Moncada piensa que la vida, en ocasiones, se parece a un viaje en autobús: unas veces te toca ir de pie y otras no. El por las mañanas, cuando se dirige al trabajo, tiene, casi siempre, que viajar en el pasillo pues el bus va lleno a esa hora; en cambio al medio día, al regresar, como lo aborda en su parada inicial y comienzan juntos el recorrido, va, por lo general, cómodamente sentado –bueno... lo cómodamente que permite un Inter urbano-. -No es que sea cuestión de suerte –piensa- sino que el universo, así, tiende al equilibrio. Como veis, nuestro personaje es un poco filósofo.
Puede que el conductor lleve encendida la radio, puede que no; hoy suena una canción que no le gusta, es una de esas vacías composiciones de actual tendencia consumista, de “usar y tirar” como las llama el, viejo militante sesentero, pre-disco music y anti globalización.
Cuando parte, el autobús lleva tan solo unos pocos usuarios pero eso no tarda en cambiar; unas tres paradas mas adelante el transporte se detiene frente a un colegio. Los niños y niñas, con sus mochilas llenas de libros y sus risas y hablares en tono desenfadado y mas cercanos al grito que al susurro, toman por asalto el vehículo con su vivacidad y sus desmedidas ansias juveniles; Moncada, extrañando las vacaciones escolares, piensa contrariado que se acabó el paseo en silencio; no recuerda que cuando el era estudiante, también gritaba al viajar en el bus con sus amigos. Los puestos vacíos disminuyen a ojos vista, un par de altos mas y ya será prácticamente imposible encontrar un asiento desocupado; los que suban posteriormente viajarán entonces de pie, mientras el universo prosigue buscando su equilibrio.
Un chico se acomoda delante de el. Moncada observa su nuca, el corto y desordenado cabello castaño salpicado de tintados reflejos dorados y hecho jirones, con calculado desorden, en alguna peluquería de moda. Durante un rato centra su atención en el piercing que le atraviesa la parte alta del cartílago de la oreja derecha. Cuando el tenía esa edad, la manera de expresar su rebeldía era dejándose los cabellos largos: -menos doloroso -sonríe para sus adentros recordando, por un instante, lejanas... mejores épocas- . Mientras el colectivo retoma la marcha, Moncada pasea discrétamente la vista entre los ocupantes que viajan con el. De no ser por los chiquillos y algunas personas que van juntas, no parece que nadie mas se interese en sus accidentales compañeros. Incluso podría decirse que todos tratan de aislarse de alguna manera; unos con sus aparatos de música portátil, otros concentrándose en sus teléfonos celulares, los mas mirando aquí y allá, hacia cualquier lado con tal de rehuir los casuales ojos extraños, desconocidos. El autobús se detiene en una nueva parada. Ahora en la radio comienza a sonar la canción: “Como una virgen” de Madonna (la cosa va de mal en peor). Nuestro pasajero se fija, a través de la ventanilla, en dos personas sentadas en un banco; un hombre joven con aspecto aniñado y una anciana conversan sonrientes, con toda tranquilidad, mientras comen bombones de una cajita que el chico apoya en sus rodillas.
Una mujer embarazada sube a bordo con cuidado, paga su importe y, con dificultad, badea el torniquete que lleva exacta cuenta del número de clientes; una estudiante de no mas de catorce años, salta, como si hubiera estado atada a un resorte, para cederle su puesto. Hay oportunidades en las que Moncada, conmovido, no extraña para nada las vacaciones escolares.
Prosiguen el recorrido y, mas adelante, nuestro personaje tiene que torcer la cabeza para poder observar en la calle, una escena que lo ha intrigado: Un minusválido en silla de ruedas se ha detenido en la calzada, al lado de un coche aparcado entre otros dos en batería, y que está a punto de salir; el pobre impedido parece estar esperando a que este deje el puesto libre. La escena lo desconcierta pues semeja que quisiera estacionarse en dicho sitio, aunque lo mas probable sea que intente subir a la acera por el espacio que ha de quedar vacío; lo extraño es que un poco mas adelante, a tan solo unos cuatro o cinco metros, hay un paso disminuido construido, precísamente, para personas que como el, poseen una reducida movilidad. Mientras la marcha continúa, nuestro hombre hace un esfuerzo por enterarse de el desenlace de la situación, y así es como logra, a parte de una tortícolis, ver que el coche, tras desmarcarse de los otros dos que lo flanqueaban, es abordado por el chico de la silla que, abriendo sin ayuda la puerta del copiloto, introduce en el auto su cuerpo primero y luego pliega y sube también la silla. Nuestro amigo, turbado, aparta la vista y se avergüenza de haber considerado al muchacho un “pobre impedido”. Siente como si una enorme báscula sideral se estrellase contra su cabeza.
Los altavoces dejan escapar los primeros acordes de “Radio Ga Ga” del grupo Queen; aunque no es una de sus bandas preferidas “algo de rock es mejor que nada” piensa. No entiende mucho el inglés pero sabe de que trata la letra; escucha al cantante del grupo vocalizar su crítica a los modernos medios audio visuales, ensalzando por contra, a la vieja y entrañable radio de su juventud. -Freddye –piensa nuestro protagonista-, a ti si que se te echó a perder el aparato... definitívamente.
El pasado vuelve de nuevo, por unos instantes, a su memoria. Recuerda cuando, al viajar en el bus, lo único que deseaba era que una chica bonita se sentara a su lado. -¿Para qué? –se pregunta en tono auto crítico-, aunque alguna se sentara, que en muy escasas ocasiones llegó a suceder, jamás se atrevió a entablar conversación con ninguna. Ahora, pasado el tiempo, lo único que le preocupa es que alguna mujer, recién salida del mercado, no se le valla a acomodar al lado con la compra; a esa hora del medio día y con el estómago vacío, el olor a pescado crudo le produce unas nauseas espantosas.
Un nuevo alto en la ruta. Nuestro amigo se incorpora y observa como, mientras comienza a sonar “Angie” de los Rolling Stones a través de los altavoces, una hermosa joven se dispone a abordar el vehículo. Maldiciendo mil balanzas universales, Moncada se reafirma en que la vida, en ocasiones, se parece a un viaje en autobús: cuando las cosas se empiezan a poner buenas...llega tu parada. |