Angel perdido.
Es cierto que el tiempo es un devenir de horas y segundos; que es un flash de emociones, que pasan a ser recuerdos inéditos y esperanzas llenas de incertidumbre. Es certero decir, también, que las olas bañan las costas, revientan su furia en el concreto que la rompe y lanza sus restos líquidos por el aire marino que nos golpea el rostro, en forma de briza fina e incidiosa conquistadoramente, deseante de tierras ulteriores, interiores. Es feaciente, desde luego, que las estrellas merodean el ambiente negro del etereo paraíso, y que nos miran día a noche con cierto dejo de morbosidad casi curiosa, y nos saludan audaces en esos días de eclipse y de tormentas astrales, de auroras y cruces australes. Es cierto también, que si existiera algún dios allá arriba, acá abajo o bidimensionalmante, no me sería tan inexacta la fe que mis ojos me podrían dar al verte, tan cerca y tan hermosa. Y digo si dios existiera, porque hasta el momento dudo de su ser, no con falta de respeto u odio alguno, si no con la ignorancia que me permite y me reconforta el dudar. Bueno digamos que para estos instantes dios o Alá no existe, que nadie nos ha creado y que nadie nos espera al final del paseo. Y si esto último es cierto, entonces tú debes ser una simple imagen flotante, el recuerdo de algún reino perdido, Atlantida, podría ser, o Gondwana. Digamos que eres un angel perdido que aún busca a su dueño y que no sabe que ha nacido único y bello. Entonces serías un sueño, mi sueño, que ha venido inmortales veces a besarme el alma y a removerme las articulaciones. Eres, entonces, un resquicio de paraíso que no me canso de vivir.
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