Verdad fugaz.

Siempre hay una mañana, un despertar, que trae consigo las luces de un nuevo amanecer. Es una mañana digna de recordar, llena de olvido. Si, llena de olvidos, de olvidar las vidas pasadas, las muertes futuras, las caídas y los saltos, los llantos y las risas. Y ahí nos encontramos, en pleno inicio de un nuevo día, de ese gran nuevo día que se nos presenta desnudo y mirándonos. Esperando si quiera el gesto estúpido que solemos dar ante una revelación así.
Es que para todas las personas de este mundo, siempre hay una nueva alborada, en que el sol brilla con más fuerza, y por fin ilumina los parajes que tanto se nos habían escondidos. Y los vemos con claridad, como si estuvieran a un metro, ahí al lado, casi palpables por nuestros oídos. Siempre ha de haber un abrir de ojos, llenos de futuro, que nos dejan solo, absolutamente desguarecido de nuestro pasado, que a partir de ese momento nos es tan inútil. Si, en cada humano hay una mañana en que nos cuestionamos hasta las ganas de comer, y nos enarbolamos en un sueño eterno de futuros verdaderos, realizables y anhelantes por nuestros corazones. Nos queremos desarrollar como siempre quisimos, y en esa mañana sabemos que es posible; con sólo ver la luz del día y oler el dulce aire, lo sabemos. Y estamos seguros de poder lograrlo, aunque nos cueste nuestras vidas, sabemos que al final de nuestros días estaremos dichosos de haber vislumbrado la verdad.
Si, hay una mañana para todos los seres humanos, en que encontramos la luz de nuestras vidas. Pero al mirarnos la sonrisa en el espejo notamos que ya se nos hizo tarde para irnos al trabajo, y nos olvidamos de ella.