Esta mañana, mientras se arregla para ir al colegio, Carlitos manifiesta a su madre el desagrado que le produce asistir a la escuela por la tirria que le tiene doña Remedios, la maestra.
La madre, que no ve mas que por los ojos de su único hijo, le anima diciéndole que debe cambiar de sistema, no mostrándose tan desaplicado e indiferente a las explicaciones de la maestra. Y verá lo amable que ésta se muestra con él, si cuando explica algo le demuestra sentir interés por lo que dice, para lo cual es conveniente que si tiene alguna duda o no lo entiende se lo pregunte.
Carlitos, que lo que dice su madre es materia de fe, va a la escuela deseoso de demostrarle a doña Remedios que ha cambiado de comportamiento.
Esta mañana el tema a tratar es sobre fisiología, y doña Remedios les habla del corazón, pieza esencial de todo ser viviente, sin el cual el ser carece de vida. Les cuenta sobre las dos partes que lo componen, la masa contráctil, o miocardio, y las membranas que lo envuelven por la parte interna y externa, llamadas el endocardio y el pericardio.
En ese momento, Carlitos, siguiendo el consejo de su mami, alza el brazo para llamar la atención de doña Remedios, Ésta, intrigada y un tanto molesta por la interrupción de Carlitos, ya que espera que salga con alguna de sus paparruchadas, le dice:
-Vamos a ver, Carlitos, que duda te asalta.
Carlitos, con voz temerosa por el tono molesto que ha usado doña Remedios, pregunta:
-Oiga, doña Remedios, y el corazón ¿donde tiene las piernas?
La maestra, que ya se esperaba algo así, en tono desabrido increpa a Carlitos.
-¿Y a ti, quién te ha dicho que el corazón tiene piernas?
-El señor Nemesio, el tendero, que a él se lo oí decir –contesta Carlitos, a punto de hacer pucheros al comprobar el mal resultado que le ha dado el seguir el consejo de su mami.
-El señor Nemesio es una persona sensata y jamás ha podido decir una estulticia de ese calibre.
-Pues si que lo dijo –replica Carlitos empecinado y terco- El sábado cuando mami me envió a por sal, como la puerta de la tienda estaba cerrada me puse a escuchar por si había alguien, y bien que se lo oí decir al señor Nemesio: corazón mío, ábrete de piernas.
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