una de mis ventanas. El suelo (y sus esposas en mí) estaban completamente mojados, enseñándome (reflejándome) a cada momento mi propio rostro. Cuando por fin llegué estaba un poco nervioso.
Sentado supe que en verdad había cambiado, que siempre fui de donde ellos dijeron que era. Tapé los ojos del perro que había empezado a mirarme e inicié la conversación. Lo sabía. Estaba enamorado.
Estoy un poco tenso. Pero estoy bien. |